Carlo Ponzi tiene el dudoso honor de haber pasado a la historia como el inventor de la estafa piramidal, un método emulado por otros muchos timadores tanto a nivel internacional, como Bernard Madoff, como local.
Lo que hacía Ponzi, un italiano que emigró a EE.UU. en su juventud, era captar inversores a los que prometía unos rendimientos del 50% de su capital en dos meses. Ello funcionó durante un año porque con el dinero que captaba pagaba los intereses. Pero todo se derrumbó y Ponzi acabó en la cárcel tras un intento de linchamiento.
Era un personaje estrafalario, que vestía como un dandi y se desplazaba en coches de lujo. Utilizaba bastones con empuñadura de oro y vivía en una suntuosa mansión de decenas de habitaciones.
Pero en 1903, cuando emigró a Estados Unidos procedente de Rávena, tuvo que sobrevivir como friegaplatos, mozo de almacén y vendedor ambulante. A los pocos años de instalarse en su nuevo país, fue condenado a una pena de cárcel por intentar estafar a una anciana en el banco donde trabajaba. Ya apuntaba maneras, pero todavía era imposible adivinar que llegaría a engañar a decenas de miles de inversores en lo que luego se llamaría «esquema Ponzi», nombre que todavía recibe el fraude piramidal en Estados Unidos.
Ponzi vendía en 1919 unas guías de comercio cuando se le ocurrió la idea de montar un negocio con los cupones postales que los emigrantes italianos enviaban a su país de origen. Esos cupones eran canjeables en sellos. El beneficio era teóricamente seguro porque ganaba un margen por las diferencias de cambio. El avispado Ponzi creó una empresa llamada Securities Exchange Company, que en la práctica se convirtió en un banco porque captaba dinero a cambio de esos intereses astronómicos.
La gente se volvió loca por invertir en la sociedad, llegando incluso a hipotecar sus viviendas. Pero al cabo de casi un año empezaron a surgir las sospechas hasta el punto de que un buen día miles de clientes hicieron cola en la sede de Securities en Boston para pedir la devolución de su dinero. Ponzi salió a la calle, invitó a comer a los desconfiados y devolvió en unas horas cerca de dos millones de dólares. Pero su suerte estaba echada.
Semanas después, el analista financiero Clarence Barron publicó en el Boston Post una exhaustiva radiografía de la empresa, concluyendo que los cupones que poseía Ponzi no bastaban ni para cubrir el 1% de sus obligaciones de pago.
El 1 de noviembre de 1929 Ponzi fue detenido y condenado a cinco años de prisión por un tribunal de Boston. Obtuvo la libertad tras cumplir la mitad de la pena, pero fue vuelto a procesar por estafa por otro juez federal.
En el último momento, cuando Ponzi estaba ya en un barco que le iba a llevar a México, fue arrestado. La Justicia decidió expulsarle del país porque seguía manteniendo la nacionalidad italiana. Acabó sus días en Brasil, donde trabajó varios años para una compañía aérea. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, se quedó sin empleo. Murió en 1949 en Río de Janeiro en un hospital de beneficencia.