Había prisa, el New York Times publicaba artículo tras artículo contra el dictador, enviando un mensaje que bien sabían leer los militares venezolanos. Entretanto, crecía la crisis de la OTAN creada por la omisión de apoyo de Estados Unidos a Inglaterra cuando Egipto nacionaliza el canal de Suez. Considerándose traicionados por los norteamericanos, los ingleses dijeron «basta» y la organización quedó casi disuelta, la sede era un edificio con unos escritorios y unas secretarias, sin ningún jefe.
Si el distanciamiento entre los Estados Unidos e Inglaterra se hubiese acentuado, Pérez Jiménez habría triunfado, Guayana Británica habría sufrido una invasión tipo blitzkrieg y como añadido habría sido creada la Israel esequiba que gestionaba Miguel Moreno.
Alarmas mayores podían pesar en el ánimo inglés. Si el gordito venezolano asaltaba y dominaba la Guayana Británica nadie podría impedir el triunfo de los sectores antibritánicos dentro del stablishment de Washington. Todo el lobby probritánico, de poderosísima influencia en el Congreso, en la Casa Blanca, en el ánimo mismo de Eisenhower, no podría detener una oferta que les hiciera Pérez Jiménez, si dijera «Ya está removida la llave inglesa, procedan a canalizar el Orinoco y a concatenarlo con la red canalera norteamericana y a absorber a América Latina».
Ante tal supuesta oferta perezjimenista, podría advenir un bloqueo norteamericano al delta del Orinoco, asociado a uno impuesto por la marina de guerra venezolana. Sería el fin de la OTAN, la expulsión de Inglaterra de América Latina. Lo que quizá se frustró en 1948 podría suceder en 1958.
Claro, tendrían en contra al Departamento de Estado, en poder de Adolf Berle, muy amigo de Rómulo Betancourt y de la línea OTAN. Pero un golpe puso a girar el tornillo de la historia a favor de la OTAN: la noche del 17 de diciembre de 1957, la transmisión de la lucha libre por la televisión venezolana fue interrumpida por una noticia internacional urgente:
«Hace unos minutos, la Unión Soviética anunció que ha colocado en la estratósfera un satélite artificial que describe una órbita terrestre cada quince horas. El satélite se llama Sputnik y es el primero de una serie que lanzará la potencia comunista en los próximos años para fines de exploración espacial».
¿Exploración espacial? No sólo eso. Quien tiene potencia para colocar un proyectil en la estratósfera la tiene para ponerlo sobre la ciudad de Nueva York, sobre Londres o París. El 18 de diciembre, más o menos, la mitad inferior de la primera página de La Esfera noticiaba de una reunión diplomática entre europeos y norteamericanos que estaba sucediendo en Turquía. ¿Qué tenía que ver eso con el Sputnik? Todo, los países europeos estaban aterrados con el poder cohetero soviético y pedían esta reunión para impetrar auxilio. Los comentaristas escribían que era la reunión más importante sucedida desde el Congreso de Viena de 1815.
Según explicación dada por Pérez Jiménez al autor de estas líneas en Madrid, su derrocamiento se semiacordó en la reunión de Turquía. Lo de que Inglaterra no perdonaba ultraje se acabó, ella y Francia aparecieron humildísimas delante de Foster Dulles. Perdonaban el abandono que Eisenhower les hizo delante de Nasser, las marramuncias con Mossadeq, lo de Arabia Saudita y Vietnam, todo. Antes se habían negado a que Estados Unidos pusiera cohetería en Europa apuntando a Rusia, ahora la pedían. Lo único que solicitaron a cambio fue la salida de Pérez Jiménez, a quien consideraban intrigante, un nuevo Mossadeq.
A Eisenhower tampoco le convenía en Venezuela Pérez Jiménez en cuanto era agasajador de las corporaciones petroleras que convenía a los Estados Unidos anclar en el Medio oriente, pero no cedió, persistía el temor a la infiltración comunista en el movimiento que tomaría el poder. Su servicio secreto le advertía contra un inscrito en el partido social cristiano Copey.
Entonces vino el alzamiento del primero de enero de 1958. Aviones de guerra sobrevolaron la ciudad de Caracas disparando y lanzando bombas contra el palacio presidencial. Un oficial llamado Hugo Trejo, de otra fuerza, apareció comandándolo. Pérez Jiménez sobrevivió en la presidencia tras aceptar el retiro de su gobierno de Pedro Estrada, el policía de las torturas, y Laureano Vallenilla Planchart, ministro de policía, tenido como el Maquiavelo del régimen.
No es fácil saber el signo del alzamiento del Primero de enero, pero es lo cierto que el doctor Giacopini Zárraga reapareció en el palacio de Miraflores. Regresaba del exilio dorado que las conspiraciones antibritánicas de Pérez Jiménez le habían obligado a asumir. Vivió en París, adjunto a la filial de la Shell en esa ciudad, que le suministró los cursos del idioma, una muy hermosa amante francesa, un gran apartamento, durmió una noche en el palacio real inglés, recibió cursos de relaciones humanas que completaron su natural propensión al trato señorial.
Ahora lo necesitaba porque para Pérez tenía que ser humillante colocarle a Venezuela en las manos, porque eso era lo que hacía. De semidestruir a la Guayana británica y a la OTAN pasaba el militar a admitir un gobierno de la Shell. Giacopini removió todos los comandos militares del país, nombró nuevo gabinete ministerial, pero Pérez Jiménez ordenó abrir las cajas fuertes que tenía la embajada norteamericana en algunos bancos de Caracas. E
n el Ministerio de la Defensa venezolano había un número eléctrico manejado desde Washington, que se encendía cada tres segundos diciendo “No hay novedad”, el 22 de enero de 1958 en la tarde se encendió dando orden de separar al general Marcos Pérez Jiménez de la presidencia de Venezuela. El contralmirante Wolfgang Larrazábal dirige el derrocamiento. La Israel esequiba estaba frustrada de momento.