De entre todas las estrategias militares que despliega el capitán Jair Bolsonaro al frente del Ejecutivo brasileño, ninguna le gusta más que la maniobra de distracción. En ello está. Y le da buenos resultados, teniendo en cuenta su buen momento de forma en las encuestas de popularidad.
Antilavadodedinero / Publico
El máximo mandatario brasileño está consiguiendo enterrar la controversia presidencial con la que su país está despidiendo el año: el Tribunal Supremo ha ordenado a la Fiscalía General investigar unos supuestos informes elaborados por la Agencia Brasileña de Inteligencia para uso personal del clan Bolsonaro, en su afán de librarse de las acusaciones de lavado de dinero y relación con milicias paramilitares.
La agenda pública semanal de Bolsonaro gira, desde que asumió la presidencia el 1 de enero de 2019, en torno a todo tipo de polémicas, generadas a un ritmo lo suficientemente alto como para desconectar a la opinión pública de la realidad.
El líder de Gobierno ha planeado, por ejemplo, vivir enzarzado con el gobernador del estado de São Paulo, João Doria, ambos con la mirada situada en las elecciones presidenciales de 2022. Antes aliados, al comienzo de la pandemia de la covid-19 se convirtieron definitivamente en enemigos públicos: primero con los diferentes puntos de vista en torno a las medidas de distanciamiento social, y ahora con la vacuna.
Bolsonaro, durante toda esta crisis sanitaria –que deja ya cerca de siete millones y medio de casos y más de 190.000 fallecidos–, se viene refiriendo a la vacuna CoronaVac, fabricada por la compañía biofarmacéutica Sinovac, como «vacuna china», negándose por motivos ideológicos a negociar su compra –el estado de São Paulo lo ha hecho por su cuenta–.
«La eficacia de aquella vacuna de São Paulo parece que está muy bajo, ¿no? El porcentaje es bien bajo», ironizó el presidente tras el aplazamiento de la publicación de los resultados de la fase tres. El nuevo ataque formó parte del verdadero mensaje navideño del presidente, que no llegó en la tradicional intervención en la noche del 24 de diciembre a través de las cadenas públicas de televisión y radio, sino minutos antes, en su semanal emisión de cada jueves a través de sus perfiles oficiales para sus vastas comunidades de internautas.
Mientras tanto, avanza tras las cortinas de humo el escándalo que provoca dolores de cabeza al presidente desde que a principios de 2019 desapareciera del mapa Fabrízio Queiroz, asesor parlamentario de su hijo mayor, Flávio Bolsonaro, y amigo personal del presidente.
La bomba luego amenazó con estallarle en las manos cuando el exministro de Justicia, Sérgio Moro, dimitió tirando de la manta, acusando al presidente, entre otras cosas, de acciones que si se confirmaran se encuadrarían en delitos de coacción, prevaricación, obstrucción de la Justicia y corrupción pasiva privilegiada.
Bolsonaro, según Moro, buscaba tener acceso restringido a las investigaciones que le relacionaban a él y a su familia, a través de Fabrízio Queiroz, con las ya conocidas tramas de lavado de dinero en torno a las milicias paramilitares de Río de Janeiro.
En junio de este año, por fin, apareció –y fue detenido– Queiroz: estaba escondido en casa del abogado de los Bolsonaro. Entre todos protegían al hombre que coordinaba de primera mano los movimientos bancarios fraudulentos originados en el despacho de Flávio Bolsonaro, cuando el hoy senador era diputado de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro.
Por eso, la pelea por la presidencia de la Cámara de Diputados es encarnizada también. Se busca al sucesor de Rodrigo Maia (Demócratas, DEM). En sus manos seguirá estando, si las cosas se tuercen para Bolsonaro, la aceptación a trámite de alguno de los pedidos de impeachment presentados contra Bolsonaro, por delitos de responsabilidad. Maia, de momento, los ha obviado todos.
Los esfuerzos de Bolsonaro en este final de año, además de la creación de polémicas artificiales para colapsar los medios de comunicación y las redes sociales, se centran en esta articulación política: necesita dirigiendo la Cámara de Diputados a un buen socio. Juega a favor de Bolsonaro el hecho de que el mes de enero, en Brasil, es periodo de nula actividad pública tanto en el Poder Judicial como en las dos cámaras del Poder Legislativo.
Las amistades peligrosas del presidente Bolsonaro le mantendrán también en el ojo del huracán durante los primeros meses de 2021. Sus dudosos vínculos con poderosas organizaciones delictivas de su estado, Río de Janeiro, quedó contextualizada en la reflexión que el diputado federal Marcelo Freixo (Partido Socialismo y Libertad, PSOL) dejó hace unas semanas, con motivo de las recientes elecciones municipales.
«En São Paulo, Bruno Covas y Guilherme Boulos han disputado quién gobernará la ciudad. En Río, apenas se ha disputado quién iba a ganar las elecciones, porque quien manda en la ciudad es quien controla los territorios, y quien controla los territorios en Río no es el alcalde, sino las milicias«, declaró Freixo