En la actualidad el término clan se vincula casi exclusivamente a los grupos de narcotráfico relacionados con el comercio y la venta de sustancias ilícitas, ya que su control pasa por las manos de grandes familias con unas estructuras muy organizadas en las que el honor y la sangre juegan un papel trascendental.
Sin embargo, el nacimiento de los grupos clánicos, así como las guerras entre ellos, data de mucho antes del siglo XX, y no siempre estuvieron relacionados con el mercado del estraperlo.
Durante el Medievo, muchas sociedades se organizaron en torno a grupos de familias para una mejor representación de sus intereses y un mejor encaje social. Los deseos de control llevaron frecuentemente a luchas de poder entre distintas familias que condujeron a crímenes entre ellas —las llamadas vendettas—. Este tipo de práctica, que ha llegado a perdurar varias generaciones, se regía por el Derecho consuetudinario y se extendía por los cinco continentes, pero el avance y la aplicación de dicho derecho condujeron a su lenta desaparición. En la actualidad aún quedan resquicios de estas costumbres consuetudinarias, aunque la mayoría están vinculadas al mercado de la droga. Hacemos un repaso sobre las guerras entre clanes y un recorrido sobre tres lugares donde estas prácticas feudales han sabido sobrevivir esquivando las herramientas judiciales de los Estados en pleno siglo XXI: Filipinas, Irlanda y Albania.
Una costumbre universal
Guerras clánicas, faidas, vendettas o venganzas de sangre son algunos de los términos utilizados para denotar luchas de larga duración entre distintos clanes o familias. Estos ciclos de violencia tienen que ver con ofensas al honor familiar y represalias que hacen extremadamente difícil que se resuelva la disputa de manera pacífica. El fenómeno funciona de manera muy similar a lo dictado en la ley del talión —“ojo por ojo, diente por diente”—, es decir, la muerte de uno de los miembros del clan solo puede ser redimida por otra del clan contrario. De esta manera, todos los miembros del clan son responsables colectivamente por las lesiones a cualquier miembro del clan opuesto. El principal interrogante es averiguar cuándo el enfrentamiento puede llegar a su fin.
Los orígenes de la vendetta se remontan a la Edad Media, cuando las sociedades se organizaron en torno a grupos de familias o clanes con estructuras muy sistematizadas. Las disputas entre familias condujeron a menudo a luchas de sangre entre ellas que podían transmitirse de generación en generación. La expansión de estas disputas se debía también a la incapacidad e inacción del Estado para perseguir estas acciones. La ley concebía estos actos como asuntos privados en los que carecía de jurisdicción; por tanto, el Estado toleró y contribuyó a su existencia mediante la ausencia de legislación. A sus ojos, el jefe del clan era el responsable de lidiar con estos actos debido a su autoridad y peso en la familia. Dicho esto, la documentación existente atribuye el crecimiento de estas disputas entre clanes a sociedades descentralizadas, donde el poder del Estado era casi inexistente.
La Grecia antigua fue un claro ejemplo de este fenómeno: la vendetta era vista de manera positiva no solo por los gobernantes, sino por la sociedad en general, pues se creía que era una manera de poner coto al crimen. Durante el Medievo y la Edad Moderna, la práctica no solo predominó en Europa, sino también en Oriente. En Japón se conoce como katakiuchi y fue común entre las distintas familias de samuráis durante el periodo Edo. El asesinato de un miembro varón del clan debía redimirse con el asesinato de otro del clan opuesto. Este fenómeno también estaba regulado por el Estado, pues el líder del clan debía pedir permiso a las autoridades para cometer la venganza. Aunque finalmente fue ilegalizado por el Gobierno nipón, el katakiuchi no desapareció hasta bien entrado el siglo XX, ya que las yakuzas japonesas continuaron aplicando esta práctica y los enfrentamientos sangrientos entre clanes siguieron produciéndose con regularidad.
De vuelta a Europa, los enfrentamientos sangrientos entre clanes se abolieron a principios del siglo XV; especialmente célebre es el decreto de la Paz Perpetua, promulgado por el Sacro Imperio Romano Germánico a finales de ese siglo. Mediante este decreto, los conflictos privados pasaron a estar regulados por procedimientos legales controlados por los Estados, aunque su desaparición no tuvo lugar hasta finales del siglo siguiente e incluso hubo multitud de regiones en Europa que no se vieron afectadas por esta nueva legislación. En Córcega, por ejemplo, la violencia de sangre formó parte de un código social que obligaba a los ciudadanos a aplicar la vendetta si su honor familiar había sido dañado. Entre los siglos XVII y XVIII se calcula que hubo cerca de 30.000 muertes fruto de vendettas entre familias de la isla y en la actualidad aún existen resquicios de esta práctica, aunque en menor medida y muy relacionadas con asesinatos vinculados con la mafia.
Los enfrentamientos sangrientos relacionados con las costumbres entre clanes han ido desapareciendo gradualmente en los últimos siglos, a medida que los Estados y sus herramientas judiciales han aumentado su poder en zonas recónditas o de difícil acceso, donde el Estado solía ser un invitado molesto. No obstante, algunas de estos clanes familiares han sabido sobrevivir adaptándose a los nuevos tiempos, si bien los enfrentamientos entre clanes han quedado muy vinculados al mundo del narcotráfico y la violencia entre pandillas.
Pobreza, paro y miseria: la tormenta perfecta para la violencia clánica
Filipinas es en la actualidad uno de los países más afectados por la violencia entre clanes, que tiene lugar casi en su totalidad al sur del país, en la isla de Mindanao. Los enfrentamientos en la isla se conocen como rido, pero la práctica es casi idéntica a la de la vendetta, en la que tiene lugar una cadena de asesinatos como consecuencia de una ofensa al honor familiar —maratabat— de un clan o de uno de sus miembros. De la misma manera, esta disputa puede durar varias generaciones. La mayoría de los grupos afectados son poblaciones musulmanas —moros de Filipinas— que viven al suroeste de la isla, aunque también existen casos de rido entre las poblaciones cristianas del centro de la isla, ya que se cree que estas tradiciones existieron desde antes del contacto del islam con Filipinas. Este fenómeno, que se produce en gran medida por conflictos territoriales y políticos entre distintos clanes, ha sido y es particularmente violento. Se calcula que más de mil personas han muerto como resultado de este fenómeno en las últimas tres décadas.
El rido encaja perfectamente en la población tribal mora: una sociedad patriarcal, muy ligada al sistema feudal del Medievo. No obstante, la pobreza, el paro, la radicalización y la ausencia de poder estatal en toda la isla son factores que hay que tener en cuenta para entender su existencia. Todos estos elementos están interrelacionados: no es casualidad que Mindanao sea la isla más pobre de toda Filipinas ni que una filial del Dáesh casi llegase a asentarse en la región en 2017. La ausencia del imperio de la ley en el sur del país se ha traducido en pobreza y precariedad laboral, elementos que representan la semilla perfecta para el nacimiento de actores no estatales que pretenden brindar protección y seguridad a los ciudadanos. De esta manera, los clanes familiares sustituyen al Estado e imponen en las comunidades locales las normas que deben regir la sociedad, como el rido.
Irlanda, aunque con muchas diferencias respecto al caso filipino, ostenta también frecuentes disputas criminales entre clanes rivales. Sin embargo, las vendettas están casi estrictamente relacionadas con el mundo del narcotráfico. De hecho, estos incidentes se suelen catalogar como crímenes mafiosos y siguen una línea muy similar a la actividad criminal de la mafia siciliana de Estados Unidos en el siglo XX. La ciudad de Limerick, al oeste de la isla, ha sido una de las ciudades más afectadas por estas disputas entre bandas rivales desde principios de siglo. Se calcula que ha habido más de 500 incidentes y 20 muertes con armas de fuego en los últimos 15 añosen una ciudad que apenas alcanza los 90.000 habitantes. Las disputas tienen como causa el control del mercado de la droga, aunque el odio y la venganza entre los dos grupos dominantes, Dundon-McCarthy y Keane-Collopy, forma parte también de la erupción de estas guerras entre clanes.
Irlanda posee unos vínculos muy fuertes con el sistema feudal de clanes. De forma similar a otros países europeos, la sociedad de la isla se organizó en torno a grupos de parentesco tradicionales, que se hicieron llamar clanes —‘familia’ en gaélico—, hasta finales del siglo XVII. No obstante, actualmente las razones de las disputas criminales interclánicas en Irlanda no se ciñen al legado histórico, sino a una serie de características comunes con otros lugares donde se producen estas disputas, como son la falta de oportunidades laborales, la pobreza y la ausencia de poder estatal, a las que acompañan la droga y las guerras entre clanes. De nuevo, no es casualidad que Limerick sea una ciudad con una alta tasa de desempleo y que los barrios donde los clanes campan a sus anchas sean los más empobrecidos de toda la ciudad. Todo esto crea una situación perfecta para la extensión del mercado de la droga y la violencia entre clanes por su control.
Albania, entre la costumbre y el aislamiento
La venganza de sangre entre clanes en Albania es quizá el caso más conocido y estudiado de todas las guerras clánicas de los últimos tiempos. Presente en el norte de Albania, en una zona escarpada y de difícil acceso durante siglos, también se extendió por el oeste de Kosovo y sur de Montenegro, aunque en la actualidad afecta casi exclusivamente a las tribus guegas del norte del país. Conocido localmente como gjakmarrja, combina una especie de costumbres o normas ancestrales —recogidas a lo largo de los últimos siglos en una serie de códigos— que corrigen los daños al honor familiar mediante la ley del talión: si el honor de la familia del clan ha sido puesto en duda o vilipendiado, sus miembros tienen derecho a vengarse.
De manera similar a otras guerras clánicas, los orígenes de la gjakmarrja se remontan a finales de la Edad Media, que se caracterizó por la ausencia de un sistema de justicia central, en especial en las partes montañosas más remotas del norte del país. Otro factor importante fue la organización de las tribus guegas del norte del río Shkumbin en torno a un sistema tribal que se regía por el Derecho consuetudinario y que regulaba todos los aspectos de la vida, desde la gjakmarrja hasta la posición de la mujer en la sociedad. Estas costumbres se transmitieron de manera oral hasta mediados del siglo XV, cuando el noble Lekë Dukagjini codificó las normas y puso nombre al códice: el kanun —‘canon’— de Lekë Dukagjini. La versión escrita, recogida por un sacerdote franciscano, tardaría más tiempo en llegar: salió a la luz a principios del siglo XX.
El honor y la besa —código moral que implica un juramento, promesa o palabra de honor— son dos elementos fundamentales de la sociedad albanesa recogidos en el kanun. Cuando un miembro del clan ha sufrido una ofensa al honor familiar, tiene el derecho y el deber de remediarlo mediante la gjakmarrja; si no, el kanun apostilla: “un hombre sin honor es un hombre muerto”. El kanun indica, además, que la muerte de un familiar solo se puede enmendar con la ley del talión —“La sangre solo se paga con sangre”—, pero va más allá y, como si del Derecho internacional humanitario se tratase, establece una serie de reglas para la guerra entre clanes: se prohíbe matar a alguien dentro de su hogar, no se puede asesinar a las mujeres y se puede llegar a un acuerdo de paz a través de la besa. Este acuerdo lo llevan a cabo en la actualidad mediadores sociales u ONG, como es el heroico caso del profesor albanokosovar Anton Çetta, que puso fin a miles de gjakmarrjas en Kosovo a principios de 1990.
Casi enterradas y perseguidas de manera eficaz por el régimen comunista de Enver Hoxha, las limpiezas de sangre experimentaron un repunte a finales de la década de 1990, pero actualmente la práctica se mantiene en descenso —se calcula que hay alrededor de un centenar de familias envueltas en gjakmarrjas en el norte de Albania— gracias al trabajo de instituciones de mediación estatal y ONG. Un elemento difícil de valorar es el número de víctimas que las venganzas de sangre han ocasionado en Albania en los últimos tiempos, ya que los asesinatos de tinte mafioso —relacionados con el mundo de la droga— son frecuentemente vinculados a las gjakmarrjas por la semejanza de los actos.
Un aspecto que ha contribuido al descenso de las vendettas en el norte de Albania es una mayor presencia y visibilidad del Estado y sus herramientas y la mejora de la situación económica, si bien todavía se encuentra a años luz de la situación de bonanza que experimentan el centro y el sur del país. Aunque la erradicación completa de estos males generacionales aún tardará en llegar, se pueden tomar buenas lecciones del caso albanés de cómo el desarrollo y la educación afectan directa y positivamente a la violencia entre clanes y, por tanto, de cómo pueden mejorar áreas tan deprimidas como Limerick o Mindanao, donde las causas de la existencia de clanes familiares siguen un patrón muy similar: pobreza, falta de oportunidades y violencia.
ALD/Elordenmundial