Cómo el crimen organizado de Brasil se apoderó de las rutas más importantes del narcotráfico en Sudamérica

Brasil narcotráfico

Los sangrientos acontecimientos de la primavera de 2006 en Sao Paulo, Brasil, evidenciaron el poder del Primeiro Comando da Capital (PCC), considerada la organización criminal más dominante en ese país.

Antilavadodedinero / BBC.com

El 12 de mayo de ese año, el PCC orquestó varios motines carcelarios y atacó comisarías estatales que dejaron más de 30 agentes de seguridad muertos.

Sao Paulo se paralizó: se decretó el toque de queda y se sembró el caos. Más de 500 civiles perdieron la vida en medio de los enfrentamientos entre la policía y la banda.

En 2011, un estudio conjunto de la Universidad de Harvard y Justicia Global, grupo defensor de derechos humanos en Brasil, aseguró que los ataques del PCC fueron una reacción a la «corrupción oficial» de la policía y que muchas de las muertes de civiles se debieron a la brutalidad de las autoridades.

Se conocía el poder del PCC dentro de las cárceles, pero aquella fue la primera vez que la poderosa banda propagó de tal manera la violencia en las calles.

Hoy, casi 15 años después de esos hechos y casi 30 desde su creación en la década de los 90, el PCC no es solo hegemónico en Brasil, sino también en Sudamérica.

Esto lo aseguran informes y académicos consultados por BBC Mundo.

El PCC y otras organizaciones poderosas como el Comando Vermelho (CV) y la Familia do Norte (FdN) primero controlaron las cárceles y luego varios estados brasileños. Entonces, expandieron su poder fuera de Brasil y dominaron varias rutas de narcotráfico, su negocio más rentable.

Todo gracias a la fragmentación del negocio de la droga y a la desaparición de los grandes cárteles de los 80, la dificultad de los estados para controlar el narcotráfico y el incremento de la población carcelaria, que ha nutrido las filas tanto del PCC como de otras organizaciones criminales en Brasil.

Reclutamiento carcelario

El PCC nació a comienzos de los 90 en una prisión de máxima seguridad en Sao Paulo. Surgió con el objetivo de mejorar las malas condiciones que los presos aseguraban sufrir.

«La creación del PCC mejoró la calidad de vida de muchos presos, que encontraron protección pagando una cuota mensual», dijo a BBC Mundo Carolina Sampó, coordinadora del Centro de Estudios sobre Crimen Organizado Transnacional.

De forma similar se había creado el CV, la segunda organización más poderosa de Brasil, en los años 70.

«Progresivamente, estos grupos engrosaron sus filas. En eso contribuyó el aumento de la población carcelaria y el deterioro de las condiciones en prisión. El PCC y el CV se convirtieron en garantía de seguridad y bienestar», comenta a BBC Mundo Marcos Alan Ferreira, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Federal de Paraíba, en Brasil.

Sampó añade que una política «errónea» del gobierno federal también fomentó el crecimiento de estos grupos.

«Se trasladaron prisioneros a otras cárceles para frenar la criminalidad y lo único que se consiguió fue multiplicar el problema», dijo la investigadora.

Y es que se considera a Brasil como el tercer país con más reos del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y China, con más de 750.000 prisioneros, según datos del Departamento Penitenciario Nacional.

Una vez salían de las cárceles, los miembros de estos grupos se instalaron en la periferia de las ciudades más pobladas. El CV se asentó sobre todo en Río de Janeiro y el PCC en Sao Paulo, aunque hoy tiene integrantes en casi todos los estados.

Según un informe redactado por Sampó para el Real Instituto Elcano en 2019, el PCC tiene más de 29.000 miembros, de los cuales alrededor de 7.000 están encarcelados.

Poco a poco, dominaron territorios y esto condujo a la proliferación del narcotráfico. Otros negocios de estos grupos incluyen el contrabando de cigarros y de productos electrónicos. Pero la gran parte de sus fondos viene de las drogas.

«El grado de pobreza y desigualdad de la sociedad brasileña también fomentó la penetración de estos grupos. En muchas zonas deprimidas no se les ve con malos ojos. En cierto modo organizaron los barrios y contribuyeron a la paralización de la violencia», cuenta Ferreira.

Sin embargo, aunque en un comienzo establecieron pactos de no agresión, tanto el CV como el PCC y otras facciones criminales de menor alcance se enfrentaron en guerras violentas para adquirir mayor control territorial y favorecer sus redes de narcotráfico.

De estas guerras, el PCC está saliendo vencedor. «Su ambición posibilitó su expansión tanto dentro como fuera de Brasil», dice Sampó.

Negocios transnacionales

Varios informes indican que el PCC es hoy el dominador absoluto de la «ruta caipira», que va desde Perú y Bolivia, pasa por Paraguay y termina en Brasil.

Perú y Bolivia son productores destacados de la hoja de coca y Paraguay de marihuana.

El mercado brasileño de drogas es muy rentable para estas organizaciones, de acuerdo con los académicos consultados por BBC Mundo. Informes de la Organización de Estados Americanos y las Naciones Unidas apuntan a que es uno de los países líderes en consumo de cocaína y marihuana del mundo.

Además, su extensión supone casi la mitad de Sudamérica, cuyas largas costas sirven como puerto de salida de la droga hacia otros continentes y sus vastas selvas y fronteras dificultan la labor de las autoridades.

«Estos grupos criminales son auténticos negocios empresariales. Su expansión tiene motivos económicos, reducir costos. Se establecen en Paraguay y Bolivia, y en menor medida Perú, porque allí se produce», explica Sampó.

La investigadora añade que la fragmentación del negocio de la droga en el continente favoreció el protagonismo del CV y el PCC.

«La desaparición de los carteles de Medellín y Cali dejó espacio a otros actores, menos piramidales, cuya organización es horizontal y compleja y por lo tanto más difícil de rastrear», continúa Sampó.

«El PCC trae la droga por esta ruta caipira y la deja en puertos brasileños, donde mafias europeas se la llevan a su continente, a África e incluso Asia», explica Ferreira.

La penetración en otros países limítrofes no solo ha atendido a la búsqueda de recursos logísticos, sino también humanos.

En Bolivia y Perú ha establecido contacto directo con los productores cocaleros, según Sampó.

El PCC, una vez dentro de otras naciones, ha incorporado a criminales locales, especialmente en Paraguay, «un país con una gran población carcelaria brasileña», dice la investigadora.

Infiltrados

El pasado mes de enero, la fuga a través de un túnel de 75 prisioneros pertenecientes al PCC de una cárcel en Pedro Juan Caballero, en la frontera paraguaya con Brasil, ocupó varios titulares de la prensa internacional.

De esos 75, 40 eran brasileños.

La fuga, junto al llamado «robo del siglo» en 2017, cuando 50 asaltantes atracaron la sede de Prosegur y se llevaron US$40 millones, son termómetro de la penetración del PCC en este país.

El día después de la huida masiva la ministra de Justicia paraguaya, Cecilia Pérez, aseguró que había «una fuerte sospecha de que los funcionarios están involucrados en el esquema de corrupción».

En eso coincide Arnaldo Giuzzio, ministro de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad).

«No hay forma en que esa fuga se haya realizado sin colaboración de los funcionarios de prisión. Es una situación preocupante», dijo en entrevista a BBC Mundo.

Giuzzio incidió en la pugna de poder del PCC y también del CV en Paraguay y señaló que las zonas más críticas son las fronterizas Pedro Juan Caballero y Capitán Bado.

En 2017, Paraguay produjo hasta 1.289 toneladas de marihuana, lo que le convierte en el líder de la producción de Sudamérica, de acuerdo a datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

«Que el segundo estado con más actividad del PCC sea Mato Grosso del Sur no es casualidad. Es el más próximo a Paraguay, donde controlan gran parte de la producción de cannabis», dice Ferreira.

El académico señala, además, que su colaboración con miembros de las fuerzas de seguridad paraguayas ha facilitado la gran penetración del PCC.

En Bolivia

La presencia del PCC en Bolivia también es notoria y eso ha sido reconocido por las autoridades oficiales de ese país.

A comienzos de este mes, José Dulfredo García, director general de Régimen Penitenciario en Bolivia, afirmó que «es un país muy apetecible para el tráfico de drogas y que el PCC estaba operando en la zona del Chapare».

En el mismo comunicado, Dulfredo pidió la colaboración de las autoridades de inteligencia y otros organismos para analizar la presencia del PCC en las cárceles y conocer sus planes.

El comunicado se publicó a propósito de la explosión en una celda de la cárcel Mocoví de Trinidad, al norte de Bolivia, donde murieron tres reos.

Las autoridades señalaron como culpable a Lucas Rosendi Zabala, miembro del PCC, que según el gobierno hizo estallar la granada por una pugna de poder.

La disputa de la ruta amazónica

El dominio incontestable del PCC en la ruta sureña de caipira es más difuso en el noroeste, en las fronteras amazónicas con Colombia, Perú y Bolivia.

Allí el botín está más repartido. Tanto el Comando Vermelho como la Familia do Norte y otros grupos criminales satélites le discuten el dominio al PCC.

Se trata de la disputa por la ruta de Solimoes, principal corredor de droga en la triple frontera amazónica.

Es una zona estratégica por la proximidad con Perú y Colombia, dos prolíficos productores de cocaína.

«Además, es un lugar que por su vegetación densa y ríos caudalosos se erige como un área logística especial. Aquí no existe tanta policía que les controle», explica Ferreira.

«El botín se disputa entre las bandas brasileñas, pero se reparte con los carteles colombianos. Hay más competencia. No como en el sur, donde el PCC conquistó la ruta relativamente fácil», añade el académico.

Sampó y Ferreira opinan que la lucha violenta entre las bandas brasileñas no se dará contra los carteles colombianos, al menos en el futuro cercano.

«Han elegido tener una buena relación con ellos para vender su droga lo más barato posible. Es complicado rivalizar con los carteles colombianos», opina Ferreira.

«Les preocupa primero la hegemonía local y el control de las rutas en Sudamérica. Hacia el norte, Centroamérica y Estados Unidos, el dominio sigue siendo de los carteles colombianos y mexicanos; manejan mercados distintos», dice Sampó.

La investigadora no titubea, sin embargo, al afirmar que el PCC es actualmente la organización criminal más poderosa de Sudamérica, aunque su penetración en países que no son productores de droga es más limitada.

Algunos reportajes en la prensa atribuyen crímenes al PCC en países como Uruguay y Argentina, pero Sampó descarta una presencia notable en estos países.

«Se trata de países que son más mercado comprador que centro de operaciones. De ahí a que su presencia en otras naciones sudamericanas sea menor», explica Ferreira.

«Desconocemos cuánto más puedan expandirse en el futuro. Ahora mismo, aunque tengan contactos en estos países y operen con mafias europeas, no creo que sea su prioridad», concluye Sampó.

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