Vladimir Potanin, un megamillonario ruso que hizo su fortuna con la banca y la explotación de recursos naturales, es patrocinador y miembro del Museo Guggenheim de Nueva York desde 2002.
Más recientemente, le donó 6,5 millones de dólares al Centro Kennedy de Washington, que usó parte de ese dinero para instalar un espacio de encuentro llamado «Salón Ruso» en ese complejo para las artes que fue creado, en parte, por el Congreso de Estados Unidos . Ahora, su nombre ha quedado escrito en las paredes del lugar.
En 2011, otro rico oligarca ruso, Leonid Mikhelson, contribuyó a través de su fundación a financiar una muestra dedicada a difundir el arte contemporáneo ruso. Dos años más tarde, fue nombrado administrador del museo, puesto que ocupó hasta el año pasado: tres años después de que la empresa que dirige fuese objeto de sanciones por parte del gobierno norteamericano.
En 2010, el parque histórico estatal del California llamado Fort Ross, que conmemora el asentamiento ruso del siglo XIX en el condado de Sonoma, tenía problemas financieros, hasta que otro oligarca ruso, Viktor Vekselberg, los ayudó a salir del paso. Su fundación siguió patrocinando el parque hasta el año pasado, cuando Estados Unidos le impuso sanciones a él y a su empresa, y el Departamento de Justicia les ordenó a las autoridades del parque que dejaran de recibir su dinero.
Desde la caída de la Unión Soviética, los rusos más ricos emergieron como influyentes mecenas de las artes, y las organizaciones culturales de Occidente fueron las principales beneficiarias. El Carnegie Hall, el MET, el Instituto de Arte de Chicago, la Brooklyn Academy of Music y el Lincoln Center se cuentan entre las instituciones que han recibido regalos de rusos acaudalados o de las empresas que controlaban durante el último decenio.
Aunque los mecenas ricos siempre usaron las artes para promocionar sus gustos personales y su estatus social, en el caso de los rusos suele ser diferente. Si bien los oligarcas también promocionan sus preferencias personales y apoyan una amplia variedad de actividades culturales, suelen usar la filantropía para ensalzar a su madre patria, pintándola como una fuente inagotable de obras maestras de la danza, la pintura, la opera y otras artes.
La acciones de filantropía de esos mecenas fueron abiertamente públicas, y hay pocas evidencias de que hayan sido dirigidas o coordinadas desde Moscú, pero todos los filántropos gozan de buenas relaciones con el Kremlin -prerrequisito para prosperar en Rusia-, y sus donaciones encajan a la perfección con los esfuerzos del presidente Vladimir Putin para usar el «poder blando» de la diplomacia cultural como herramienta de política exterior.
El efecto, por más que sea buscado y cultivado, ayuda a limpiar la imagen de una nación cuyas agresiones en Ucrania y su injerencia en las elecciones de otros países han hecho que sea vista por muchos como una potencia hostil.
«Cuando la opinión pública de Occidente piensa en Rusia , Putin quiere que piensen en Pushkin, Tolstoi y Tchaikovski«, dice Andrew Foxall, experto en temas rusos de la Henry Jackson Society de Londres. «Y no quiere que los occidentales se acuerden de las acciones de su régimen, que va a la guerra con sus vecinos.»
La generosidad rusa, y las tensas relaciones entre los países, dejó a las instituciones culturales de Estados Unidos en una especie de campo minado, ya que muchas de ellas dependen de la filantropía rusa y consideran que las experiencias estéticas compartidas son una oportunidad para construir puentes entre ambos países. La situación las pone ante un dilema ético: ¿están corriendo el riesgo, aún sin quererlo, de ayudar a promover una imagen sesgada de un país con el que Estados Unidos está oficialmente enfrentado?
Los expertos dicen que esas donaciones atentan contra la política de Estados Unidos de aislar algunos de los intereses rusos.
«El principal objetivo de las sanciones es obturar los accesos», dice Alina Polyakova, miembro de la Brookings Institution, pero agrega que debido a su riqueza, los individuos que son objeto de sanciones del gobierno norteamericano «siguen accediendo a los escalones más altos del poder cultural».
Una empresa rusa apeló a la cultura para seguir interactuando con el poderoso público norteamericano, incluso después de ser objeto de sanciones.
La empresa VTB, un banco propiedad del gobierno ruso que está bajo sanciones limitadas desde 2014, realizó dos galas en el Kennedy Center. La primera, en octubre de 2016, un mes después de la elección presidencial en Estados Unidos, contó con una actuación especial de las estrellas del Ballet del Bolshoi. El logo de VTB decoraba tanto el escenario como los uniformes de los empleados, y el presidente de la empresa, Andrey Kostin, dio un discurso.
Entre los invitados había por lo menos dos funcionarios del Departamento de Estado, incluido Daniel Fried, un alto funcionario responsable de las políticas de sanciones que ya había sido agasajado por representantes del banco. Como informó el Centro para la Integridad Pública, Fried rechazó la invitación.
«No iba a ir al Centro Kennedy para que me sacaran fotos en un evento de VTB», dijo Fried en una entrevista. «La opinión pública no lo soporta, no somos sus amigos.»
Varias instituciones artísticas estadounidenses se negaron a emitir comentarios sobre si les habían dado a los rusos una plataforma para cambiar la percepción pública de su país. El Centro Kennedy defendió su papel de anfitrión de las galas de VTB, y describió su rol como el de un simple propietario. «El Centro Kennedy se alquila a todo el mundo y no juzga el contenido ni la calidad artística de los eventos», dijo una vocera, Rachelle Roe.
Pero también aceptó una donación de VTB en 2017. El Centro dijo que recientemente había decidido que no aceptaría dinero del banco ya que su presidente, Kostin, había sido objeto de sanciones completas el año pasado.
Sorpresivamente, se le ha dedicado poca atención a estos esfuerzos culturales rusos, aunque el Kremlin es acusado de utilizar métodos más insidiosos para influir en la opinión pública estadounidense y sus elecciones. Por supuesto, Estados Unidos también utiliza una diplomacia cultural a través de un programa dirigido por el Departamento de Estado cuyo uso moralizante de la Voz de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial es bien conocido. Pero varios expertos dicen que la versión rusa está más coordinada y tiene el objetivo más directo de enturbiar el debate en general en un momento en que muchos consideran que ese país es demasiado agresivo.
Michael Carpenter, un exasesor del Consejo de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama, dijo que se había dado cuenta hace unos años que los oligarcas estaban usando la filantropía cultural para mantenerse en contacto con líderes estadounidenses de la política, la diplomacia y los negocios.
«Ese acceso puede ser utilizado para privilegiar los intereses de negocios de los filántropos o los intereses del Kremlin», dice Carpenter.
La diplomacia cultural del Comunismo
La rica tradición rusa del ballet, las bellas artes y la música orquestal no desapareció durante los días de la Unión Soviética. Pero se volvió bastante insular.
Durante décadas, la producción del arte estaba fuertemente controlada por el Estado. La censura era la norma.
Todo eso cambió luego de la caída del comunismo y la concentración de la riqueza en un conjunto de poderosos líderes de negocios que incentivó una explosión del interés y la extensión artística.
En 2005, la fundación de Potanin ayudó a financiar una muestra de 800 años de arte ruso, desde íconos hasta pinturas del siglo XIX, llamada simplemente «¡Rusia!» en el Guggenheim. Putin dio el discurso de apertura.
«Estos eventos», dijo Putin, «son la mejor manera, y la más elocuente, de entender un país que posee un potencial humano y espiritual enorme, un país como Rusia».
Varios expertos en temas rusos dicen que el gasto de los oligarcas es un regalo para Putin, que suele sonreír con los esfuerzos para proyectar el interés nacional en el exterior.
«Eso es lo que se hace si no se quiere hacer algo más sucio», dice Anders Aslund, analista del Atlantic Council. «Uno se vuelve mecenas de la cultura si quiere escapar a otras demandas más pesadas del Kremlin.»
En 2016, en una declaración de principios, el gobierno ruso aclaró que «el ‘poder blando’ se volvió parte integral de los esfuerzos para alcanzar los objetivos de la política exterior». Al año siguiente, el Ministerio de Asuntos Exteriores creó un grupo de asesores que incluye a funcionarios del gobierno y a ejecutivos corporativos «para coordinar medidas para afianzar los lazos culturales entre Rusia y Estados Unidos, preservar y desarrollar sitios conmemorativos y sitios de patrimonio asociados a Rusia en Estados Unidos, e implementar proyectos futuros relevantes», según un documento entregado al diario The New York Times por el gobierno ruso.
Parte de la filantropía fue dirigida por el exembajador ruso en Estados Unidos, Serguéi Kisliak. Maestro de las relaciones internacionales, Kisliak ayudó a determinar el regalo de Potanin para el Centro Kennedy, solicitó ayuda para el Fort Ross de California y alentó a una filántropa norteamericana, Susan Carmel, a crear un instituto en la Universidad Americana para promover la cultura y la historia rusa.
El embajador luego quedó enredado en la controversia por la injerencia rusa en los asuntos estadounidenses. Regresó a Moscú en 2017.
Michael McFaul, embajador estadounidense en Rusia entre 2012 y 2014, recuerda que Kisliak una vez le dijo que había empleado la cultura rusa como una herramienta para «penetrar más profundamente en el tejido de la sociedad estadounidense». McFaul dijo que realizó esfuerzos limitos para hacer lo mismo en Rusia, pero nunca con los recursos con los que cuentan los oligarcas.
Los oligarcas rechazan la idea de que sus gastos promuevan una agenda nacional.
Los esfuerzos de un oligarca en Estados Unidos
En la costa del Pacífico, a dos horas y media de ruta desde San Francisco, los visitantes del Fort Ross -Fuerte ruso- encuentran un parque del estado de California de casi 14 kilómetros cuadrados que en otra época fue el asentamiento más austral de los rusos en América del Norte.
El parque recrea el estilo de vida del siglo XIX de los rusos que se ganaban la vida con la agricultura y la ganadería y comerciando pieles mucho antes de que California se convirtiera en un estado. Los carteles están en inglés y en ruso, y en lo alto a veces flamea la bandera de la empresa rusa que en un principio dirigía el establecimiento.
«Estamos trabajando mucho para no concentrarnos solamente en la época rusa», dice Sarah Sweedler, que dirige la organización sin fines de lucro Conservación de Fort Ross, que ayuda a operar el sitio. «Pero al fin de cuentas, Rusia es la razón de ser del parque», dice Sweedler.
Y sin duda es la razón por la que Vekselberg, el oligarca, decidió responder a la solicitud de Kisliak de crear una fundación privada financiada por su empresa para ayudar al parque.
En los últimos ochos años, la fundación donó más de 1,5 millones de dólares al parque para financiar proyectos como la contratación de un guía turístico bilingüe.
Sin embargo, Sweedler dice que el año pasado el Departamento de Justicia le pidió a su organización de conservación que deje de recibir dinero ruso. Vekselberg y su empresa, Renova Group, estaban entre las entidades golpeadas con sanciones del Tesoro de Estados Unidos, que habló de su «rol clave en la promoción de actividades malignas rusas», incluida la ocupación de Crimea, la agresión en el este de Ucrania, el apoyo al presidente Bashar al-Assad en Siria, «destinadas a subvertir las democracias occidentales y a fomentar ciberactividades maliciosas».
Algunas sanciones se fundamentan en el comportamiento, pero muchas empresas o individuos, como Vekselberg, fueron castigados principalmente porque eran vistos como influyentes defensores de Putin que se benefician con las acciones de su régimen.
Vekselberg, que combate legalmente las acciones, se negó a ser entrevistado.
Pero no se trata de ningún modo de la única iniciativa cultural que Vekselberg, de 62 años, lanzó tras amasar su fortuna durante la brusca privatización de las industrias del petróleo y del aluminio de Rusia en la década de 1990.
En 2004, Vekselberg pagó casi 100 millones de dólares para recuperar una colección de huevos imperiales de Fabergé y creó un museo para exhibirlos. Aunque los expertos en asuntos rusos no consideran a Vekselberg como un aliado cercano de Putin, el esfuerzo iba a la par de la misión del presidente de repatriar artefactos culturales rusos.
El año pasado, agentes del fiscal especial Robert Mueller detuvieron a Vekselberg en un aeropuerto, verificaron sus dispositivos electrónicos e intentaron interrogarlo. El equipo de Mueller estaba interesado en el contacto de Vekselberg con Michael Cohen, el exabogado del presidente Donald Trump . En enero de 2017, justo antes de Trump asumiera el poder, Cohen había tenido una reunión con Vekselberg en la Trump Tower. Y Vekselberg asistió a la toma de posesión.
Los fiscales dijeron que Vekselberg está asociado con Columbus Nova, una empresa de Andrew Intrater, y estaban intrigados por pagos de 500.000 dólares realizados por la empresa a Cohen y descritos como trabajo de consultoría.
Vekselberg negó estar implicado en los pagos y los investigadores no lo acusaron de ningún acto indebido.
ALD/TheNewYorkTimes