Regresábamos de incursionar en las comunidades nativas asháninkas de Pitirinquini, Tiñovancani, Catungo Kimpiri y Gran Shinongari, de la provincia de La Convención (Cusco), amenazadas por el creciente poder del narcotráfico en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem).
En Puerto Ene subimos a una camioneta, que nos llevaría a la ciudad de Satipo (Junín), de donde emprenderíamos retorno a Lima. Hasta entonces creíamos haberlo visto todo.
En la zona es frecuente el transporte de pasajeros en camionetas 4×4, así que embarcamos en una en que había una pareja. Pero esta se retiró. En su lugar llegó una mujer con apariencia de comerciante que, luego de conversar media hora con el chofer, se sumó al grupo de pasajeros que completaba otra mujer con sus dos niños. En la tolva del vehículo había un cargamento cubierto con plásticos de color negro. Por lo que escuchamos, la camioneta procedía de la zona cocalera del Vraem. Partimos a las 4 de la tarde, sin saber lo que nos esperaba en el camino.
Estábamos de incógnito. Nadie sabía que éramos periodistas de La República. Solo así podíamos movilizarnos en un área con presencia del narcotráfico, que tiene amenazados a dirigentes indígenas que se oponen a su presencia.
Aproximadamente una hora después de estar en camino, a la altura de Valle Esmeralda (distrito de Río Tambo, provincia de Satipo, Junín), sufrimos un accidente cuando el chofer evitó colisionar con un camión. Tuvimos que detenernos, lo que permitió romper hielo con el conductor y los otros pasajeros. La única que se quedó en silencio fue la madre y sus dos hijos.
El chófer nos pidió prestado el teléfono celular porque el suyo estaba sin señal. Luego, la mujer que iba sola solicitó lo mismo porque deseaba hacer una llamada urgente para comunicar el retraso de su llegada. Nos dictó el número, contestaron y le pasamos el aparato para que conversara. Estaba con el altavoz encendido. “Tienen que desviarse de la carretera, más adelante han puesto control policial”, le dijo un sujeto a la mujer. Esta frase encendió nuestras alarmas.
La pasajera se dirigió al conductor y le ordenó: “En Mazamari hay un control policial. Tenemos que salir de la carretera principal”. Estaban planeando evadir a la Policía porque estaban en algo completamente ilegal. No había otra explicación. Esto significaba que tardaríamos más tiempo en llegar a Satipo. Si es que llegábamos…
Le iba a tomar más tiempo. Y queríamos llegar a Satipo lo más pronto posible tras la demora ocasionada por el accidente. El cambio de ruta nos afectaría. Así que insistimos en mantener la ruta. La mujer con los dos niños no decía nada.
Entonces, nuestra compañera de ruta, la mujer con aspecto de comerciante, intervino como una fiera:
“¡Ya, pues, no seas problemática! ¡Tenemos que desviarnos porque la Policía va a encontrar mi carga! Yo te doy la plata para que te vayas en otra camioneta”, dijo en voz alta.
No podíamos creer lo que estábamos escuchando ni en lo que nos estábamos metiendo. Cuando nos vio con la cara de sorpresa, la mujer nos despejó cualquier duda.
“¿No entiendes? ¡La camioneta tiene que desviarse porque estoy llevando carga ilícita y la Policía me lo va a quitar!”, gritó, por si no habíamos comprendido su mensaje.
Nos dimos cuenta de que la mujer que se había quedado en Chavini tomó otro vehículo y se adelantó para verificar el control policial. El chofer volvió a recibir su llamada para preguntarle por dónde estaba: “Ya estoy por las lomas de Mazamari. Hay que apurarse”, le respondió.
Entonces le propusimos al conductor que nos embarcara en otro vehículo y él esperara lo que quisiera a la dueña de la droga. “No queremos ir presos”, le exigimos. “Si hay un operativo, solo detienen al conductor y a la señora. A ustedes, no”, se sinceró: “Yo no quería recoger la carga, pero me la enviaron de allá”. Por esos días no se reportó ninguna incautación de droga. Lo más seguro que el cargamento llegó a su destino.