Sesión sobre fentanilo en EE.UU.: ¿es hora de desechar la palabra ‘cartel’?

Una sesión celebrada hace unos días en el Congreso de Estados Unidos dejó en claro cómo el uso indiscriminado de la palabra “cartel” la ha vaciado prácticamente de significado y nos aleja, en lugar de acercarnos, a  la comprensión de la mecánica de las organizaciones criminales actuales y de la mejor asignación de los recursos para combatirlas.

antilavadodedinero / InSightCrime

El uso excesivo del término quedó profusamente claro en la sesión del 15 de febrero de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, convocada para discutir el tráfico de fentanilo. En ella, legisladores y responsables de la lucha contra el crimen pronunciaron 90 veces la palabra «cartel». 

«Los carteles … están inundando a Estados Unidos con fentanilo», declaró el demócrata de Nueva Jersey Bob Menéndez, presidente de la comisión, en su discurso de apertura, frase con la cual preparó el terreno para una sesión de más de dos horas durante la cual esos «carteles» se mostraron como una fuerza omnipresente que supuestamente controla el mercado de fentanilo, de las fábricas de precursores químicos en Asia a la puerta de consumidores estadounidenses incautos.

«Empiezan en China, donde se abastecen de precursores químicos para fabricar fentanilo», expuso la directora de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) Anne Milgram, en su discurso de apertura, refiriéndose al Cartel de Sinaloa y al Cartel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), los grupos mexicanos que son los principales objetivos de la DEA. «Luego introducen esos productos químicos en México, donde producen fentanilo en cantidades industriales —primero en polvo, una gran cantidad del cual se comprime posteriormente en México para darle la forma de píldoras de venta controlada […]. A continuación, los carteles introducen el polvo y las pastillas adulteradas en Estados Unidos. Buena parte de eso se vende por medio de las redes sociales y otros canales en todo nuestro país». 

En reiteradas oportunidades, Milgram recurrió a esa imagen de la granja a la mesa, a lo cual añadió una tenebrosa línea de tiempo y eficiencia que hasta Amazon envidiaría.

«Vemos […] a los carteles reclutando servicios de mensajería y otros para vender narcóticos en Estados Unidos», fue su respuesta a una de las muchas preguntas sobre el papel de las redes sociales en la distribución. «Hay alguien que se ocupa de las redes sociales y en tres o cuatro clics conecta con alguien dedicado a la venta. Muchas veces, lo que vemos son pastillas falsas, hechas para verse tal como la oxicodona, pero no son más fentanilo y excipientes; esas pastillas son las que después alguien que no conocen entrega en su casa, oficina o en su puerta a menudo en cuestión de minutos u horas».

Algunos legisladores llevaron el control de los carteles hasta incluir el flujo de inmigrantes indocumentados. El senador Peter Ricketts, republicano por el estado de Nebraska, relató un viaje que hizo recientemente a la frontera entre Estados Unidos y México, durante el cual los agentes fronterizos le comentaron: «Los carteles pasan a un grupo de inmigrantes irregulares por un punto que drena nuestros recursos y luego introducen el fentanilo por otro lugar».

Otros retomaron este tema.

«Los carteles están aprovechando la crisis de la inmigración ilegal y la están prolongando», sostuvo Jim Risch, republicano de Idaho. 

Al final, el demócrata por el estado de Maryland Chris Van Hollen lo resumió así: «Los carteles de la droga en México están fuera de control».

Análisis de InSight Crime

Un cartel, en sentido estricto, es un grupo de productores que se confabulan para limitar la competencia y fijar los precios en el mercado de su elección. Pero la imagen de que estas organizaciones ejercen un control estricto sobre cada aspecto de la cadena de distribución —especialmente a nivel minorista en Estados Unidos— es falsa, como puede demostrarse fácilmente, y sus esfuerzos por controlar los precios son inexistentes o un fracaso absoluto.

InSight Crime ha pasado gran parte de los últimos cinco años estudiando el tráfico de fentanilo, y ha observado un consenso entre las docenas de expertos policiales y criminólogos de cada región en la que se fabrican y trasiegan precursores y donde se sintetizan para convertirlos en fentanilo: estas son redes criminales complejas y con variados niveles.

Partes de estas redes son empresas legales que suministran los productos químicos necesarios para elaborar fentanilo, un punto crucial ignorado en gran medida por los participantes. El mercado de precursores es inseparable de la industria química en general, que es a su vez un sector económico que mueve miles de millones de dólares, conformado por algunas de las empresas más grandes del planeta. En otras palabras, está íntimamente ligado a nuestra economía global, incluida la industria farmacéutica, que, como han descrito numerosos libros galardonados sobre el tema, fue la que originalmente sentó las bases para esta crisis del fentanilo.

Otras caras de estas redes son los intermediarios, los cocineros y los distribuidores. Los intermediarios consiguen el fentanilo y los precursores, y los cocineros sintetizan fentanilo o mezclan fentanilo acabado para convertirlo en fármacos adulterados. Por su parte, muchos de estos distribuidores —tanto de precursores como de fentanilo— desarrollan su actividad en internet, muchas veces en la red abierta, porque existen pocas restricciones y normativas que regulen sus actividades de promoción y venta. Sin embargo, pocos de estos actores tienen conexiones directas con las grandes organizaciones criminales citadas repetidamente por Milgram como principales objetivos de la DEA: el cartel de Sinaloa y el CJNG. 

Aunque estos dos grupos llevan el apelativo de «cartel» en su nombre, ellos mismos están divididos en facciones dispersas en enormes extensiones geográficas. El cartel de Sinaloa, por ejemplo, tiene al menos tres grandes polos de poder, cada uno de ellos controlado por líderes diferentes. A veces, esos polos de poder trabajan de manera coordinada. Otras veces se enfrentan de manera encarnizada. Y aunque están presentes en docenas de países, la mayor parte de su infraestructura y mano de obra se concentra en el noroeste de México, no en China ni en Estados Unidos.

En México, hacen una de estas tres cosas para procurarse fentanilo a granel: se abastecen de fentanilo acabado del exterior, consiguen el fentanilo en su forma final de productores independientes o intermediarios en México, o compran los precursores químicos a intermediarios en el extranjero o en el país para sintetizar el fentanilo en México. Es difícil decir con certeza cuánto fentanilo se sintetiza en México, pero parece ser una proporción significativa de lo que se consume en Estados Unidos.

Aun así, el modelo de negocio del Cartel de Sinaloa y el CJNG no depende de un control estricto sobre importadores y cocineros porque, como señaló Milgram en su testimonio, no está sujeto a temporadas de cosecha ni patrones climáticos que inhiban su capacidad para procesar fentanilo. Este se produce mediante un proceso químico en un laboratorio. Y para satisfacer la demanda, solo necesitan cantidades ínfimas de ingredientes, a diferencia de las sustancias de origen vegetal u otras drogas sintéticas como la metanfetamina, que requieren suministros considerables más vulnerables a la interdicción.

En otras palabras, hay una oferta más que suficiente de fentanilo y precursores de este, tanta, de hecho, que creemos que el mercado incluye a muchos proveedores independientes. Un dato que apoya esta teoría es que las recientes incautaciones de esta sustancia a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México exhiben una gran diversidad de grados de pureza, lo que indica que hay numerosos productores sintetizando fentanilo con variada sofisticación y éxito. 

Sin embargo, el Cartel de Sinaloa y el CJNG tienen una ventaja porque son compradores a granel y especialistas en transporte, algo parecido a los grandes agentes de carga. Y obtienen un importante margen de beneficio por hacer la parte dura del viaje con estas grandes cantidades. Luego venden al por mayor a un gran número de distribuidores que no necesariamente les responden a ellos y que están repartidos por todo Estados Unidos.

Este trayecto —como también se señaló, pero con poco eco durante la sesión— pasa por los principales puertos de entrada, a menudo en vehículos privados o camuflado entre las pertenencias de quienes cruzan a pie la frontera con frecuencia. Un gran porcentaje de estos transportistas son ciudadanos estadounidenses, no migrantes indocumentados, como también se señaló en la parte de preguntas y respuestas de la sesión. 

Es más, aunque puede que usen los mismos vendedores, intermediarios, cocineros y otros, el Cartel de Sinaloa y el CJNG libran una pelea a muerte en muchos lugares de México. Y tienen poco control sobre los precios. Según nuestro reciente reportaje tanto en la frontera con Estados Unidos como en un dinámico mercado de California, el precio de las píldoras de Oxicodona adulteradas del tipo que se está mezclando con fentanilo ahora es casi una quinta parte del que tenía cuando hicimos nuestro primer reportaje sobre la participación de México en el comercio de fentanilo en 2019 con el Instituto de México del Woodrow Wilson International Center for Scholars.

Pero hay que reconocer que la directora Milgram es consciente de la limitada capacidad de atención de su audiencia y sabe que tiene que simplificar la historia para vender la misión de su institución. (Y debemos admitir que nuestros propios intentos por equilibrar claridad y precisión en el uso de este término también se han quedado cortos en ocasiones). Milgram también destacó los esfuerzos de la DEA por perseguir a las redes criminales, una forma mucho más precisa para describir el reto que tenemos ante nosotros.

Sin embargo, pocos participantes en la audiencia recogieron este hilo del argumento. La palabra «red» se mencionó solo nueve veces, seis de ellas en boca de la propia Milgram, que difícilmente bastó para disipar la sensación de que un «cartel» omnipresente y omnisciente extendía sus tentáculos hasta las salas de estar de los suburbios estadounidenses.

El efecto acumulativo fue el de simplificar la estrategia en su totalidad y distorsionar la forma como Estados Unidos debería utilizar sus limitados recursos de seguridad, su importante capital político y su gran influencia económica para hacer frente a este complejo problema.

Milgram, por ejemplo, presentó el enfoque quirúrgico de la DEA en el cartel de Sinaloa y el CJNG como el camino hacia el éxito. Esta estrategia tiene cierta lógica, dada la importancia de estos grupos en un tramo clave del trayecto del fentanilo desde China hasta Estados Unidos, pero ignora la realidad crucial que la palabra cartel oculta: concentrar recursos policiales en el desmantelamiento de estos «carteles» poco hará para frenar la expansión de la mortífera droga en Estados Unidos y más allá, sobre todo cuando ya no depende de la geografía o de temporadas de siembra y cosecha para satisfacer la demanda de los consumidores, y cuando estos «carteles» específicos concretos tienen apenas un papel limitado en lo que forma parte de una economía global de drogas de laboratorio que cualquier persona con un teléfono móvil puede traficar.

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