La Fiscalía acusa a una joven de manipular a un amigo esquizofrénico para conseguir dinero e inducirlo a cometer un parricidio.
Antilavadodedinero / Elpais
El 8 de junio de 2019, poco antes de las dos de la tarde, un incendio arrasó un piso en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Los bomberos llegaron a tiempo para salvar el edificio de las llamas y encontraron, en una de las habitaciones, el cuerpo carbonizado de un hombre.
Estaba tumbado boca abajo sobre la cama. Había trabajado de noche como vigilante de seguridad y dormía cuando todo ocurrió. Pero no fue el fuego lo que lo mató. Manuel Molina tenía signos de haber sido apuñalado en el tórax y en el cuello. Cuando su hijo, Ismael Molina —Isma—, llegó a casa con una mano vendada y sangrando, los Mossos le preguntaron qué había ocurrido. “Me fui a caminar y caí sobre unos vidrios”, mintió.
En comisaría, Isma —que ese día cumplía 21 años— se desmoronó. “Hoy no he visto otra solución. He cogido un cuchillo y se lo he clavado a mi padre por la espalda”, explicó. La policía tenía el cadáver, el autor y una confesión. Caso resuelto. Pero no iba a ser tan sencillo. El chico contó una historia alucinante. Su padre no era quien decía ser, sino el miembro de un peligroso grupo mafioso que amenazaba con matar al resto de la familia (su madre y su hermana pequeña) pero también a su novia, Julia, y a los gemelos que, según creía Isma a pies juntillas, había tenido con ella. La única salida era matar al padre y saldar una deuda de 20.000 euros.
Isma no lo sabía —nadie se lo había diagnosticado aún—, pero estaba sufriendo una crisis aguda de esquizofrenia paranoide. Vivía un delirio. Ni su novia Julia existía ni había tenido bebés con ella ni su padre Manuel era un mafioso. La tesis de la Fiscalía es que todo había sido un montaje orquestado por Alba Andreu, una chica de 19 años que en un año de amistad había adquirido un “poder supremo” sobre él que le valió, presuntamente, para convencerlo de que matara a su padre.
El ministerio público pide 34 años y tres meses de cárcel para Alba por inducción al asesinato con alevosía, estafa e incendio, y la absolución para Isma, pese a ser el autor material del crimen, por alteración psíquica. La defensa de Alba defiende su inocencia y buscará la absolución.
El juicio, con jurado popular, arranca el martes y deberá aclarar una pregunta: ¿logró Alba lavar el cerebro de Isma con tanta eficacia como para empujarlo al parricidio? El sumario del caso, al que ha accedido EL PAÍS, ofrece algunas pistas.
Un grupo policial secreto y una novia imaginaria
Arnau S. era amigo íntimo de Isma. Se conocían desde el colegio, estudiaban juntos la carrera de Ingeniería informática, pasaban las horas jugando en el ordenador. En marzo de 2018 empezó a salir con Alba, a la que había conocido en Tinder, y no tardó en presentársela.
Pronto formaron un triángulo compacto. Alba, que había acabado la ESO y trabajaba como dependienta, observó que eran chicos introvertidos y “fácilmente manipulables”, siempre según la Fiscalía. Les contó que formaba parte de Baix, un grupo secreto de los Mossos d’Esquadra que ayudaba a mujeres maltratadas y torturadas.
Los invitó a unirse. “Nos hizo firmar un folio para colaborar”, declaró más tarde, ante los investigadores, Arnau, que rompió la relación un año después. “Pensé que era una broma, pero Ismael se lo tomó más en serio. Empezó a anotar matrículas de coches sospechosos en Vilanova. Hacía lo que Alba le decía”.
Mantener un grupo policial de ese nivel cuesta dinero, y, según la acusación, Alba animó a Isma —su familia disfrutaba de una situación económica holgada y ella lo sabía— a sufragar los gastos. La supuesta estafa empezó en febrero de 2019, primero con pequeñas cantidades (100, 300 euros) y luego con sumas más importantes que el chico le remitía desde una cuenta destinada a pagar sus estudios.
Para no levantar las sospechas de sus padres, indicaba como concepto “curso informática” o “feria informática”. Entregó 7.495 euros a Alba. Los Mossos han averiguado que la chica usó parte del dinero para comprar objetos caros, como teléfonos móviles o un patinete eléctrico Xiaomi, según consta en los informes policiales.
Alba no solo creó una novela policíaca para Isma, sostiene la Fiscalía, sino que también le buscó novia: un personaje que le sirvió para “intensificar el vínculo emocional” con él y que interpretó en cientos de conversaciones de WhatsApp.
El chico acabó enamorado de una entelequia con la que se escribía cartas de amor con dibujos. Julia alegaba problemas personales y de salud para no verlo.
Lo curioso es que, estando ya en prisión, el chico explicó que una noche, cuando estaba borracho, creyó haberla conocido en persona: una chica “morena de rasgos latinos, madre cubana y padre español”. El presunto despliegue narrativo de Alba fue exuberante. Los investigadores concluyen que convenció a Isma de que le entregara un bote con esperma y le hizo creer, con fotos de ecografías que sacaba de internet, que Julia estaba embarazada de gemelos.
Un mes antes del asesinato, los padres de Isma cerraron el grifo. Ya no iba a haber más transferencias. Alba dio un paso más, según la Fiscalía: le explicó que Manuel Molina, su padre, tenía conexiones con la mafia y era una amenaza para la vida de Julia.
La única solución pasaba por matarlo y pagar 20.000 euros. Meses más tarde, desde el módulo psiquiátrico de Brians, Isma —su esquizofrenia estabilizada con la medicación— contó que Alba le había detallado formas de cometer el crimen que siempre “acababan con el incendio del cadáver”.
Alejarse de la realidad
El 8 de junio, tras dormir sobre unos cartones en la calle, convencido de que su padre tramaba el peor destino para él y los suyos, Isma se decidió. Le escribió a Alba para confirmar que debía seguir adelante con el plan y ella “le interpeló para llevar a cabo la acción”, sostiene el escrito de la Fiscalía. Subió al piso, cogió una navaja y la clavó torpemente sobre el cuerpo de su padre.
Más adelante dijo que no se sentía culpable, sino “aliviado”: Julia y los gemelos estaban a salvo. “Me comí una magdalena porque tenía hambre”. Luego roció el cuerpo con productos inflamables, salió a la calle a caminar y, tal como le había indicado Alba, formateó el móvil y lo tiró al mar. Ya en prisión, lamentó haber creído “cosas absurdas”.
Isma pasó dos años en prisión provisional, pero ahora la Fiscalía solicita su absolución y su ingreso en un centro psiquiátrico. La responsabilidad, para la acusación, se centra en Alba, que aisló al chico, lo “alejó de la realidad” e hizo que germinara en él la idea de matar a su padre, un “obstáculo en su propósito económico” de enriquecerse a su costa, siempre según la acusación. Tras intervenir su teléfono móvil por orden del juez, los Mossos detuvieron en noviembre de 2019 a Alba, que permaneció dos meses en prisión provisional.
La defensa de la chica, que ejerce el penalista Eloi Castellarnau, buscará su absolución. El informe pericial encargado por el juez asegura que presenta “rasgos esquizoides y sádicos”, aunque no aprecia “delirios o fabulación patológica”.
Pero los informes encargados por la defensa ahondan en la biografía de una niña con un padre alcohólico, una adolescente que sufrió bullying en el instituto y una joven que se define como “una pringada” y que encontró en las ensoñaciones una forma de “protegerse de la realidad”.
Esos peritos añaden que no tiene “inteligencia para manipular” y que es “incapaz de inducir a nadie a cometer un homicidio”.
En 2016, cuando fue atendida por acoso escolar, un doctor dejó escrita una frase que, a la luz de la tesis de la Fiscalía, resulta paradójica: Alba es una chica “altamente vulnerable frente a la manipulación de los demás”.