Mohamed Mursi murió a los 67 años durante una sesión de uno de los juicios en su contra, en unas circunstancias que aun no han sido aclaradas.
El islamista Mohamed Mursi, el único presidente elegido democráticamente en Egipto, depuesto en un golpe de Estado en el 2013 en medio de una movilización popular en su contra y condenado de por vida por los tribunales del nuevo régimen, falleció hoy a los 67 años en una sesión de uno de los juicios en su contra, en unas circunstancias que aun no han sido aclaradas.
Mursi falleció tras asistir a la sesión de un juicio en el que se le juzgaba por revelar secretos de Estado a entidades extranjeras, como el grupo palestino Hamas.
En el 2017 el Tribunal de Casación egipcio había confirmado una cadena perpetua contra Mursi también por espionaje y el año anterior fue condenado a 25 años de prisión por el uso de la violencia y por la muerte de manifestantes durante los disturbios que se produjeron a las puertas del palacio presidencial en diciembre del 2012.
Mursi en una audiencia el 16 de junio del 2015. (AFP).
Su breve mandato, de apenas un año de duración, fue muy polémico y agitado, y en varias ocasiones hubo protestas en las calles en contra de sus políticas consideradas no inclusivas y radicales, sobre todo por la minoría cristiana de Egipto, las mujeres y los sectores más liberales.
La polarización en el país fue en aumento a lo largo del 2013 hasta las masivas manifestaciones del 30 de junio para pedir su renuncia y la convocatoria de elecciones anticipadas.
En el 2013 se desataron manifestaciones en Egipto para exigir la renuncia de Mursi. (AP).
La sorprendente irrupción de las Fuerzas Armadas con un ultimátum de 48 horas significó el comienzo del fin para Mursi, quien hasta el final se negó a dar su brazo a torcer y a dialogar con la oposición.
El 3 de julio, los militares, encabezados por el actual presidente del país, Abdelfatah al Sisi, acabaron apartándolo del poder por la fuerza y fue detenido por su propia guardia presidencial en el palacio de Ittihadiya.
Mohamed Mursi y su entonces ministro de Defensa Abdelfatah al Sisi el 1 de setiembre del 2012. El militar lo derrocó. (AFP).
Mursi había llegado a la presidencia de Egipto casi por casualidad, al ser el candidato «de repuesto» de los Hermanos Musulmanes en las elecciones del 2012, las primeras democráticas celebradas después de la revuelta popular que un año antes acabó con los 30 años de mandato del «faraón» Hosni Mubarak.
Mursi formaba parte de los Hermanos Musulmanes desde 1979. (Reuters).
El hoy fallecido presidente, ingeniero de formación, entró a formar parte de los Hermanos Musulmanes en 1979 y escaló en su organigrama hasta que en 1995 se convirtió en miembro del Consejo Consultivo, su máximo órgano de decisión.
Fue diputado en el Parlamento egipcio entre 1995 y 2005, cuando la Hermandad presentaba a sus miembros como independientes, y tras perder su escaño fue encarcelado en 2006 durante seis meses por apoyar las manifestaciones de jueces reformistas.
Durante la revolución de enero del 2011, que acabó con el régimen de Mubarak, fue recluido en la prisión de Wadi Natrun, al norte de El Cairo, junto a otros líderes islamistas, pero logró escapar gracias al caos y fue juzgado posteriormente por esa huida.
Desde su caída en desgracia, ha sido juzgado por múltiples cargos, junto a los principales líderes y representantes de los Hermanos Musulmanes, y ha recibido numerosas sentencias, por las que estaba condenado a acabar sus días en la cárcel.
De origen humilde, nació el 20 agosto de 1951 en el pueblo de Al Adwa, en el delta del Nilo, y se formó como ingeniero, llegando a ser entre 1985 y 2010 jefe del departamento de Ingeniería de la Universidad de Zagazig, cerca de su localidad natal.
También ejerció durante tres años como profesor universitario en California, aunque su estancia en Estados Unidos no hizo que cambiaran sus ideas y valores conservadores y tradicionales, que muchos vieron reflejados en la «primera dama», cubierta de la cabeza a los pies.
Desde su derrocamiento, las autoridades egipcias han emprendido una dura represión contra los seguidores de la Cofradía y todos islamistas, tanto moderados como radicales, la mayoría de cuyo cabecillas se encuentran en la cárcel o exiliados.
A pesar de la represión, Mursi siguió defendiendo hasta el día de hoy su legitimidad como presidente de Egipto, que reivindicaba en las pocas sesiones en las que las cámaras podían capturar su imagen, cada vez más deteriorada.
ALD/EFE