Entre los trabajadores de Loomis, circula una metáfora que encapsula muy bien el momento que atraviesan las empresas de transporte del dinero: “¿Por qué cuando inventaron el ascensor no quitaron las escaleras? Por si había un incendio, como precaución. Pues lo mismo ocurre con el dinero en efectivo y los pagos electrónicos”.
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En una mesa del castillo fortificado de Loomis, en Vicálvaro, ocho millones de euros en billetes de 50 esperan a ser trasladados a la cámara acorazada. Estas cantidades, sin embargo, no impactan a los empleados que han venido a trabajar este lunes. Hasta la pandemia, ellos estaban acostumbrados a que desde primera hora se acumularan montones de billetes que traían los furgones blindados de sus trayectos de madrugada a gasolineras, restaurantes o bancos.
Sin embargo, uno de los efectos colaterales de la crisis sanitaria ha sido el aceleramiento del “uso de los métodos de pago sin efectivo”, según el Banco Central Europeo. Otros estudios del sector cifran en un 70% el número de españoles que han limitado el uso de dinero en metálico en el último año. Y esta caída ha provocado, entre otras cosas, el fin de las rutas nocturnas de Loomis porque ya no salen rentables. Pero desde la empresa señalan otras razones diferentes a la pandemia.
“Ha habido una presión brutal de las grandes tecnológicas y los bancos por acabar con el efectivo”, explica Gonzalo Suárez, asesor jurídico y tecnológico de Loomis, en las oficinas de Vicálvaro. Suárez insiste en que la crisis sanitaria ha sido una anomalía estadística —y no la nueva normalidad— y que el efectivo y las opciones de pago electrónicas siempre han convivido bien. “En esta batalla, somos David contra Goliat, porque pelear contra Apple, Google o Amazon, que están expandiendo sus negocios, junto a los bancos… es muy complicado”.
En apenas un año, plataformas tecnológicas como Bizum se han disparado, los bancos han cerrado sucursales y cajeros y las grandes tecnológicas han preparado el desembarco para ofrecer también servicios financieros. Además, en un intento por reducir el blanqueo de capitales, el Gobierno de Pedro Sánchez limitó hace unas semanas los pagos entre empresas de 2.500 euros a 1.000. “Persiguen el fraude del pobre y se olvidan del fraude del rico”, apunta Suárez.
Ante esta situación, Loomis, cuya sede principal está en Suecia, abre sus puertas a El Confidencial en un gesto prácticamente inédito en la historia de la industria. Hasta la fecha, el sector —que se compone principalmente de Loomis y Prosegur— siempre había preferido alejarse de los focos mediáticos por tratarse de un negocio opaco y basado en la confidencialidad. Pero ahora han decidido movilizarse para lanzar un mensaje: “¿En qué tipo de sociedad queremos vivir?”, se pregunta el asesor de Loomis. “¿Queremos depender solo de grandes compañías chinas y estadounidenses transnacionales o vivir en un modelo mixto?”.
No es como en las películas
Acompañamos a un furgón blindado con tres hombres para recoger dinero en distintos puntos de la Comunidad de Madrid. En 1976, con la caída de la dictadura franquista, los negocios de seguridad privada empezaron a florecer y el CEO de Prosegur mandó circular su único furgón durante las 24 horas del día por Madrid para que los ciudadanos pensaran que había más y confiaran en sus servicios. Ahora las ciudades españoles están llenas de furgones amarillos (Prosegur) o blancos con seña de identidad roja y negra (Loomis).
Desde entonces, estas empresas se encargan de recoger efectivo para minimizar el riesgo de robo y almacenarlo en su sede, entregar cambio para el día a día o transportar y escoltar todo tipo de objetos de valor como obras de arte, armas o cargamentos de teléfonos móviles.
El primer destino de nuestro viaje es un locutorio en Vicálvaro. El conductor se queda en el furgón —bajo ningún concepto se puede quedar vacío, nos explican— y el escolta y el jefe de equipo entran. El primero vigila y el segundo entra para coger el dinero. “Con la pandemia, sí que se ha notado la bajada de efectivo”, explica Pilar, gerente de los 29 centros de Europhil, que se encarga sobre todo de envíos de dinero a otros países. Armando, el jefe de equipo, abre con su llave la caja del locutorio. La mayoría tienen dos llaves, una la guarda el cliente y la otra la empresa de seguridad. En algunos casos, los establecimientos ni siquiera tienen una llave y lo advierten en su puerta a posibles ladrones.
Después nos dirigimos a un supermercado en la sierra de Madrid. El furgón aparca cerca, porque por seguridad el conductor tiene que ver la puerta del establecimiento.
—¿Qué tal? ¿Cómo le va el día? -—pregunta Ramsés al encargado.
—Entre el calor que tengo y las cosas que hay que hacer el lunes…
“Intentamos los mínimos lazos posibles por razones de seguridad”, explica después Ramsés. Y añade: “Pero un poco de cortesía nunca viene mal”.
amsés lleva toda su vida trabajando en este sector. Primero en Extremadura, su tierra natal, y después en Madrid. Mientras su compañero recoge el dinero, él no para de observar a todos lados por si detecta algo raro, incluso cuando responde las preguntas de este periodista. “Queremos ser maniáticos y no relajarnos nunca. ¿Por qué? Porque la rutina siempre te lleva a cometer errores”. Y añade: “Lo que más alarma te causa son las motos, porque tienen fácil huida”.
Pasamos por una gasolinera y varios locales comerciales más. El furgón va tachando destinos bajo el sol abrasador de las 12:30 del mediodía sin ningún percance. Durante todo el viaje tratamos de extraer a los agentes de seguridad alguna anécdota o algún intento de robo. Pero es difícil. “Ahora mismo no se me ocurre nada”, dice Armando, quien lleva 25 años trabajando en este sector. Cuando se le insiste por algo muy fuera de lo común, Ramsés, su escolta, sale al paso: “Piensa que nuestro trabajo consiste en que nunca pase nada”.
El Dioni ya no podría robar el furgón
A finales de los años noventa se produjeron varios intentos de robos a furgones blindados. El más famoso —y el que tuvo un relativo éxito— lo protagonizó Dionisio Rodríguez Martín, más conocido como ‘El Dioni’, quien se llevó un furgón blindado de la empresa Candi SA. El Dioni trabajaba como conductor de la empresa y aprovechó la ausencia de sus dos compañeros para escapar con el furgón hacia su coche, donde colocó las sacas de dinero (298 millones de pesetas). Más tarde huyó a Brasil, donde fue detenido y extraditado a España.
Ese robo hoy día sería impensable. Si uno echa un vistazo al blindado —que incluso tiene troneras para incrustar ametralladoras, aunque “afortunadamente” nunca se han usado, según explican desde la empresa—, se da cuenta de que sería muy difícil que los ladrones tuvieran éxito. Dentro del furgón de Loomis, que comparte por ley las mismas características que los de Prosegur, hay otra caja fuerte (llamada cofre) donde los agentes de seguridad introducen las sacas de dinero con billetes. Una vez que lo han metido ahí ya no lo pueden sacar hasta que no vuelvan al centro de operaciones en Vicálvaro, donde tienen la llave para abrir la caja.
Otro intento de robo menos conocido ocurrió en Parque Sur. Los ladrones pusieron una bomba-lapa, pero el furgón apenas sintió nada. “El conductor pensó que había sido un pinchazo”, cuenta un trabajador de seguridad que recuerda el suceso. Y añade: “Las películas como ‘La Casa de Papel’ son inverosímiles porque no cumplen ningún protocolo de seguridad”.
Acabamos en un centro comercial de Arturo Soria, junto a un supermercado. Durante los meses más duros de la pandemia, estos negocios insistieron en que, por razones sanitarias, era recomendable realizar el pago con la tarjeta ‘contactless’. Ahora, incluso sabiendo que la gran mayoría de los contagios se produce por aerosoles y no por contacto, prefieren alejarse del efectivo por un sencillo motivo: ahorran costes.
Durante décadas, se ha anunciado la muerte definitiva del efectivo. Pero pasaban los años y en España, una sociedad más propensa que la media europea a usar efectivo, se seguía pagando en metálico. Incluso con la retirada de los cajeros automáticos, la mayoría de los españoles usaba el efectivo —en 2019, el 66% de todos los pagos que se hicieron en España fue con billetes, frente al 48% de la media de la UE—.
Ha sido con la llegada de la pandemia cuando una inusual e involuntaria alianza de gobiernos, bancos, tecnológicas y supermercados, cada uno por sus propios motivos, ha hecho ‘lobby’ por reducir el dinero en circulación. Hay ventajas —disminución del fraude, eliminación del pánico bancario y mayor control financiero— y desventajas —menos privacidad, puede perjudicar los depósitos de los ahorradores—. En los últimos años, los países occidentales han disminuido el uso de efectivo progresivamente e incluso algunos como Suecia han intentado eliminarlo por completo. Pero este experimento no ha salido del todo bien.
En los últimos años, Suecia ha tenido que retroceder por las críticas de diversos segmentos de la población. Una de las más recurrentes era que los más mayores y los inmigrantes tenían más dificultades de manejarse sin efectivo. Pero fue un documento militar el que dejó intuir que, aunque se reduzca, el efectivo tendrá que seguir entre nosotros durante un tiempo más.
En 2018, los suecos reeditaron ‘If Crisis or War come’, un librito que se publicó por primera vez en 1943 y que el Gobierno mandó a más de cuatro millones de hogares aconsejando qué hacer en el caso de una catástrofe, ciberataque o ataque terrorista. En el apartado de qué almacenar en caso de emergencia, recomendaban guardar, entre otras cosas, velas, una radio de coche y billetes en efectivo.