Fentanilo, cárteles rivales o saturación del mercado

Los expertos se preguntan por qué ha caído la demanda y el precio de la coca, mientras que muchas familias colombianas se han quedado sin su principal sustento.

eldiarioes

Noralba Galvis suele regresar a su aldea en la selva colombiana con provisiones frescas de arroz, carne, sal y otros alimentos metidos en bolsas. Sin embargo, hoy, cuando esta mujer de 40 años se sube a una barca para emprender el viaje de dos horas por el río Putumayo, sólo lleva una caja de cartón.

“Mi madre me dio estos pollitos”, explica: “Los pollos son un excelente recurso en momentos de emergencia como éste, cuando ya no queda nada más que comer”. Como la mayoría de los campesinos del Putumayo -un extenso departamento del sur donde los Andes se unen con el Amazonas y donde Colombia limita con Ecuador y Perú-, Galvis depende de la venta de coca para ganarse la vida.

A pesar de los esfuerzos realizados durante décadas por los sucesivos gobiernos colombianos para erradicar la planta verde con la que se elabora la cocaína, desde la década de los noventa se cultiva en las zonas más remotas del país.

Si las familias de la región no cultivan coca, es muy probable que trabajen en los campos deshojando la planta o en laboratorios rudimentarios que la transforman a través de un proceso químico en polvo blanco. Muchos han abandonado por completo el cultivo de alimentos para centrarse en este pequeño arbusto verde y dependen de los compradores de coca para obtener ingresos.

Desde hace tres meses no llega ningún comprador a la aldea de Galvis, lo que hunde aún más en la pobreza a su familia y a casi medio millón de hogares más.

“Para la mayoría de nosotros, la coca es nuestro único ingreso”, cuenta Galvis, que es la representante de la comunidad de una aldea remota en la que viven 50 familias. “En estos momentos, nadie compra coca y muchas madres estamos pasando hambre”.

Tras tres años de precios al alza, en los últimos doce meses el mercado de la coca en Colombia se ha desplomado inexplicablemente. Esta situación ha propiciado que funcionarios gubernamentales y expertos en crimen organizado especulen sobre los motivos que han llevado a los cárteles a dejar de comprar.

La producción se disparó en 2022

Mientras los expertos se preguntan si el colapso del mercado ha sido provocado por el auge del fentanilo en Estados Unidos, por la intromisión de los cárteles mexicanos en el tráfico de drogas en Colombia o por un simple exceso de oferta en el mercado, muchas familias colombianas se preguntan si serán capaces de pagar la próxima bolsa de arroz.

La caída de los precios ha sido tan drástica y repentina que ha suscitado la preocupación del Gobierno colombiano y de organizaciones internacionales como el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, que temen que pueda provocar una hambruna generalizada.

“La coca es el sustento de muchas familias. Durante varias décadas ha sido el recurso al que la gente ha recurrido en tiempos de crisis, como cuando fallan otros cultivos. Así que la pregunta es: ¿A qué pueden recurrir ahora?”, dice Elizabeth Dickinson, analista principal para Colombia del International Crisis Group, una organización independiente que trabaja para prevenir guerras y diseñar políticas que contribuyan a la construcción de la paz.

Unos 400.000 hogares dependen del cultivo de coca para subsistir, pero en departamentos como Cauca, en el centro de Colombia, el precio de la base de coca, que representa el primer paso en la elaboración de la cocaína, se ha reducido casi a la mitad, pasando de 0,70 euros el gramo a la mitad.

Como el valor de mercado de la coca se ha desplomado, el coste de los pesticidas, la gasolina y los productos químicos utilizados para fabricar la base de cocaína se ha disparado. También lo han hecho los precios de los alimentos.

En comunidades como la de Galvis, el comprador de coca que venía todas las semanas empezó a venir solo una vez al mes y luego desapareció por completo. Ahora las familias se preguntan ansiosas cuándo volverá. “Aquí las cosas nunca son fáciles. La coca es una forma incómoda de sobrevivir, pero ahora ni siquiera tenemos esta posibilidad”, lamenta Galvis, madre de tres hijos, mientras sirve una ración de pollo con arroz en un plato de metal a su hijo de cuatro años.

Según cálculos de la ONU, la producción de coca en la región del Putumayo se disparó un 77% el año pasado, contribuyendo a aumentar la producción nacional de cocaína un 24%, hasta 1.738 toneladas, el nivel más alto en más de 20 años.

Crisis de la coca

El tráfico ilícito de cocaína genera miles de millones de dólares, que en Colombia han perpetuado seis décadas de conflicto entre guerrillas armadas, escuadrones de la muerte paramilitares y el Ejército nacional. Lo cierto es que apenas una pequeña parte de esa riqueza ha llegado a los asentamientos de la selva donde comienza la ruta de la droga.

En la aldea de Galvis, donde los habitantes viven a horas de distancia del pueblo más cercano en desvencijadas chozas de madera, hay poca presencia del Estado. Sacan el agua de un pozo y construyen sus propios puentes de hormigón y tablones de madera.

Meily Calderón, de 50 años, explica que los cocaleros viven con el miedo constante a la violencia, pero siguen adelante con este negocio, ya que es la única forma de ganarse la vida dignamente.

Un kilo de plátano cuesta unos 15.000 pesos (3,5 euros) en el mercado más cercano, pero cuando el agricultor ha pagado para que lo arrastren por la selva en una mula y para que un barco lo transporte río arriba, sólo le quedan unos 6.000 pesos (1,3 euros). “¿Qué se supone que vas a hacer con 6.000 pesos?”, se pregunta Calderón mientras camina por un claro del bosque lleno de hileras e hileras de plantas de coca listas para ser cosechadas.

Las plantaciones alcanzaron la madurez para la cosecha hace semanas pero, al no tener compradores, las familias no han cortado las plantas.

Los efectos de la crisis de la coca también se han extendido más allá de los campos y han afectado a las capitales regionales. Tras tres años de subida de los precios de la coca, la ciudad de Puerto Asís se ha llenado de nuevos restaurantes y bares. Los propietarios de pequeños negocios indican que, a medida que el dinero de la coca se va agotando, la economía local se ralentiza.

“Muchos de mis amigos que estudian en Puerto Asís han dejado de venir a clase de repente”, señala Neider Cortes, estudiante universitario de 20 años. “Sin el dinero que aporta la coca, no pueden pagar este semestre y han tenido que dejar de estudiar”.

El Gobierno colombiano es consciente de la crisis, pero hasta ahora su respuesta ha sido limitada. Abordar el problema es complicado por la falta de claridad sobre las razones exactas por las que los grupos armados han dejado de comprar coca repentinamente.

Auge del fentanilo

Un informe publicado recientemente por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos enumera 12 teorías principales sobre el desplome del precio de la coca, entre ellas el auge del letal fentanilo en Estados Unidos, que afecta a la demanda de cocaína, y la fragmentación de los cárteles de la droga colombianos en pequeñas empresas que compiten entre sí.

“Muchas de estas teorías no tienen sentido, ya que el mercado de la cocaína en Estados Unidos es relativamente estable y sigue creciendo en Europa y Asia”, afirma Gloria Miranda Espitia, directora de Política de Drogas de Colombia, durante una visita para dialogar con productores de coca en Putumayo. “Por eso pensamos que este es un problema sólo en Colombia y sólo en ciertas regiones, que está asociado a la dinámica de los grupos armados. Hay algunos grupos armados que están logrando vender al mercado internacional y hay otros que no”.

El Gobierno ve esta crisis como una oportunidad para alejar a los campesinos de la economía ilícita de la coca y de la órbita de los grupos armados. En la aldea de Galvis, los campesinos están retomando cultivos legales como el plátano, la yuca y la caña de azúcar, que fueron sembrados por generaciones anteriores antes de que la coca arrasara la región.

Sin embargo, los cocaleros también podrían cambiar fácilmente de una economía ilícita a otra: en las zonas con yacimientos minerales, los campesinos en apuros están abandonando el cultivo de coca por la minería ilegal.

Los sucesivos Gobiernos han intentado frenar la producción de coca y acabar con el tráfico de cocaína, pero ni la fumigación con herbicidas desde el cielo ni el pago de dinero a los campesinos para que cultiven alternativas legales han impedido la incesante expansión del cultivo. Ahora que las familias campesinas ya no pueden garantizar que el cultivo de coca les lleve comida a la mesa, Galvis espera que por fin puedan dejar atrás el cultivo y, con él, el conflicto armado.

“Aunque ahora estemos jodidos, quizá esto pueda ayudar a los campesinos a encontrar de nuevo el camino de vuelta a sus raíces”, afirma. “Tal vez esta sea la llamada de atención que necesitábamos”.

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