Dinamarca, el país menos corrupto del mundo según Transparencia Internacional, ha ‘encajado’ un auténtico «escándalo» de lavado de dinero a través de la filial estonia de su principal banco, el Danske Bank.Esta semana, la Autoridad Bancaria Europea abrió una investigación a las mismísimas autoridades financieras danesas y estonias por presuntas responsabilidades ante lo que muchos consideran la mayor trama de blanqueo de la historia.
Entre 2007 y 2015, más de 230.000 millones de dólares de dinero de origen ruso, chipriota y británico, incluidos aparentemente casi 3.000 millones de la élite gobernante en Azerbaiyán, se lavaron a través de la filial del banco en Estonia, otro país altamente transparente según TI. Las primeras informaciones sobre el escándalo salieron por la prensa a la luz en el verano de 2017.
Poco después de conocerse la presunta implicación del entorno del propio presidente ruso Vladimir Putin, allá por principios de 2018, las acciones empezaron a caer de forma tal que el banco vale ahora la mitad que hace un año.
El pasado septiembre el propio Danske Bank publicaba los resultados de una investigación interna. Identificó problemas en sus sistemas de gobierno y control, errores al notificar transacciones sospechosas y la participación de los propios empleados en actividades ilegales. Su CEO, Thomas Borgen, en el cargo desde 2013, dimitió tras reconocer que su entidad no estuvo a la altura de sus responsabilidades.
No se salva nadie
Pese a que no pocos ven el caso como un duro varapalo a los sistemas nacional y comunitario sobre prevención de blanqueo de capitales, el escándalo no ha impedido que Dinamarca se erija como el país menos corrupto del mundo en el índice que publicaba Transparencia Internacional el pasado mes de enero. Estonia, igualmente, conserva una respetable posición, manteniéndose en el Top 20 de los países más transparentes.
«Es triste pero la corrupción privada es mucho menos sancionada que la pública en las encuestas», responde un portavoz de TI a Vozpópuli, en una suerte de reconocimiento de los límites de este indicador, tomado habitualmente como la referencia universal de la transparencia. Lo cierto es que las puntuaciones asignadas por la ONG se apoyan en respuestas dadas fundamentalmente por parte de analistas y empresarios y miden fundamentalmente una «percepción» de «corrupción en el sector público».
Desde la propia Transparencia Internacional, en cualquier caso, han asumido sus límites y han ahondado de hecho en el trasfondo de la paradoja. «Si bien Estonia y Dinamarca recibieron buenas calificaciones en el Índice de Percepción de la Corrupción 2018, Transparencia Internacional recuerda cómo los países con los sectores públicos más limpios han permitido la mayor corrupción en todo el mundo. Estos dos países, en particular, se han convertido en blancos fáciles de individuos y compañías detrás de los ilícitos de 230 mil millones canalizados a través de Danske Bank».
Así las cosas, la propia ONG ha emitido una nota titulada «Problema entre los de arriba: por qué los países mejor puntuados no están libres de corrupción», en la que reconoce abiertamente lo que su indicador no mide: el lavado de dinero.
El círculo vicioso del soborno
«El Índice de Percepción de la Corrupción premia a los países donde las tasas de soborno, desviación de fondos públicos, conflictos de intereses y otras formas de corrupción se perciben como las más bajas dentro del Gobierno. Sin embargo, eso no significa que estos países estén libres de corrupción», dicen desde la ONG, a la vez que apuntan: «El Grupo de Acción Financiera Internacional, que clasifica a los países en 11 categorías en su efectividad contra el lavado de dinero, otorga a solo uno de los siete países mejor posicionados en TI, Suecia, un alto puntaje de efectividad, y eso en solo una de las 11 categorías».
En la misma reseña, la ONG enumera casos de empresas de países en principio limpios como Suiza, Suecia y Singapur, involucradas en casos de sobornos en países menos transparentes, y llama a ‘abrir los ojos’. «El soborno en el extranjero obstaculiza el desarrollo y sesga el campo de juego nivelado del comercio internacional. También puede contribuir a una cultura del soborno, especialmente cuando las empresas de países considerados limpios lo legitiman como un medio para obtener una ventaja comercial. Irónicamente, tales prácticas también pueden reforzar las percepciones de que los países menos desarrollados son más corruptos».
ALD/VP