El documento presentado por la Secretaría de Hacienda al Congreso esta semana es mucho más que un adelanto de su visión de la economía del país para plantear con esa base el presupuesto del próximo año.
Es, en este caso, un mensaje de confianza que busca mandar la autoridad fiscal a los agentes económicos que no han encontrado la tranquilidad suficiente en otras acciones de gobierno.
Por eso, poco ayuda que el propio presidente Andrés Manuel López Obrador mine los esfuerzos de certeza que intenta su Secretaría de Hacienda, apostando en contra de los cálculos que hacen sus expertos.
Los Precriterios Generales de Política Económica para el 2020 son muy claros en algo: los ingresos petroleros se derrumban por la caída en la plataforma de producción. Y esto debe ser un mensaje que debe entender con claridad el propio presidente Andrés Manuel López Obrador.
Habrá menos ingresos disponibles para el gasto porque hay problemas latentes no resueltos: la salud financiera y la actividad de Petróleos Mexicanos y la falta de remplazos tributarios para esos ingresos perdidos del petróleo.
Hay un compromiso de este gobierno de no tocar el marco tributario hasta pasadas las elecciones intermedias. Como sea, una reforma fiscal en el sentido correcto de ampliar la base de contribuyentes parece prácticamente imposible con un gobierno del corte del actual.
Pero en la parte de la suerte de Pemex no parece haber la comprensión de que la amenaza de una degradación crediticia hasta niveles de deuda especulativa de los pasivos de la petrolera mexicana es un asunto latente. Y que, tras la degradación de Pemex, viene la pérdida de la calificación de la deuda soberana mexicana.
Lo que prevalece es una promesa de no dejar a Pemex a su suerte con su actual condición financiera precaria. Tras la rebaja drástica de la calificación crediticia que hizo Fitch Ratings en enero pasado, hubo la promesa de dotarla de los recursos necesarios para que pudiera cumplir con sus compromisos financieros. Hasta hoy es sólo una promesa.
Algo que puede atemperar un poco el nerviosismo en los mercados sobre el futuro de las finanzas mexicanas y de la petrolera sería hacer un reordenamiento de los proyectos de infraestructura.
Regresar al aeropuerto de Texcoco con inversión privada es un acto de iluminación a nivel de milagro divino que realmente no podemos esperar.
Pero sí es posible reconsiderar el enorme gasto que quiere hacer el presidente López Obrador en una refinería para su estado natal. Es un proyecto que va en sentido contrario de la lógica energética y financiera del país.
Es más urgente para la salud financiera del gobierno de López Obrador que Pemex garantice el pago de sus vencimientos y que regrese a la esencia de su negocio de buscar y extraer petróleo. Y que deje el mercado de las gasolinas en paz. Si son caras e importadas, que sea un problema de los consumidores.
La realidad es que el presidente sólo dilapida la confianza en su propio gobierno haciendo apuestas en contra de los cálculos de la Secretaría de Hacienda. Ganaría más tomando las decisiones sensatas que sienten las bases de una economía sólida y confiable para los capitales, que pueda generar un crecimiento de 4% hacia finales de este gobierno.
ALD/ElEconomista