Cómo 33 ex narcos entendiendo la violencia como la punta del iceberg porque en lo más profundo coexisten muchas violencias en las vidas de estas personas: de género, intrafamiliar, de pandillas, estructural del Gobierno,
Antilavadodedinero / Sputnik
Así lo explicó la investigadora Karina García Reyes sobre las razones por las cuales miles de niños y jóvenes se incorporan al crimen organizado.
La entrevistada ganó el año pasado el premio a la mejor tesis de la Facultad de Ciencias Sociales y Leyes de la Universidad de Bristol 2018-2019. Su investigación se tituló «Pobreza, género y violencia en las narrativas de 33 ex narcos: entendiendo la violencia del tráfico de drogas en México».
«Uno de ellos sufrió abusos de todo tipo. Desde muy chiquito lo amarraban a la cama y su papá disfrutaba torturándolo. Entonces cuando tu llegas a la parte en que logra liberarse de su papá, a los 11 o 12 años, y se va con un tío que trabaja en el narcotráfico, no sorprende que se convierta en un persona tan violenta», señaló la entrevistada.
Esa es una de las historias reunidas por García Reyes durante dos años y que dieron sustento a su trabajo, cuyo objetivo central fue identificar causas para trazar políticas públicas más efectivas que «las guerras contra el narcotráfico que ya vimos que fracasaron».
Con algunas variantes de mayor o menor grado de violencia, todos los entrevistados tuvieron una infancia parecida. «Tiene un perfil muy similar, hombres que vivieron en un contexto de pobreza y recursos escasos», reflexionó la investigadora.
El costo de pertenecer
En esa violencia estructural en la que fueron criados naturalizaron conductas y hábitos individuales y sociales nocivos, y que a su vez les iban cerrando cada vez más puertas de escape.
García Reyes contó que en muchos de los relatos escuchó reiteradamente frases tales como: «yo ya sabía cuando era niño que iba a morir o por una riña de pandilleros o de sobredosis”, asumiendo “que un niño pobre va ser drogadicto, pandillero y que morirá», por una u otra causa.
Además de las distintas violencias vividas, que son las que les permiten asimilar la violencia narco como una forma de vida y parte del trabajo, otros factores influyen para el camino elegido.
Antes de incorporarse a los distintos cárteles que operan en el norte mexicano, los 33 ex narcos entrevistados se desempeñaban en la economía informal.
“Ellos se ven como agentes libres, no justifican su ingreso al narcotráfico en que ‘yo no tenía otras opciones’, sino en que querían más ingresos. Era su oportunidad de tener grandes cantidades de dinero que de otra manera pues no podrían haber tenido», comentó García Reyes.
«Muchos de los que trabajaban en la economía informal vendiendo periódicos, limpiando carros, ganaban suficiente dinero para mantener a sus familias, pero querían más. (…) Quieren lo que el resto de la sociedad tiene», enfatizó.
«Incluyo en mi trabajo el análisis de este discurso neoliberal de querer siempre más, consumiendo, buscar no solo cubrir necesidades básicas. Creo que es importante entenderlos en su contexto social, económico y político porque ellos quieren lo que el resto de la sociedad tiene: un carro nuevo, zapatos tenis de marca, y no solamente con esa ansia de consumir, sino para pertenecer», graficó.
El patrón del mal
A 27 años de su muerte, el colombiano Pablo Escobar sigue representando el arquetipo del capo narco latinoamericano. Su camino a la cúspide se basó en la violencia y la corrupción pero también en aprovechar espacios abandonados por el Estado, al sustituirlo en algunos de sus roles tradicionales.
Su dinero ilícito y manchado de sangre daba trabajo, financiaba proyectos, construía hospitales y garantizaba la seguridad de quienes estaban bajo su protección. Mucho ha cambiado desde entonces en cuanto a quienes controlan el negocio del narcotráfico regional, que de Colombia pasó a México y Brasil.
En plena pandemia del COVID-19, los carteles mexicanos y brasileños han visibilizado la función social que cumplen. Entregan alimentos, insumos médicos y organizan o imponen, cual Estado, toques de queda para frenar los contagios.
Esta situación encuentra puntos de contacto con la investigación de García Reyes en cuanto al abordaje desde el Estado para combatir un flagelo multicausal. «Los académicos y quienes hacen política pública no sabemos desde nuestra posición de privilegio lo que significa primero vivir en condiciones de pobreza, y segundo lo que realmente les importa a estas personas», sostuvo.
«La información que tenemos sobre ellos generalmente está filtrada por el Gobierno y es un discurso que los separa de nosotros. Ese es uno de los tantos errores al momento de entender la perspectiva que tienen estas personas no solo de su realidad sino del mundo y el por qué entran a trabajar al narcotráfico», añadió.
Una vida en 24 horas
Todos sus entrevistados coincidieron en que conseguían en el narcotráfico aquello que iban a buscar, pero también reconocieron que era un logro efímero.
Uno de ellos dijo a García Reyes que «vivía cada día como si fuera el último. Su trabajo era ser sicario, sabía que estaba expuesto y que iba a morir en un enfrentamiento a balazos o que sería capturado y pasaría el resto de su vida en una cárcel».
Por eso «lo que hacen es vivir el presente al máximo. Buscan gastar todo el dinero que ganan en drogas, sexo, consumir todo lo que para ellos los hace insertarse en esa sociedad de consumo», explicó la entrevistada.
Por el contrario, el beneficio económico no repercute en sus familias, que siguen asentadas en las periferias y reproduciendo las mismas violencias que ellos padecieron de niños. «Sus familias no cambian de vida y es ahí donde la política pública puede ayudar mucho porque ellos no tienen visión a futuro», ilustró la investigadora.
García Reyes afirmó que este punto es relevante para entender la violencia en el narcotráfico, que es la “punta del iceberg». Y finalmente se preguntó: ¿»por qué reproducimos las guerras al narcotráfico si no están funcionando y generando muchísimas muertes y violencia a nivel regional que las vidas que se están tratando de ‘salvar’?».