El jefe de la policía de Ciudad de México , Omar García Harfuch, narra su historia después de un año del atentado que le costó la vida de sus escoltas y que le dejó tres heridas de bala. En la conversación desgrana los recuerdos de aquel brutal ataque y su vida como agente.
Antilavadodediero / Elpais
Lo primero que Omar García Harfuch ve al despertar es una desangelada estantería con las fotos de sus escoltas Edgar y Rafael. Frente a la cama, hay una televisión en la que anoche se quedó viendo hasta muy tarde Peaky Blinders y a la derecha un ropero del que cuelgan varios sacos y camisas ordenadas por tonalidades. Todo es frío y aséptico. Es la segunda casa de Harfuch que visita el periodista y ninguna es suya. En realidad, ni siquiera es una casa.
Se trata de una prolongación del despacho en el que vive desde hace un año, cuando el Cartel Jalisco Nueva Generación intentó matarlo disparándole más de 400 veces. Durante tres minutos, 20 sicarios vaciaron sobre su coche fusiles de asalto, Barret, lanzagranadas y bombas de fragmentación en una de las zonas más elegantes de la ciudad. No lo consiguieron, aunque sí mataron a Edgar y a Rafael, y a él le alcanzaron tres balas. Un año después, sobre la mesita de noche de un edificio de oficinas de la Zona Rosa no hay medicamentos, ni pastillas para dormir, ni vaso de agua. Solo dos pistolas cargadas.
Luego atiende el WhatsApp. Ahí le llega cada mañana el resumen del día anterior. Son las 5.30 y ya ha enviado los primeros mensajes del día. Una hora después, tendrá que detallar y explicar los datos a la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. “Esa es la prioridad, aquí no hay una policía acobardada o que se refugia en su despacho, estamos más activos y con más ganas que nunca y trabajando día a día por reducir la delincuencia”, dice.
“Obviamente, he reducido mis desplazamientos, no puedo ver a mis hijas, mi vida social se ha reducido a cero y ya no voy a operativos, pero el tema que me obsesiona cada día no es terminar con los que intentaron matarme sino bajar los delitos”. Lo único descolocado sobre la mesa del despacho son papeles con gráficos de datos de homicidios, robos, detenidos, robo de vehículos.
Todo lo demás sabe dónde está: la columna de opinión, el informe pericial, la orden judicial o la tercera pistola, que guarda en un cajón antes de que el fotógrafo pueda enfocar. “No fue difícil superar el atentado. Estoy vivo y mi responsabilidad es seguir adelante. Podría decirte que regresé a trabajar con más ímpetu que antes”, asegura.
Jueves, 20 de mayo. 9.00. Omar García Harfuch, nacido hace 39 años en Cuernavaca (Morelos), siempre viste bien. Imposible fotografiarle sudando o alardeando en el gimnasio. Conoce a la perfección el protocolo de austeridad impuesto por su jefa Sheinbaum sobre cuidar las formas desde su nombramiento como secretario de Seguridad Pública en octubre de 2019.
La foto más reciente que subió a su Instagram es lo último que uno esperaría ver de un policía: un amanecer desde su despacho. La tomó desde la octava planta de la Secretaría, un salón de maderas nobles desde el que se divisa la Torre Latinoamericana y las cúpulas de la catedral en el Zócalo. Desde aquí vigila un monstruo de 10 millones de habitantes, una de las ciudades más agitadas y conflictivas del mundo.
Pero los periódicos que tiene sobre la mesa amanecen con algo aún más feo: la corrupción policial y la orden de detención contra 57 policías que él atribuye a una nueva forma de hacer las cosas. “La mayoría de los 90.000 policías de esta ciudad hacen un trabajo heroico y digno, pero hay algunos elementos corruptos que participan de extorsiones y colaboran con el crimen organizado y ensucian el trabajo que miles de agentes hacen cada día. Estamos limpiando la policía y a ellos es a los que estamos apartando poco a poco”.
Algunos quisieran que uno de esos policías detenidos fuera él. La última vez fue cuando su nombre apareció en la libreta de Sidronio Casarrubias, líder de Guerreros Unidos, el cartel que hizo desaparecer a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Su nombre aparece en esa libreta por, supuestamente, haber recibido 200.000 dólares del narco. “De todas las cosas que se han dicho, lo de Ayotzinapa es lo que más me duele.
No solo es algo disparatado e injusto, sino que es uno de los episodios más dolorosos de la historia reciente de México”, dice. “Ninguna persona de bien quiere aparecer jamás junto a ese lugar”. Hay cientos de testimonios que pueden demostrar que ni siquiera estaba destinado en Guerrero en esa época (septiembre de 2014).
Son las declaraciones desesperadas de un delincuente para salvarse”, defiende. La segunda vez fue la periodista Anabel Hernández, quien le acusa de haber tenido contacto con García Luna a quién envió varias cartas. Harfuch dice que solo lo vio una vez en un aeropuerto a través de un conocido y que ahí termina la relación y que jamás mandó las cartas que dice Hernández. “Cómo voy a andar yo, un cargo medio, escribiendo al secretario”, dice. “En mi vida he escrito una carta, ni a mi madre”.
Lunes, 4 de junio. Anula su cita para operarse la mano. Harfuch habla con normalidad del atentado, pero sin recrearse. No hay miedo ni zonas grises en su narración. Detalla la lluvia de cristales, sus compañeros muertos junto a él o el traslado, sin ocultar detalles.
El 28 de junio de 2020, medio centenar de sicarios del CJNG, 20 en el lugar y otros 30 en otros puntos de la ciudad, intentaron matarlo dejando su vehículo como un colador. No lo logaron, aunque murieron sus escoltas y una mujer que pasaba por ahí. Un año después hay 25 detenidos y 80 cuentas congeladas. Entre los arrestados está El Vaca, jefe de sicarios del Cartel Jalisco Nueva Generación, y uno de los hombres fuertes de El Mencho, el hombre más perseguido del país.
Y Harfuch lo explica como el policía que es. Una película de Hollywood con final amargo. “Eran las 6.32 y yo viajaba en el asiento del copiloto revisando unos papeles cuando vi cómo se atravesaba un camión frente a nosotros. En ese momento supe que nos habían emboscado. Acto seguido sentí el primer disparo en el vidrio. Yo saqué mi arma y disparé contra el cristal y a partir de ese momento comenzó una lluvia de impactos y el ruido ensordecedor. Yo me arrastré hacia la parte de atrás y aguanté encogido a que todo terminara. Edgar y Rafa ya estaban muertos y caían cristales y había mucho polvo y ya había recibido el tercer impacto en la pierna.
Después de unos minutos eternos se hizo el silencio y alguien tocó en el cristal, “salga, salga…”, pero no quise abrir porque pensé que esperaban para rematarme. Hasta que escuché: “Tigre, Tigre, ya estamos aquí”. Ese era mi apodo en la Federal así que solo alguien que me conocía mucho podía llamarme así y abrí la puerta”, dice en su despacho. Después tomó el walkie de sus compañeros y él mismo habló por la emisora con una frialdad al alcance de pocos. Sin titubeos y con los datos precisos de la ubicación y la dimensión del ataque pidió refuerzos “Estaba herido pero tranquilo. Ya había vivido antes enfrentamientos, aunque nunca me habían impactado.
Tengo claro que me salvó la velocidad con la que llegaron las patrullas porque si tardan 30 segundos más, a un ritmo de 150 disparos por minuto, probablemente me hubieran dado en algún órgano vital” recuerda.
El atentado le apartó tres meses de su empleo y reveló la obsesión de El Mencho, el hombre más buscado del país, por terminar con él. Durante su época como jefe operativo en la Policía Federal dio varios golpes al cartel que terminaron con bajas importantes y varios líderes del CJNG encarcelados y desde entonces le han declarado odio eterno.
Durante el traslado en camilla por el hospital supo que inmediatamente después del atentado habían sido detenidas 12 personas en el lugar de los hechos, y que la mayoría confesó que trabajaba para el cartel de Tepito. Fue entonces, antes de entrar a quirófano, cuando recurrió a un colaborador y dictó un tuit que desmontaba esa primera versión: “Esta mañana fuimos cobardemente atacados por el CJNG, dos compañeros y amigos míos perdieron la vida, tengo tres impactos de bala y varias esquirlas. Nuestra Nación tiene que continuar haciéndole frente a la cobarde delincuencia organizada. Continuaremos trabajando”.
Eran las 9.32 y solo habían pasado tres horas del atentado. “Los sicarios estaban aleccionados para tratar de imponer otra teoría. Querían que esa versión llegara a los medios de comunicación, pero desde hacía varios meses habíamos detectado la presencia del cartel Jalisco en la ciudad y mi obsesión era neutralizar cuanto antes esa versión. No fue precipitado, tenía muy claro que El Mencho estaba detrás”, explica.
¿Es consciente de que su vida ya nunca será igual? “Lo que peor llevo es el daño a la familia, pero sería egoísta no darle todo ante la responsabilidad que tengo frente a millones de personas. A veces la misión más importante implica sacrificar a tu propia familia. El día que no pueda soportarlo o no vaya a darlo todo me voy”.
Viernes 11 de junio. 12.00. Omar Hamid García Harfuch agarra el taco sin que se derrame una gota y sabe pelear por él con el resto de agentes en una bandeja de unicel (poliestireno expandido). Es viernes de mediados de junio y Harfuch hace una de las pocas salidas de la semana para dar unas medallas a un grupo de agentes. Su desplazamiento moviliza a unas 20 personas. Cubren su llegada 10 uniformados en las azoteas y otros 10 escoltas y policías que se mueven en dos camionetas blindadas que incluyen un orificio para sacar el arma y seguir disparando desde dentro en caso de ataque.
“Extraño la calle y estar en el lugar donde pasan las cosas, pero ahora este es mi sitio. Durante muchos años he escuchado a mis compañeros decir que nos frenan en esto o nos limitan en aquello para hacer nuestro trabajo y combatir la delincuencia, pero ahora es mi responsabilidad impulsar y proponer las reformas legales y operativas que nos permitan investigar o agilizar el trabajo de la policía: una orden judicial, la autorización para un pinchazo telefónico, un cateo.
Mi responsabilidad es conseguir que esto no pase”, dice con el taco en la mano. Un viejo colaborador con 28 años en el cuerpo y muchos jefes a sus espaldas dice que la diferencia entre Harfuch y otros secretarios es que es policía. “Conoce nuestras carencias, la forma de sentir aquí dentro, la táctica, la estrategia, cuando le mienten o cuando no”. “Es un buen tipo”, sentencia; “es de los que te pregunta cómo está la familia o si saliste de vacaciones. Cuando hace unos meses tuve covid me llamaba todos los días”.
Omar Hamid García Harfuch tiene uno de esos nombres capaces de explicar la historia reciente de un país. Pero no por Harfuch sino por García. El actual jefe de la policía de la Ciudad de México es nieto del general Marcelino García Barragán, un joven revolucionario que a los 18 años se unió a Francisco Villa, creció hasta ser Gobernador de Jalisco en los años cuarenta y fue secretario de la Defensa Nacional durante el Gobierno de Díaz Ordaz (1964-1970).
Desde entonces, el nombre de García Paniagua está vinculado a la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968. Paradojas de la vida, la jefa de Omar, la alcaldesa Claudia Sheinbaum, es hija política de esa izquierda masacrada y ha recordado en más de una ocasión las veces que fue de la mano de su madre a Lecumberri a visitar a sus compañeros presos.
Su padre, Javier García Paniagua, que fue presidente del PRI y su madre es la actriz María Sorté, uno de los rostros más conocidos de la época, con varias exitosas telenovelas entre ellas la última película de Cantinflas, El barrendero, que rodó embarazada del hoy jefe de la policía.
García Harfuch creció en la elegante colonia Herradura de la capital mexicana. Se licenció en Derecho en la Universidad del Valle de México. En 2008 entró en la Policía Federal, con 26 años, donde pasó por diversos destinos como Tamaulipas, Guerrero y Michoacán, que alternó con cursos en el International Security de Harvard o el de la DEA en Virginia (EE UU). De su etapa en la policía federal “aprendió la disciplina y el compañerismo” que exige un cuartel de Tamaulipas en los años más sangrientos de la etapa de Calderón, entre 2006 y 2012, cuando los Zetas y el cartel de Sinaloa mataban y desaparecían más que nunca.
En 2016, con 35 años, entró en la Agencia de Investigación Criminal de la antigua Procuraduría General, donde destacó como un tipo listo y con ganas al que hoy todos preguntan si quiere ser secretario de Seguridad Federal y a lo que siempre responde: “Quiero seguir trabajando con la doctora [Sheinbaum]”.
Miércoles 15 de junio. 11.00. El despacho es un ir y venir de mandos. Han aparecido cuatro cadáveres en la Gustavo A. Madero y esto golpea sus cifras. Este mes había completado dos días con cero homicidios y estos asesinatos le obligarán a dar explicaciones. “Un celular robado en la Condesa arma un escándalo tremendo en comparación con situaciones terribles en otros puntos de la ciudad y esas percepciones de inseguridad son difíciles de controlar y solo se reducen con mucho trabajo.
Ahora estamos obsesionados por los 20 cuadrantes más violentos de la ciudad”, dice señalando un mapa dividido en colores y delegaciones. “En los últimos meses hemos logrado algunos días con cero homicidios en la ciudad”, presume. “Y ahí no hay cifra negra”, dice en referencia a quienes desconfían de los datos oficiales que muestran que, de media, la ciudad ha pasado en casi dos años de 5,8 muertos diarios a los 1,8 actuales. Después de casi dos años en el cargo, a Harfuch le cuesta menos hablar de su atentado que convencer a la castigada población de la capital de que las cosas van a mejor.