Entre dos cartas se define en buena medida, pero no por completo, la situación y el futuro de Cuba.
Antilavado de Dinero / El Nuevo Herald.
Por medio de una carta un grupo de 250 nuevos empresarios del país —esos que han surgido precisamente tras los intentos de permisividad económica del gobierno tras las protestas de julio— solicitan al presidente Joe Biden que vuelva al período de acercamiento de Barack Obama y levante las sanciones impuestas por el exmandatario Donald Trump.
La otra carta es también de residentes en la isla. Realizada por el grupo Plataforma está dirigida a la comunidad internacional. Denuncia “una escalada de violaciones de los derechos humanos y la represión” en vísperas de la protesta que ellos han organizado y pide solidaridad internacional, en especial a los países miembros de la Unión Europea.
Las protestas —pasadas y posibles— constituyen el núcleo de ambos documentos. Al llegar Biden a la Casa Blanca muchos cubanos —no solo el gobierno de La Habana— pensaron que el clima de las relaciones con Estados Unidos cambiaría. De hecho Biden lo había prometido en cierto sentido. Pero ahora sus funcionarios dicen que la situación se ha alterado, y a consecuencia de la violenta represión gubernamental contra quienes se manifestaron el 11 de julio, las medidas se mantendrán y posiblemente se intensifiquen.
¿Y qué pinta el exilio de Miami en todo esto? La esperanza sería que contara poco. Pero la realidad hace temer que mucho, y casi siempre para mal. El “casi siempre” deja un resquicio, una ventana que impide juzgarlo todo negativamente.
Sin embargo, hasta el momento la historia de las últimas décadas muestra que esa intervención del exilio —sobre todo en el plano político y desde el poder de Washington— ha sido contraproducente.
Además de torpeza —y lo que es peor, ineptitud— hay un factor que ha influido en ello. Si hay quienes hacen daño con sus malas intenciones, otros, con sus buenas, lo hacen aún peor.
Porque al hablar de las sanciones de EEUU al gobierno cubano no hay que olvidar que constituyen un binomio: por un lado el mal y la injusticia que generan el gobierno cubano. Por el otro el daño que ha hecho el exilio de Miami —y sus representantes en Washington— con su empecinamiento en un supuesto afán de justicia que bordea la venganza.
El grupo Plataforma, dentro de las limitaciones de momento, ha tratado de guardar una distancia, prudente y verdadera, respecto a Miami y Washington. Eso hay que agradecérselo, aunque el régimen diga lo contrario. Actitud doblemente meritoria cuando el apoyo escasea por todas partes. Y de todas formas el exilio lo brinda, aunque sea a un precio.
Así que lo mejor es no limitarse a las categorías de ideales y objetivos buenos y malos: tratar de comprender las circunstancias en que se producen.
Bajo el análisis de las circunstancias, los firmantes de la carta al presidente estadounidense tienen razón en sus demandas. Por dos razones fundamentales.
La primera es de índole práctica: no se lleva la democracia a un país castigando con privaciones a sus ciudadanos. Quienes firman el documento se refieren a las facilidades de viaje, turismo y compra y venta que existieron durante los últimos años del mandato de Obama. No quieren que los mantengan o les otorguen privilegios, o que se ensalce a la Plaza de la Revolución. Lo que anhelan es condiciones que faciliten su trabajo.
Decir que el gobierno cubano es la mayor dificultad que más tarde o temprano enfrentarán en su desarrollo, no hace más que desviar el tema. Aquí no se trata de una valoración política: es una situación concreta.
La segunda razón es de índole moral, aunque es mejor asumirla con reservas. ¿Con qué autoridad, salvo la fuerza, cuenta EEUU para imponer sanciones a otra nación? Lo viene haciendo desde hace mucho tiempo, y se le ha permitido, pero solo por su poderío. Se puede aducir que se rige por un principio de justicia, pero la justicia punitiva —que es la que se pone en práctica en este caso— no está libre de ser selectiva, y en los conflictos internacionales, que no tienen necesariamente que ser bélicos, se castiga desde el exterior a quienes viven en el país afectado. Ello, por supuesto, contribuye al aumento de la carga de padecimientos de las víctimas.
No es que las sanciones sean malas en su esencia. Lo malo se encuentra a menudo en su práctica: es su historial el que ha resultado casi siempre pésimo.
Hay más. Desde hace tiempo en la tortuosa relación entre Cuba y EEUU, pero elevada a las categorías de farsa y descaro por las administraciones de Trump y Biden, el recurrir a sanciones no solo es hipócrita: es peor, pura desvergüenza.
Ahora los políticos y funcionarios demócratas no se dedican a tratar de hacerlo mejor para no repetir el desastre electoral en Florida, sino simplemente han optado por imitar al adversario.
Pero reconocer los hechos que llevan a otorgarle veracidad a la solicitud dirigida a Biden, por los nuevos empresarios cubanos, no impide el señalar el peligro que corren de ser manipulados —de forma consciente e inconsciente—, y que ellos enfrentan al enviar dicha carta.
En cierto sentido el documento es una muestra de que Cuba —con temor y a paso lento— se adentra o está tentando la vía de convertirse en una China a escala muy menor o un Vietnam con menos éxito.
Es en este punto donde adquiere un valor especial que se apoye la actitud de quienes integran el grupo Plataforma, que en su carta no se dirigen a Washington ni al exilio de Miami: apelan al Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación firmado por la Unión Europea con Cuba en 2016.
Si los gobernantes cubanos optan por una represión violenta como ocurrió en julio —no quiere decir que no la repriman, ya lo han hecho al no autorizarla—, le estarán dando la razón a Biden, aunque como gobierno este no la tenga en su práctica de castigo.
Por ello la Unión Europea debe mostrar una posición firme frente al régimen, antes del día en que se espera se lleve a cabo la protesta. Con acciones valederas y válidas (aquí surge de nuevo el tema de las sanciones, pero cuáles y cómo es lo que no invalida lo dicho con anterioridad).
Poca esperanza hay de que lo haga, porque Europa cada vez más se parece a EEUU (¿hay que agregar que desgraciadamente?), con sus agravantes propios.
Ante tanto pesimismo solo agregar un pequeño gesto de solidaridad y, quizá, vana esperanza: que le vaya bien en su intento al grupo Plataforma.
Por: Alejandro Armengol.