Hace 20 años el narco mexicano Osiel Cárdenas Guillén, uno de los jefes del cártel del Golfo en ese país, recibió un regalo particular: una caja de madera con 31 teléfonos celulares.
Antilavadodedinero / SantaFe
El “Mata amigos”, como le decían, usaba un teléfono cada día para poder comunicarse. Era la forma para evadir la tecnología que usaba la DEA de intercepción de llamadas, incluso de teléfonos satelitales, una de las claves que sirvió para atrapar y matar a Pablo Escobar Gaviria en 1993 en Medellín.
En 2003 los agentes norteamericanos descifraron el método que usaba Cárdenas Guillén, retratado por el periodista mexicano Ricardo Ravelo en el libro “Osiel, vida y tragedia de un capo”: el 15 de mayo usaba sólo el celular marcado con el número 15, pero día siguiente sólo usaba el marcado con el día 16, el último día de cada mes utilizaba el que tuviera el número 30 o 31. Usaba un teléfono distinto cada día. Después adquiría otro lote de aparatos.
Para esa época, cuando no existían los chips y los celulares eran analógicos, la estrategia de Osiel se transformó en una revelación sobre cómo el narcotráfico podía adecuar la tecnología al funcionamiento de su organización.
El uso del celular cambió la forma de moverse de las organizaciones criminales que empezaron a anudarse en una red y a contar con información a una velocidad mucho mayor. Pero a medida que la tecnología comenzó a avanzar, con el paso del sistema analógico al digital, ese “panóptico digital”, como señala el filósofo coreano de moda Byung-Chul Han, empezó a dejar flancos débiles.
La aparición del 4G en 2015 cambió la forma de comunicarse de los mafiosos y narcos. Lo hizo más sofisticado y también más difícil para los investigadores.
Desde mediados de la década del 2000 en la Argentina las investigaciones empezaron a tener como fuente primordial las escuchas telefónicas. A medida que la telefonía celular empezó a ser más accesible, las organizaciones criminales comenzaron a usar esta tecnología.
Y, a su vez, a ser escuchados, a caer por su propia boca, como refleja en la ficción la serie The Wire de David Simon ambientada en la periferia de la ciudad portuaria de Baltimore, en Estados Unidos.
En la investigación de la banda Los Monos, las escuchas telefónicas fueron centrales para determinar cómo funcionaba la organización criminal.Marcelo Manera / La Nación
En Santa Fe la causa emblemática de escuchas telefónicas fue la investigación a Los Monos, basada casi íntegramente en diálogos de los miembros de la banda que con sus Nextel anunciaban todo lo que iban a hacer en una jerga barrial, a veces difícil de decodificar, pero sin encriptación. “Dos en el chope, dos en la zapán, dos en el brazo, uno en la pierna», describe con naturalidad Leandro Vilches tras matar a Diego Demarre en 2013.
La aparición del 4G en 2015 cambió la forma de comunicarse de los mafiosos y narcos. Lo hizo más sofisticado y también más difícil para los investigadores. Ya nadie habla por teléfono, porque se utilizan sistemas de mensajería que no pueden ser interceptados por las empresas de telefonía, como ocurría en tiempos analógicos.
Estos cambios obligaron a los investigadores judiciales a ir en busca de los aparatos telefónicos, por lo que muchos allanamientos ordenados por la Justicia sólo tienen como finalidad encontrar celulares. Sin el hardware no se puede acceder a los diálogos, por ejemplo de WhatsApp, que ya empezó a transformarse en una antigüedad.
Diego Iglesias, titular de la Procuraduría de Narcocriminalidad de la Nación, explica a Aire de Santa Fe que, por ejemplo, el clan Loza, que fue desarticulado en octubre de 2019 usaba un sistema de comunicación que era imposible de acceder, como el sistema Encorchat.
Un sistema similar, aunque asociado a una línea telefónica, usaba el narco rosarino Esteban Alvarado, que se jactaba de no hablar nunca por teléfono y usar el sistema encriptado Telegram.
«Con este sistema los interlocultores se loguean con un usuario para dialogar, validándose las comunicaciones a través de una clave insertada por ambos interlocutores en la línea. Y esas comunicaciones se autodestruyen«, declaró uno de los arrepentidos en la causa. Iglesias explicó que la aplicación Encorchat no usa una línea de teléfono asignada y se les desactivan los micrófonos, la cámara, el audífono, el GPS y el usuario evita conectarse a una red inalámbrica.
Un sistema similar, aunque asociado a una línea telefónica, usaba el narco rosarino Esteban Alvarado, que se jactaba de no hablar nunca por teléfono y usar el sistema encriptado Telegram, en el que los mensajes se borran de manera automática. Por eso cuando fue atrapado en Embalse Río Tercero en febrero de 2019 lo primero que hizo cuando se vio cercado fue arrojar su Iphone 8 al lago. Allí estaba todo lo que podía complicarlo. El celular fue recuperado por Maximiliano Bertolotti, en ese momento en la TOE, y luego enviado a Nueva York, donde la empresa Celibrity, según contaron los fiscales Matías Edery y Luis Schiappapietra, lograron desbloquear y recuperar los mensajes y audios del sistema Telegram.
Cuando detuvieron al narco rosarino Esteban Alvarado, lo primero que hizo fue tirar su Iphone 8 a un lago.
El juez federal de Reconquista Aldo Alurralde admite, en diálogo con Aire de Santa Fe, que “el uso de WhatsApp y Telegram han complicado las investigaciones, pero esto no impide que en algún momento los investigados puedan sentirse seguros o sin crédito en consumo de datos y hablar por la línea de teléfono celular”.Un caso emblemático es el de Itatí, en Corrientes, donde al no haber señal de celular los únicos teléfonos que funcionan en esa región fronteriza con Paraguay son los antiguos Nokia 1100.
“Por suerte no siempre tienen señal y a veces acuden a una llamada común. Además, el celular sirve para entrecruzar llamadas entrantes y salientes, y también para ver qué antena los capta para determinar los movimientos del sujeto investigado”, explica el magistrado.
Iglesias agrega que “hay situaciones en que la propia Justicia ordena a las empresas de telefonía que anulen el servicio de datos a los investigados para obligarlos a hablar por teléfono”.
El fiscal federal de Salta Carlos Amad, que investigó a narcos emblemáticos, como la organización Carbón Blanco, Delfín Castedo y acusó en el juicio al ex juez de Orán Raúl Reynoso, coincide -en diálogo con Aire de Santa Fe– que “las investigaciones son más difíciles porque los narcos se avivaron del todo y saben que ni el WhatsApp ni el Telegram se pueden intervenir”.
Amad coincide con el juez Alurralde en que se siguen interviniendo teléfonos porque “por suerte hay zonas, como por ejemplo de la frontera con Bolivia, donde no hay señal 4G y están obligados a mandar SMS o a llamar por teléfono”.
En la zona de Itatí en Corrientes, los celulares que usan los narcos son los viejos Nokia 1100, que valen más que un Iphone.
Un caso emblemático es el de Itatí, en Corrientes, donde al no haber señal de celular los únicos teléfonos que funcionan en esa región fronteriza con Paraguay son los antiguos Nokia 1100, que en el pueblo se venden más caros que un smartphone.
Los chajá, como los narcos Federico Marín y Luis Salcedo apodaban a los jóvenes que servían de vigía, usaban estos aparatos en las canoas desde donde custodiaban los cruces desde la costa paraguaya a la correntina.
El fiscal federal de Santa Fe Walter Rodríguez incluye otro atributo a la intervención telefónica, no sólo enfocada en el diálogo que mantienen los investigados, sino que a través de sus movimientos y conversaciones más triviales se puede obtener información clave de sus contactos y sobre todo poder “armar un perfil psicológico” del investigado.
«Es preferible que se te escape un delincuente a que no puedas encontrar su teléfono o que lo destruya antes de ser atrapado, porque es menos la información que lleva la persona en sí mismo que lo que tiene en su celular», advierte Sain, ministro de Seguridad de Santa Fe.
El fiscal recuerda el caso de Osvaldo Cerri, el único detenido en la causa que investiga la desaparición de la joven santafesina Natalia Acosta en mayo de 2009, que murió en abril de 2019 en la cárcel de Coronda. A este hombre la justicia le intervino el teléfono y logró establecer un perfil psicológico, por el modo en que mentía a sus parejas sobre pequeñas cosas.
A través de las escuchas se pudo determinar que Cerri tenía el síndrome de Diógenes, de aquellas personas que acumulan basura dentro de su casa.
El ministro de Seguridad Marcelo Sain le da un valor clave a los teléfonos en las investigaciones contra el crimen organizado. “Lo más importante es contar con la tecnología para extraer la información de los teléfonos celulares y un software que garantice que ese cúmulo enorme de información pueda ser sistematizada, clasificada y ordenada para vincular datos entre sí estableciendo perfiles, tendencias y relaciones”, destaca el funcionario.
“Es preferible que se te escape un delincuente a que no puedas encontrar su teléfono o que lo destruya antes de ser atrapado, porque es menos la información que lleva la persona en sí mismo que lo que tiene en su celular”, advierte.
Sain considera que más allá de la tecnología “rústica” que hay en Santa Fe para hacer estas investigaciones lo más importante “es que haya buenos analistas” para evaluar y estudiar la información, porque “esto permite construir prueba”. “Todo el conjunto de relaciones que se pueda armar luego se pone en juego en una imputación”.
El ministro de Seguridad señala además que “la información que se obtiene de los teléfonos después se cruza con datos obtenidos fundamentalmente de fuentes públicas, como bases de datos de Persona Jurídica, AFIP, Migraciones, Aduana, información bancaria y financiera, lo que permite tener un panorama mayor”.
“En materia de crimen organizado son cuatro las dimensiones que hay que ver, como la estructura básica del núcleo criminal, entre las que constan la división del trabajo, los roles y la actividad de ese núcleo. Después está la actividad económico-financiera, que se usa para mantener la operatividad del grupo criminal y lavar dinero.
La otra dimensión es la estructura que gestiona el uso de la fuerza de la organización, como los gatilleros, sicarios y el aparato de seguridad, que es una especialización dentro de estos esquemas de criminalidad.
El cuarto punto es la protección estatal, es decir, los lazos que estas bandas establecen con estructura judiciales y policiales”, concluyó.