A la dictadura en Cuba le salió todo mal. Creía que iba a ganar al militarizar la isla e impedir las marchas y protestas del pasado 15 de noviembre. En cambio, demostró al mundo su naturaleza represiva y antidemocrática. La dictadura actuó como lo que es: un brutal sistema que mata y ahoga cualquier disidencia.
Antilavado de Dinero / El Nuevo Herald.
Pero algo se ha roto en Cuba. El régimen ya no tiene el control ideológico y emocional sobre su población. Actúa como quien fuerza a su pareja a quedarse en un matrimonio infeliz. Los cubanos han perdido el miedo. Cuando eso ocurre las dictaduras se ponen a la defensiva y en modo de sobrevivencia. Y pueden caer.
“Los jóvenes que salieron a las calles son los que no tenían nada que perder porque lo habían perdido todo”, escribió sobre las primeras marchas en julio la periodista Yoani Sánchez del medio digital 14 y Medio. Y luego explicó cómo se sentía el cambio. “Las calles cubanas, tan volcadas a la queja cotidiana, han comenzado a hablar de otra manera desde el pasado 11 de julio, cuando una muchedumbre las recorriera al grito de libertad”.
El lado correcto de la historia siempre es el de la democracia y la libertad.
En América Latina tenemos tres dictadores: Miguel Díaz-Canel en Cuba, Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. Y, por definición, los dictadores nunca dejan el poder por las buenas. Hay que sacarlos de ahí. No estoy a favor de ninguna invasión militar estadounidense ni de la violencia interna para hacerlo. Pero sí creo que los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses tienen un legítimo derecho de vivir en democracia y de buscar cómo tumbar del poder a su dictador.
Nunca es fácil, pero se puede lograr.
Los chilenos sacaron al brutal general Augusto Pinochet del poder durante un plebiscito en 1988 donde el 56% de los votantes dijeron “NO” a una extensión de sus 15 años de muerte, torturas y tiranía. Y en 1990 fui testigo de cómo los propios nicaragüenses obligaron a los sandinistas a dejar el poder. Violeta Barrios de Chamorro le ganó en una elección a Daniel Ortega. Y su hija, Cristiana Chamorro recuerda cómo Ortega lloró públicamente luego de su derrota.
Pero hoy Cristiana está en arresto domiciliario. A pesar de que las encuestas la mostraban como una de las candidatas presidenciales favoritas para vencer a Ortega, no se le permitió participar en las elecciones del 7 de noviembre, que se convirtieron en una farsa. Otros seis candidatos también siguen presos.
“Sí es un dictador”, me dijo Cristiana Chamorro sobre Daniel Ortega en una entrevista en marzo pasado y pocos días antes de ser detenida. “Es un dictador represivo. Y se ha convertido en un dictador monstruoso. Aquí en Nicaragua hemos vivido unas cosas que no habíamos visto jamás en décadas: represión, tortura, cárcel”.
Venezuela también vive momentos muy difíciles. “El ilegítimo régimen autoritario de Nicolás Maduro ha usurpado el control sobre el poder ejecutivo, judicial, legislativo y electoral”, denunció el reporte anual de violaciones a los derechos humanos del Departamento de Estado. A pesar de eso, la oposición —a veces dividida y otras no tanto— sigue buscando maneras de terminar con la dictadura que comenzó con Hugo Chávez.
No hay fórmulas para sacar dictadores. Pero varios líderes venezolanos, como el exprisionero político Leopoldo López, han condicionado la vía electoral. “Hay muchas condiciones para que una elección pueda ser libre, justa y verificable”, dijo López en el Foro Madrid Empresarial el pasado mes de abril. Y mencionó cinco: 1) Cronograma electoral; 2) Tribunal electoral imparcial como arbitro; 3) Que los partidos políticos sean legítimos (y no a favor del gobierno); 4) Que se permita a todos a participar (sin inhabilitar candidatos); y 5) Que haya observación electoral.
Es prácticamente imposible que Maduro y sus rufianes acepten estas condiciones. ¿La razón? Perderían inmediatamente el poder y muchos podrían terminar en cárceles internacionales. Y Leopoldo López lo sabe. “La principal razón por la cual Maduro sigue en el poder es el hecho de que sigue recibiendo respaldo de poderosos países muy activos en promover la expansión del autoritarismo en todo el mundo”, dijo en el Oslo Freedom Forum. Y citando a países como Irán y Rusia, López dijo que las dictaduras “se alimentan entre sí, se ayudan entre ellas, aprenden de sus propias lecciones y han aprendido a cómo reprimir las protestas en las calles”.
Así vemos con preocupante repetición cómo la represión de jóvenes manifestantes en Cuba, Nicaragua y Venezuela es muy parecida. También Ortega inhabilitó y encarceló a candidatos presidenciales de la misma manera en que antes lo había hecho Maduro con Leopoldo López y varios más. Los represores se copian, se adulan y se creen sus propias mentiras.
Pero también vemos que los opositores de distintos países latinoamericanos han encontrado los puntos débiles de las dictaduras. A pesar de la censura oficial en los medios de comunicación, nada puede bloquear totalmente un tuit o un mensaje en las redes sociales. La internet puede ser bloqueada temporalmente. Aunque siempre hay rendijas digitales.
Y algo que me llena de esperanza es la naturaleza totalmente pacífica de los movimientos opositores en Cuba, Nicaragua y Venezuela. No acumulan armas y no se trata de matar a nadie. Se trata de acabar con la tiranía impulsados por una canción como “Patria y Vida” o por un poema surgido en la madrugada entre los artistas de los movimientos San Isidro o Archipiélago. Yotuel observaba en la entrevista que el mismo romanticismo que impulsó originalmente a la revolución cubana ahora está del lado de los disidentes y opositores.
“Es el fin de la utopía”, me dijo la escritora cubana Wendy Guerra, “pero también es el fin de una revolución de más de seis décadas. Se rompió el nexo entre el Estado y el pueblo.” Y luego, desde Miami, me hizo una atrevida predicción: “Voy a volver a Cuba muy pronto porque yo creo que en menos de dos años el pueblo ya tomó su lugar; lo vamos a hacer”.
El optimismo —la vida— está hoy de parte de los que luchan por la libertad y la democracia en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sus ideas y propuestas por el cambio me recuerdan tanto la campaña de “La Alegría Ya Viene” que sacó a Pinochet del poder. Mientras que la muerte y la podredumbre, en sus muchas manifestaciones, es el fétido olor que sale del club de los tiranos como Díaz-Canel, Maduro y Ortega. A ellos los encuentro dibujados con todas sus corrupciones y arrugas en El Otoño Del Patriarca de Gabriel García Márquez.
Al final, existe la maravillosa convicción de que van a perder. El estado de terror se ha resquebrajado. Hay mil maneras de tumbar al dictador. Basta que una funcione.
Por: Jorge Ramos.