Washington construyó en la capital iraquí la embajada más grande del mundo, un búnker que refleja lo que han sido sus relaciones con el país árabe a lo largo de la historia: conflictivas, costosísimas y dolorosas para ambos países.
Antilavadodedinero / Eldiario
«Las relaciones entre Irak y EE.UU no pasan por un buen momento» es una de esas frases que da igual cuando las escribas, casi siempre son ciertas. Que 2020 haya empezado con manifestantes iraquíes irrumpiendo en la embajada estadounidense en Bagdad al grito de «muerte a América» es todo un símbolo: después de invadir el país en 2003 y de presidir una posguerra con unas 200.000 víctimas civiles.
Washington se construyó en la capital iraquí la embajada más grande del mundo, un carísimo y enorme complejo que ocupa un espacio equivalente a 35 veces la Plaza Mayor de Madrid.
Un búnker que refleja bien lo que han sido sus relaciones con el país árabe a lo largo de la historia: conflictivas, costosísimas y dolorosas para ambos países.
Irak se ha convertido en el terreno de batalla en el que EEUU e Irán libran un conflicto que ha escalado considerablemente en los últimos días. En primer lugar, EEUU denunció el ataque de una milicia chií iraquí contra bases que albergan fuerzas de la coalición contra ISIS. Como respuesta, EEUU atacó cinco bases de la milicia en Irak y Siria, lo que provocó la ira de sus seguidores, que el 31 de diciembre asaltaron la embajada de Washington en Bagdad.
El último episodio, de consecuencias impredecibles, ha sido la operación estadounidense de este viernes para matar al general Qasem Suleimani, hombre fuerte del régimen iraní, y a un destacado líder de una milicia chií iraquí.
A golpes desde el principio
Antes de que se construyera el gran búnker, la embajada estadounidense en Bagdad era mucho menos ostentosa. Se inauguró en 1957, obra del arquitecto exiliado español Josep Lluís Sert, y también la historia de ese edificio iba a reflejar los altibajos de la relación entre ambos países: apenas un año después de su inauguración, Irak pasó de monarquía a república y de ser poco menos que un cortijo del Reino Unido a un país inestable que iba de golpe de Estado en golpe de Estado y de revuelta en revuelta.
En 1957, para el director de la CIA Allen Dulles, la situación de Irak era «la más peligrosa del planeta». Washington veía cómo, en plena Guerra Fría, un país productor de petróleo y con una situación estratégica se deslizaba hacia el lado soviético.
EEUU trataba con los diferentes «hombres fuertes» e intentaba atraerlos o cambiarlos por otros mejor dispuestos, pero con poco éxito. En 1961 el Estado iraquí le quitó a las empresas petroleras estadounidenses y británicas el 99,5% del territorio que tenían concedido para la exploración y en 1967 su Gobierno rompió relaciones con EEUU por su apoyo a Israel durante la Guerra de los Seis Días.
La embajada en Bagdad, que fue atacada por manifestantes también en aquellos días, echó el cierre solo diez años después de su inauguración.
Sadam Husein, el amigo de EEUU
Tal y como temía la CIA, Irak se alineó claramente con la Unión Soviética. Desde 1968 el partido socialista nacionalista Baath se consolidó en el poder y en 1972 firmó un tratado de amistad por el que se convertía en aliado de Moscú y comprador de sus armas.
EEUU, como respuesta, intentó debilitar a Irak financiando y enviando armas a los rebeldes kurdos que peleaban contra el Gobierno de Bagdad. Sin embargo, el ascenso de una figura clave iba a hacer mejorar las relaciones entre ambos países: Sadam Husein.
Sadam todavía no era presidente de Irak en 1973, pero ya iba apareciendo como líder en la sombra y desde el principio quiso enviarle guiños a Washington: incluso mientras el Gobierno de EEUU seguía apoyando la revuelta kurda, él se aseguró de que las petroleras estadounidenses que habían sido expropiadas fueran generosamente compensadas y repartió contratos públicos a otras compañías norteamericanas. Además, se negó a participar en el gran embargo árabe del petróleo de 1973 que tanto daño hizo a la economía norteamericana.
El acercamiento de Sadam Husein a EEUU provocó un progresivo deshielo en las relaciones que se vio más que acelerado por la revolución islámica de 1979 en el vecino Irán. Con el derrocamiento del Shá Reza Pahlavi, Washington no solo había perdido a su principal aliado en la zona, sino que se había ganado un enemigo mortal.
Para Sadam, sin embargo, el cambio en Irán era una oportunidad de aprovecharse de la debilidad de su enemigo tradicional y dar una lección a su propia población chií. Los intereses de ambos se alinearon y en 1984 EEUU volvió a abrir embajada en Bagdad.
Durante la guerra, el Gobierno de Reagan ayudó a Sadam Husein con información, apoyo y material. También miró convenientemente hacia otro lado mientras el dictador iraquí se hacía con armas químicas y las usaba contra soldados y civiles.
Incluso cuando un piloto iraquí lanzó dos misiles contra un buque militar estadounidense y mató a 37 soldados, le quitaron importancia. EEUU había escogido bando y algunos de los políticos que unos años después dirigirían las dos invasiones de Irak, fueron en los años 80 los mejores amigos de Sadam.
La guerra de las 100 horas y un nuevo Vietnam
La luna de miel entre Sadam Husein y EEUU fue corta: la embajada estadounidense en Bagdad duró abierta poco más de seis años, el tiempo que tardó el dictador iraquí en invadir Kuwait. A un Sadam envalentonado le costó poco «recuperar» el territorio, pero no contaba con que prácticamente el mismo Gobierno estadounidense que le había apoyado contra Irán iba a poner en marcha una coalición internacional, con apoyo de la ONU, para expulsarlo de Kuwait.
La operación ‘Tormenta del Desierto’ de 1991 fue, nunca mejor dicho, un paseo militar. Desde que los primeros soldados estadounidenses entraron en Irak hasta que se plantaron a las puertas de Bagdad pasaron apenas 100 horas y las bajas no llegaron a 300.
El Gobierno de George Bush padre cumplió su palabra de no derrocar a Sadam y retiró a los soldados. La teoría era que, tras la derrota, serían los propios iraquíes los que lo echaran, pero él se aferró al poder y sobrevivió a las sanciones económicas, a los bombardeos de la era Bill Clinton y a varios intentos de moverle la silla patrocinados por la CIA. Con lo único que no contaba era con el 11 de septiembre de 2001.
Tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, EEUU ataca primero el refugio de Al Qaeda en Afganistán, pero pronto el foco se vuelve hacia Irak. Algunos de los mismos políticos que lanzaron «Tormenta del Desierto» intentan convencer al mundo de que Sadam tenía armas de destrucción masiva y de que había que invadir Irak para quitarle de en medio.
El resultado es bien conocido: 17 años después esas armas no han aparecido, pero la invasión y ocupación de Irak han dejado unas 200.000 víctimas civiles y algo menos de 4.500 militares estadounidenses muertos.
Hoy las relaciones entre Irak y EEUU, una vez más, «no pasan por un buen momento». Desde la invasión estadounidense, el país ha sufrido la violencia sectaria, el empuje de ISIS y el verse atrapado en mitad de un durísimo enfrentamiento entre Irán y Washington. Irak, de mayoría chií, tiene que hacer equilibrios entre la influencia de su poderoso vecino del este y la importancia de las ayudas que le sigue dando EEUU.
La historia de la relación entre Washington y Bagdad sigue siendo complicada y bastante trágica.