La creciente preocupación por el fentanilo, un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína, ha encendido las alarmas en América Latina, incluyendo a países como México, Colombia y Guatemala, donde recientes sucesos sugieren la presencia clandestina de este estupefaciente.
Conocida como la “droga de los zombies” debido a su capacidad para sumir a las y los consumidores en un estado de letargo y somnolencia extrema, sin control del cuerpo y la mente, el fentanilo ha desencadenado una crisis de salud pública en Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) y ahora parece encontrar su camino en la región centroamericana.
Por ejemplo. La historia de “Lourdes”, una mujer guatemalteca que perdió la vida tras recibir dos dosis de un misterioso “analgésico maravilloso” en octubre de 2023, ilustra los peligros asociados con esta sustancia. Aunque las autoridades de salud afirman tener bajo control la versión farmacéutica del fentanilo, la ausencia de informes sobre su ingreso ilegal o uso indebido plantea interrogantes sobre la verdadera magnitud del problema en el país.
A nivel global, las cifras son alarmantes. Un estudio financiado por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EE.UU. revela un aumento exponencial en las incautaciones de fentanilo entre 2017 y 2023, con más de 115 millones de pastillas confiscadas solo el año pasado. Esta tendencia, impulsada por la codicia de los traficantes de drogas, está exacerbando la crisis de sobredosis en Estados Unidos de Norteamérica, donde el fentanilo ilícito se asocia con unas 150 muertes diarias, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades.
Pero el alcance del fentanilo va más allá de las fronteras estadounidenses. En América Latina, la participación de cárteles mexicanos como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación en la producción ilegal de fentanilo evidencia la expansión del negocio hacia la región. Decomisos en países como Argentina, Colombia, Panamá y Brasil señalan la presencia cada vez mayor de esta droga, aunque en muchos casos se trata de desvíos o robos de suministros médicos legítimos. En otros países como Guatemala el fentanilo arrasó ya con el comercio de opio, demostrando que su poder ha reconfigurado la guerra contra las drogas y el consumo mismo. Otro ejemplo claro es que en territorio guatemalteco el comercio de la adormidera -utilizada para hacer heroína- ha descendido.
En el caso de este último país, ha recibido financiamiento de EE.UU. desde la formación de la policía de fronteras hasta una unidad de élite contras las bandas, además de misiones especiales de observación y trabajo.
La situación plantea desafíos significativos para las autoridades sanitarias y de seguridad en la región. La falta de regulación y control efectivo en la importación y distribución de fentanilo representa una amenaza grave para la salud pública, especialmente entre los grupos más vulnerables, como las personas con adicciones, los jóvenes y los consumidores ocasionales.
El presidente colombiano, Gustavo Petro, ha advertido en más de un momento sobre los peligros del fentanilo y su impacto en el mercado de las drogas en América Latina. Con una geografía del narcotráfico en constante cambio, pero con cada vez más territorio, impulsada por la demanda y los beneficios económicos, los países de la región enfrentan un panorama complejo que requiere una respuesta coordinada y multifacética. Porque va más allá de armas y decomisos, según expertos en temas de seguridad y salud pública.