La campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping ha llegado a los despachos del fútbol. El expresidente de la Federación China, Chen Xuyuan, ha sido condenado a cadena perpetua este martes por aceptar sobornos. Los otros condenados, a penas que van de los 13 a los 21 años de cárcel, son un exjefe de la Super Liga china, dos directivos de la Federación y otro del Wuhan FC.
El Tribunal Popular de Huangshi, en la provincia central de Hubei, determinó que Chen aprovechó sus diversos cargos entre 2010 y 2023 -desde 2019, al frente de la Federación- para ayudar a terceros en la contratación de proyectos, ejecución de inversiones y organización de eventos deportivos.
Pero también para amañar partidos mediante la compra de árbitros y manipular los ascensos de equipos. A cambio, Chen aceptó dinero en efectivo y regalos por un valor superior a los 81 millones de yuanes (más de diez millones de euros), aunque un 5% estaba todavía pendiente de cobro.
Las acciones de Chen resultaron en competencia desleal y un daño tremendo a la causa futbolística en el país, según el fallo judicial. El fútbol es también el deporte rey en China, que -como Turquía- vive con frustración el discretísimo papel de su selección nacional en el concierto internacional. Figura en el puesto 88 del ranking de la FIFA -entre Zambia y Siria- pese a sucesivos esfuerzos para mejorar el nivel de su Súper Liga, la primera división de las cuatro existentes, en la que compiten dieciséis equipos.
Para mejorar el rendimiento de sus plantillas, cuatro de estas escuadras han recurrido a entrenadores españoles -y otro, a un portugués- entre ellos el extécnico del Barcelona B, Jordi Vinyals, que entrena al Zhejiang FC. Asimismo, en 2019, con el apoyo del ayuntamiento de Kunming, se abrió una Escuela Internacional de Fútbol LaLiga.
El tribunal ha privado a Chen Xuyuan -militante del Partido Comunista de China desde 1979- de sus derechos políticos y ha ordenado la confiscación de todos sus bienes. Los magistrados han considerado como atenuantes la confesión de culpabilidad de Chen y la restitución del dinero obtenido ilícitamente.
Parte de su confesión, de hecho, fue difundida hace pocos días en la cuarta parte de un documental televisivo sobre la corrupción en el deporte. Ante la cámara, Chen rememoraba como, la víspera de su elección como presidente de la Federación China de Fútbol, los representantes de ciertos clubes dejaron en el sofá de su habitación varias mochilas con dinero en metálico, diciéndole que esa era la costumbre.
Quien sería su número dos, también condenado, ha confesado que otro club le regaló una tarjeta con el equivalente a 127.000 euros de crédito. Al rechazarla, indignado, volvieron con la misma cantidad, en efectivo, que aceptó.
Las acusaciones se remontan a 2010, cuando Chen Xuyuan era todavía presidente del Shanghai Port FC, ganador, por cierto, del último campeonato de liga. En su juventud, Chen, que hoy cuenta con 67 años, había trabajado en los muelles de dicha ciudad portuaria.
Entre las personalidades futbolísticas que todavía aguardan sentencia están el exentrenador del equipo nacional, Li Tie, y el vicepresidente de la federación, Du Zhaocai. La limpieza, con sus propiedades desinfectantes y edificantes y con sus chivos expiatorios, no es del todo nueva. En 2012, dos exaltos directivos de la Federación China de Fútbol ya fueron sentenciados a 101 años de cárcel por solicitar o aceptar sobornos.
En cualquier caso, la actual campaña anticorrupción es la de mayor envergadura en el ámbito deportivo en la historia de China. Huelga decir que el castigo de este tipo de conductas cuenta con el aplauso mayoritario de la población.
Ni siquiera la cúpula del Comité Central se libra de estas pesquisas. Aunque según algunas voces podrían esconder purgas de carácter político, lo cierto es que algunos de los defenestrados de mayor relieve no son precisamente opositores a Xi Jinping, sino todo lo contrario: Cuadros promocionados personalmente por el actual presidente, caso del exministro de Defensa, general Li Shangfu, o del exministro de Exteriores, Qin Gang. No se ha hecho público el paradero actual de ninguno de los dos, aunque se espera que la incógnita sea despejada esta primavera.
El crecimiento a toda vela de la economía china durante los últimos veinticinco años ha eliminado la miseria extrema y mejorado las condiciones de vida del conjunto de la población, pero también ha multiplicado la desigualdad, en un estado nominalmente comunista.
De ahí que el Partido Comunista de China, para no perder su legitimidad ante la mayoría de la población, haya decidido atajar este tipo de conductas, con éxito desigual. También el Partido Comunista de Vietnam parece haber tomado nota del riesgo de pérdida de legitimidad, hasta el punto de defenestrar, la semana pasada, al mismísimo jefe del Estado. Y ya van dos, en dos años.