El desvanecimiento ético y cómo mentimos

Claudia Alvarez Troncoso (CAMS/ECGR/Lead Auditor 37001), Socia Directora de EtikaMente G | E | C, en su artículo dice que: «El desvanecimiento ético se refiere a la capacidad limitada que tenemos, como humanos, para mantener nuestro enfoque en todos los elementos de cualquier problema dado. El hecho es que tenemos una capacidad limitada para procesar información y cuando nos enfocamos en un elemento de un problema o situación, es muy fácil para nosotros ni siquiera ver otros factores que pueden ser importantes.

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Hay varias razones por las que podemos centrarnos en un aspecto particular de una situación y, a su vez, perder la oportunidad de verlo desde una perspectiva ética. Una razón puede tener que ver con las estructuras de incentivos (tanto personales, como en las empresas), los KPI organizacionales y las métricas de rendimiento, o los objetivos gerenciales. Otra razón puede tener que ver con la tendencia fundamental de los humanos a ser egoístas. Desde esta perspectiva, las personas pueden no ver la dimensión ética de un problema cuando su propio interés se interpone en el camino.

Pequeños actos de falta de honestidad, de forma constante y sin supervisión, llevan a una conducta de transgresiones abiertas sin control, de hacer mal uso de fondos ajenos para provecho personal, y agredir a terceros por creerse omnipotentes, superiores y egocentristas. La situación creada lleva a las personas a determinar qué cosas hacen realmente y qué otras cosas reportan como si la hubiesen hecho. Pero admitir error no es una opción.

Parece que surge una situación peculiar en la que tanto quienes solicitan información, como quienes la suministran saben que la información es cuestionable. Creando una ilusión de que todo está bien. Una imagen de una falsa realidad. Una fachada acomodada que esconde una potencial crisis y un riesgo no transparentado para poderlo gestionar, donde lo hacen los empleados para “cumplir” el checklist; lo hacen también los propios superiores (no dando el mejor ejemplo); donde lo superiores forzan a sus empleados a mentir o a ajustar sus reportes para que el jefe concuerde su propio informe o cuadre todo bien. Surge así un estatus quo con un entendimiento del “juego” entre las partes de lo que está sucediendo: una decepción acordada.

Se practica una racionalización, donde actos y situaciones al margen de lo correcto y honesto son devaluados en su impacto y no ponderadas o consideradas como elecciones éticas. Hay una desconexión ética que ya no generan ansiedad, preocupación y/o indignación, y se hacen de forma automática. Las personas no la computan como dilemas éticos.

Esto no se debe tanto a que carezcamos de un fundamento moral o de una formación ética adecuada. Aquí entran en acción los procesos psicológicos del ser humano y los factores influyentes en su entorno que neutralizan sutilmente la ética (lo correcto y lo incorrecto) de un dilema ético y nos otorgamos ese permiso de cometer la falta ética. El desvanecimiento ético permite transformar un comportamiento moralmente incorrecto en una conducta “normal” y socialmente aceptable al atenuar la culpa y el resplandor inquisidor del foco ético. La normalización hace que no lo veamos como un dilema ético. Y cuando una conducta que antes era repudiada se va normalizando, los aspectos negativos con los que eran asociados se van perdiendo, llegando a la aceptación de la conducta.

La primera vez puede haber duda con esa sensación de mariposas en el estómago por hacer algo que se sabe es indebido. Pero cuando la persona ve que no hay repercusión inmediata, una consecuencia disciplinaria, y/o que nadie se da cuenta, ya esa sensación disminuye y la persona se entumece éticamente atreviéndose a hacerlo nueva vez por haber recibido un reforzamiento positivo por la misma falta de consecuencia negativa. La persona se desensibiliza, diluyendo la seriedad del hecho, y eventualmente la palabra consagrada de la persona y su firma en un documento se convierten en maniobra para navegar en la burocracia de papel, en vez de símbolos de integridad y de honestidad. Pasando de lo que debe ser una decisión ética, a diluirse en un paso más en el procedimiento. La tecnología y procesos continuos, repetitivos y automatizados empeoran esta situación de desensibilización al otorgarnos un efecto de desconexión: no soy yo, es el sistema y/o la herramienta tecnológica.

Influye igualmente la denominada distancia psicológica de un individuo al punto real de deshonestidad o engaño. Mientras más alejado del hecho mismo de la deshonestidad o decepción, mayor es la posibilidad del desgaste ético. Ese tomar distancia impacta en la narrativa interna de que no soy yo, de que hechos externos influyeron y por ende tengo una excusa para no asumir responsabilidad. De nuevo entra aquí la racionalización. Algunos ejemplos de distanciamiento pueden ser: usar listado de verificación en vez de sostener una conversación cara a cara; herramientas electrónicas como firma digital, en vez de una firma hecha a mano por aquello del efecto de colocar a puño y letra nuestro nombre que nos arraiga a una realidad del compromiso asumido.

El distanciamiento psicológico entre la persona y las consecuencias del acto deshonesto también puede influenciar el desvanecimiento ético. Una decisión moral puede perder sus connotaciones éticas si las eventuales repercusiones de tal elección son desconocidas o minimizadas. Siempre van a existir las excusas para reforzar el autoengaño de que las decisiones morales problemáticas son éticamente neutrales, cualquier duda ética restante sería superada mediante justificaciones y racionalizaciones.

Cuando la persona entiende o racionaliza que la instrucción, el requerimiento o reporte es irracional o cree que es estúpido, la reacción es una respuesta deshonesta. La persona sale con una excusa de que dicha reacción no es apartada de la ética, sino que se está restaurando algún sentido de balance y sanidad a esa irracionalidad. Algunos ejemplos de estas excusas son que deberían flexibilizarse las normas éticas para los requisitos que se perciben como poco importantes. Otra excusa usando términos eufemísticos en cuanto a la tolerancia al engaño en requisitos aparentemente sin sentido, no es que se espera que mientas, sino que se acepta alguna expectativa de “equivocación” en cosas tontas.

Inclusive, otra justificación a la que recurren algunas personas y que suaviza el punzón de la deshonestidad es que se sienten más cómodo porque es por el “bien común”. Con estas racionalizaciones, el uso del engaño o la presentación de información inexacta se envía un mensaje que puede ser percibido de otra manera al salirse de los límites éticos para ayudar a los demás, tergiversando su real intención y entrando en contradicción con los valores, la cultura de integridad y cumplimiento. Estas racionalizaciones permiten a la persona mantener esa imagen propia de que es una persona íntegra no obstante los actos de deshonestidad. Porque fueron para el “bien común”.

El no hablar abiertamente de estas situaciones y tolerar niveles de deshonestidad, sobre todo en áreas que son consideradas o estimadas como triviales o no importantes, también traen como resultado una degradación de la confianza, lo cual es vital en la reputación. Cuando se da el paso de bajar la barra del estándar ético, la maleabilidad y manipulación de esos estándares se convierte en un razonamiento para otras decisiones no éticas. Y así el ciclo viciado que nos atrapa en un torbellino que nos va arrastrando hacia el fondo.

El racionalizar que debido a que en los niveles más altos de la empresa cometen fraudes, abusan y mal gastan recursos de la organización, y por ende yo también puedo, hace posible que las personas les sea más fácil aceptar el hecho o acción deshonesta y antiética cuando los modelos a seguir están corrompidos. Es por esto que un peligro real y legítimo para la asunción de la verdad es la pendiente resbaladiza cada vez más agresiva del compromiso ético.

Otro elemento para tomar en consideración en el desvanecimiento ético es la presión por la competencia entre los pares, lo cual influye sobre la decisión ética de algunos. El hacer carrera y/o el arribismo dentro de una organización pueden ser fuerzas potentes que sirven para catalizar la deshonestidad. Como señala Mary Gentile en su libro Giving Voice to Values, todos queremos estar a la altura de nuestros estándares de integridad personal y corporativa a menos que nos ponga en desventaja competitiva. Nadie quiere quedar expuesto, solo o aislado, ni mucho menos ser visto o percibido como vulnerable. La intención en estas esferas del desvanecimiento ético es complacer al superior y hacerlos lucir bien. De manera que, según Sissela Bok, nos convencemos de que el engaño es mayormente “altruismo bien intencionado” que sirve para enmascarar los efectos cáusticos de mentir, engañar o robar para el avance personal.

La aceptación tácita de la deshonestidad presenta su peligro más grave en que facilita la hipocresía en los líderes. Una empresa que profesa y habla de valores, integridad y honor, pero como organización muestra lo contrario en lo que practica, mostrándose sin defectos, aprobando sin leer ni revisar y marcando la casilla (tipo checklist), se está nublando a su realidad de grandes riesgos de deshonestidad que estarían latente y ocurriendo a lo interno. Los líderes de este tipo de organización están situados entre dos identidades, repitiendo como loros los puntos de conversación de la última campaña corporativa mientras aplacan la burocracia interna de los supervisores y demás grupos de interés (incluyendo clientes y reguladores) diciéndoles lo que quieren escuchar.

Como resultado, los líderes aprenden a hablar de un mundo mientras viven en otro. Dos mundos paralelos que hacen vivir y proyectar una mentira. Que en algún punto no es sostenible y caerá como una casa de naipes porque su gestión de riesgo es inaguantable. Destapando la cruda realidad, mostrando la verdadera cara de una entidad corrupta, fraudulenta y sin integridad que se disfrazaba y hacía aparentar como ética, honesta, de confiar y con buena reputación.

Pasar por alto o ignorar estas situaciones es un acto consciente, una decisión deliberada de no tomar una decisión verdaderamente ética. Es deliberado, no un «desvanecimiento» o un «lapso», sino una elección hecha al no tener en cuenta lo que es necesario para tomar la mejor decisión posible. Hacer lo incorrecto e indebido también es una decisión.

Me preocupa cómo algunas personas y organizaciones, desde su liderazgo, minimizan con el uso del lenguaje y terminologías, la seriedad del proceso de toma de decisiones éticas, en conjunto con la falta de asumir responsabilidad.

No pensemos ni demos la impresión de que este no es un problema serio y luego ofrezcamos excusas para la decisión tomada. Cada decisión es importante y tiene consecuencias. Vayamos despacio, sopesemos y elijamos bien y nunca minimicemos el proceso y la responsabilidad de la verdadera toma de decisiones éticas.

Este artículo está basado en los trabajos de Tenbrunsel y Messick; Bazerman y Tenbrunsel; Dan Ariely; Sissela Bok; y Wong y Gerras.

Claudia Alvarez Troncoso, CAMS, AML/CA, ECGR

Es Socia Directora de EtikaMente G E C. Estratega en gobierno corporativo, ética, transparencia, anticorrupción, antisoborno; diversidad, equidad e inclusión, riesgo conductual, compliance, ESG, sostenibilidad, prevención de lavado de activos /FT, crímenes financieros, y recuperación de activos.

Presidente del consejo del Centro LATAM de Ética y Compliance (CLEC) y Directora del programa Women in Compliance & Ethics DR (WICE-DR). Miembro de la comisión de justicia de Participación Ciudadana, capítulo de Transparencia Internacional en República Dominicana y ex miembro de su Consejo Nacional. Productora y conductora del podcast Etikamente Radio (ganador del Latin Podcast Award 2020 para República Dominicana).

Fue consultora externa de la UAF Rep. Dom. para capacitación de los sujetos obligados en las jornadas de sensibilización de la nueva ley antilavado (155-17). Fue VP Corporativo de Cumplimiento de banca internacional para un Grupo Financiero regional; VP de Gobierno Corporativo de un banco de licencia general en Panamá; y Consultora Técnica en la Consultora Jurídica en el Banco Central de la República Dominicana. Speaker internacional y mentora. Escritora de artículos publicados en varios medios.

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