La moneda tiene un valor incalculable para cualquier Estado que quiera posicionarse en la arena internacional. Su fortaleza y credibilidad son claves a la hora de realizar cualquier tipo de negociación. Su relevancia en el uso implica un menor costo de los préstamos, la capacidad de mantener déficits fiscales más elevados, o la estabilidad de los tipos de cambio que deriva en que los inversores acudan a la moneda apreciada por su estabilidad.
Su anclaje en su rol de intercambio o de reserva que representa una lógica de dominación más o menos consiente para las partes de quienes desean detentar el poder.
![](https://www.cronista.com/files/image/1035/1035002/6762aa7c9758b_728_480!.webp?s=ca9e18d72d248af2f83a91bae54db003&d=1739099892&oe=jpg)
El recientemente ungido presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), Donald Trump, lo tiene bien en claro. Por ello advirtió que impondrá aranceles del 100 % a los países de los BRICS – que seguro cumpliría, como lo acaba de hacer con China, México y Canadá -, si intentan crear o respaldar una moneda alternativa al dólar estadounidense. No es algo que deba sorprender: en los últimos años, el grupo ha buscado reducir su dependen-cia del dólar en el comercio global, principalmente impulsando acuerdos bilaterales en sus respectivas moneda
Es que la bipolaridad disfrazada para algunos de multipolaridad, avanza. Está claro que en el corto plazo se puede observar como un intento de ‘repartija del mundo’ en áreas de influencia (Rusia quiere recuperar Euroasia, China desea prevalecer en su Mar meridional y el sudeste asiático, India en el Asia-Pacifico, Sudáfrica y Brasil en sus respectivas regiones);
Sin embargo, la gran división tiene que ver con una forma de ver la vida, de encarar el sistema global: por un lado, tenemos un ‘mundo democrático occidental, neoliberal, otanista’; y, por el otro, ‘una lógica nacionalista, con una fuerte impronta de valores religiosos y culturales, bajo un férreo control social y de la política económica por parte del Gobierno’.
Desde el BRICS sostienen que la moneda común es parte de una decisión de tomar medidas de prevención (recordemos que su creación se planteó por primera vez poco después de la crisis financiera de 2008/2009 nacida en los EE.UU., cuando la escasa regulación casi provoca el colapso de todo el sistema bancario mundial), y retaliación, ante los ‘incisivos ataques económicos’ de Occidente.
En este sentido, así como los países occidentales están enfatizando la reducción de riesgos en el comercio y la inversión con el sur global a nivel de la cadena de suministros, los países no occidentales también están reduciendo sus riesgos ante lo que ellos denominan ‘la ineptitud y el avasallamiento’ de EE.UU. y sus aliados.
Por ejemplo, en respuesta a las sanciones económicas encabezadas por Occidente contra Rusia, después del estallido de la guerra ruso-ucraniana, Moscú presentó el sistema «BRICS Bridge«, una red de mensajería de pagos basada en monedas digitales, blockchain y tokens, que se propuso como una alternativa a Swift, el sistema global utilizado para procesar billones de dólares en pagos bancarios. Así es: la tecnología aplicada a las finanzas juega un rol relevante en el mundo actual.
Por otro lado, los BRICS tienen diferentes acuerdos entre sí para usar sus propias monedas en los intercambios comerciales. Para citar un ejemplo, China ya realiza el 95% de su comercio con Rusia en yuanes, además de tener acuerdos para negociar en moneda local con Brasil, India, Sudáfrica, Indonesia, Arabia Saudita, Egipto y Etiopía.
![](https://www.cronista.com/files/image/451/451575/622a0f783b7af_728_480!.webp?s=95faf42ffafabad4501c56750d31a00f&d=1739100034&oe=png)
Pero como se expuso previamente, más allá de la lógica sistémica, podemos suponer que el conflicto no terminará aquí. Simplemente porque el dilema no se cierna en una mera discusión de política monetaria o cambiaria, sino que va mucho más allá. Se juega el cómo se entiende la producción, el consumo, la tecnología aplicada a las finanzas. La forma en que deben desarrollarse los pueblos. La moneda es solo una variable más.
¿Quién prevalecerá en está arena de confrontación? Dependerá de un sinfín de alianzas, lógicas productivas, concatenamientos de proyectos de desarrollo socio económico, objetivos de poder militar para adquirir espacio, apoderarse de recursos. Así es, cuando todo está en juego, los ganadores serán los que mejor conjuguen eficazmente el poder duro y blando; quienes articulen eficientemente todas sus herramientas con las capacidades que cada Estado haya podido generar a lo largo de su historia.
En este sentido, no es nada fácil amalgamar los acuerdos interestatales. Pensemos que, para los BRICS, una nueva moneda común supondría una ingente tarea, plagada de complejidades. Un ejemplo de ello, aunque no sea una condición sine qua non para su creación, son los diferentes sistemas políticos y económicos de los miembros actuales, que además se encuentran en distintas fases de crecimiento y desarrollo económico.
China, por ejemplo, es responsable de cerca del 70% del producto interno bruto total del bloque, con 17,8 billones de dólares. El gigante asiático registra un superávit comercial y mantiene una gran tenencia de dólares para respaldar su competitividad como gran exportador. India, por su parte, registra déficit comercial, y su economía solo asciende, en comparación a China, a los 3,7 billones de dólares. A la hora de hacer una política monetaria, comercial y financiera con una moneda en común entre los miembros del bloque y hacia afuera, este escenario, como mínimo, debe tener que tomarse en consideración.
Por supuesto, se pueden aplicar cambios operativos para morigerar los diferenciales que puedan surgir. Por ejemplo, se podría crear una moneda BRICS como una cesta de monedas similar a los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI, en la que el peso relativo de la moneda de cada miembro del BRICS se determinaría en función de su fortaleza económica. Esta moneda no tendría por qué sustituir a las monedas nacionales los países conservarían su soberanía monetaria y no requeriría que los BRICS establecieran un banco central unificado , ya que el Nuevo Banco de Desarrollo del bloque podría encargarse de la emisión de la moneda.
También se puede pensar que la moneda BRICS inicialmente no se utilizaría en escenarios de consumo personal, sino que sólo se utilizaría para acuerdos comerciales internacionales entre bancos. O que se lance en forma de moneda digital, y a su vez se encuentre vinculada a la moneda digital de un banco central en común.
![](https://www.cronista.com/files/image/668/668281/64e8e7f9ef75c_728_465!.webp?s=5d48042dd6240f2b4543ae705b45696b&d=1738421125&oe=jpg)
Del otro lado de la ‘cortina de hierro’ que separa al Norte del Sur Global, es hora de que los EE.UU. y la mayoría de los gobiernos occidentales, comiencen a reflexionar. A pesar de la eficiencia de liquidación y la facilidad de uso que ha ofrecido el dólar en las últimas décadas, y ha convertido a la moneda estadounidense en una parte indispensable del sistema comercial multilateral de posguerra, el BRICS es un recordatorio de los peligros que entraña ignorar las legítimas demandas de países y pueblos de todo el mundo para tener mayor protagonismo, influencia y poder en las estructuras de gobernanza mundial que determinan su destino.
Sino pensemos en cómo la Reserva Federal de los EE.UU. ha aumentado las tasas de interés en los últimos años, lo que ha perjudicado enormemente a los países del sur global por el pago de intereses más altos sobre su deuda en dólares, como así también para con los efectos negativos sobre el tipo de cambio por un dólar fortalecido.
![](https://www.cronista.com/files/image/475/475332/6308048f72431_728_480!.webp?s=19e359249be0f20f74798e64c813029a&d=1739100805&oe=jpg)
Aquí hay que hacer un alto: ojo con el buscar el desacoplamiento, dando lugar a un ‘eterno y estructural rival sistémico’. Porque el BRICS supera a la Alianza Occidental en muchos aspectos: población, tamaño de la economía real, energía, recursos y capacidades de fabricación industrial. El equilibrio de poder entre EE.UU. y sus aliados, y los países Orientales, es hoy muy diferente del que existía durante la Guerra Fría entre Occidente y el antiguo bloque soviético.
Para concluir, en esta disputa por la creación o no de la nueva moneda BRICS, una disputa explícitamente agresiva entre ambos polos sería peligrosamente contraproducente. Por ejemplo, en la actualidad China sigue poseyendo 830.000 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense, además de otros 2 billones de dólares en otros activos denominados en dólares. Perder su influencia no sólo podría dificultar que China contrarrestara las presiones estratégicas estadounidenses, sino que también provocaría un daño mutuo en caso de que Estados Unidos cometiera un error de cálculo estratégico.
En definitiva, probablemente no tengamos una moneda BRICS en el corto plazo; una serie de variables, en un mundo distante de procesos serenos y cohesionados, parecerían demorar el acuerdo. Lo que es pareciera seguro es que, una nueva moneda BRICS, no terminará con las desigualdades sistémicas, la pobreza en el mundo, las guerras por los recursos enmascaradas en disputas culturales. Sin embargo, podríamos afirmar que las potencias del sur global, en un punto de no menor importancia, podrán tildar ‘moneda propia de relevancia global’ de su checklist en el papel.