Triángulo Norte, el “hub” centroamericano del narcotráfico

Como todo el mundo, América Central comenzó a salir poco a poco del letargo logístico causado por la pandemia de Covid-19, y ello trajo consigo una reanimación en la circulación de narcotráfico a través de sus territorios.

Antilavadodedinero / Prensalatina

En efecto, esta región es un auténtico “hub” del narcotráfico: se calcula que un 80 por ciento de la droga suramericana que va para Estados Unidos pasa por Honduras, Guatemala y El Salvador, tríada que carga con el polémico apodo de “Triángulo Norte de Centroamérica”.

Al menos así la llama Washington en sus planes y políticas para la región, aunque a muchos no le agrade el término porque coloca en el mismo saco a tres naciones que tienen mucho en común, pero también abundantes diferencias y peculiaridades distintivas.

Eso sí, durante la pandemia la región se afianzó como una suerte de bodega que guardó todo el caudal de droga nunca dejada de producir, y que no pudieron mover los encargados de introducirla en los grandes mercados debido a las restricciones sanitarias.

Con la reapertura de fronteras y la creciente relajación de las medidas de bioseguridad, vino un frenesí por mover la droga almacenada, y eso propició un alza en los decomisos de narcóticos, con cerca de 250 toneladas incautadas en 2021, cifra sin precedentes.

Es más, los registros de la Organización de Naciones Unidas (ONU) señalan que, en 2020, año de confinamientos y cierres sanitarios, fueron aprehendidas 180 toneladas de drogas.

A su vez, el aumento en los operativos para cortar los flujos de drogas hacia Estados Unidos y destinos emergentes, como Europa, obligó a los narcotraficantes a diversificar sus rutas, y buscar variantes para eludir controles fronterizos y funcionarios insobornables.

Así, los narcos recurrieron a embarcaciones semi-sumergibles, lanchas, drones, avionetas e incluso jets “desechables”, como los que suelen aterrizar en pistas clandestinas del recóndito Petén guatemalteco, donde son descargados e incinerados.

También los pescadores artesanales son usados como “mulas”, sobre todo en aguas del golfo de Fonseca, que comparten Nicaragua, Honduras y El Salvador, para luego seguir su avance por carreteras y caminos, siempre con la mira en las plataformas de distribución.

A todas estas, la modernización en la industria de la cocaína multiplicó la capacidad de producción en los principales países emisores, como Colombia y Perú, mediante el empleo de químicos que generan más alcaloides con menos cultivos.

LAS CUENTAS NO MIENTEN

La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito calcula que con cada hectárea de hoja de coca se elaboran unos 8,2 kilogramos de clorhidrato de cocaína, y en Europa un gramo llega a cotizarse en 180 dólares y más.

De hecho, la creciente demanda en el Viejo Continente, donde la droga se paga mejor, explica las recurrentes incautaciones de narcóticos ocultos en contenedores con destino a España, Francia, Croacia, Holanda, Italia y Bélgica, entre otros.

Por otro lado, en los últimos años detectaron -y destruyeron- varias hectáreas de coca en parajes de difícil acceso en la Mosquitia hondureña y en departamentos de Guatemala, en lo que parece un experimento para abaratar costos y agilizar la cadena de suministros.

La existencia de grandes extensiones de tierra rural de difícil acceso y poca presencia estatal, algunas de ellas con alturas similares a las andinas, inspiró a estos narco-emprendedores a plantar coca, instalar laboratorios para procesarla y producir la pasta base.

AUMENTA EL TRASIEGO

Una investigación realizada por el portal especializado InSight Crime confirmó un aumento en el tránsito de narcóticos por América Central en 2021, incluso a lo largo de rutas terrestres que quedaron en desuso y retoman protagonismo.

Un mapeo de tales senderos refleja similitudes con los existentes hace una década, cuando el temible Cartel de Sinaloa y grupos similares enviaban a sus representantes a los países del Triángulo Norte para hacer negocios con grandes clanes transportistas.

Ahora, por el contrario, el protagonismo en el trasiego lo tienen pequeños actores locales, ya sean “clicas” (células) de las “maras” (pandillas) centroamericanas, o políticos de la más diversa monta, e incluso jefes de Estado como el hondureño Juan Orlando Hernández.

Punto y aparte merecen aquí las mencionadas “maras”, cuya organización, operatividad y férrea territorialidad las convierten en un fenómeno difícil de controlar, y peor aún de eliminar, por sus profundas raíces sociales, culturales, económicas y familiares.

Además, el crimen organizado también es resiliente y encuentra soluciones a cada traba que le ponen las fuerzas del orden, pasando, por ejemplo, del contrabando de dinero en efectivo a esquemas elaborados sobre la base del comercio y las transacciones digitales.

De ahí que sea tan complicado descabezar a esa suerte de hidra que es el narcotráfico: cuando le cortas una cabeza, nacen dos nuevas…

EL SALVADOR, ENTRE NARCOMENUDEO Y BITCOINS

El Salvador lucha por librarse del sambenito de la violencia impuesta por las “maras”, cuya gran fuente de financiamiento, aparte del cobro de “la renta” (extorsiones), es el llamado narcomenudeo, esto es, la venta y distribución de pequeñas porciones de droga.

“La actividad de narcomenudeo es parte de la esencia de las pandillas, que por eso se pelean territorio”, explica el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, al destacar las incautaciones de varias drogas durante un régimen de excepción vigente desde marzo pasado.

Sin embargo, en los últimos meses las autoridades realizaron importantes decomisos de droga en alta mar, la mayoría de ellas transportadas por ciudadanos de Ecuador, Colombia y Nicaragua a bordo de embarcaciones de bajo perfil o “Low Profile Vessel”.

Se trata de unas barcazas semi-sumergibles, remolcadas por lanchas rápidas que navegan a más de 300 millas náuticas de las cosas. Estas intercepciones son realizadas por el equipo Tridente de la Fuerza Naval, especializada en el patrullaje mar adentro.

El ministro de Defensa Nacional, contralmirante Francis Merino Monroy, informó que desde la entrada en vigor del plan de seguridad Control Territorial, a mediados de 2019, fueron incautadas 19 mil 236.8 kilogramos de drogas, valoradas en 423 millones de dólares.

A su vez, en lo que va de 2022 ya decomisaron cuatro mil 293 kilogramos de varias drogas -cocaína, crack, metanfetamina y marihuana- por valor de 107.3 millones de dólares

Pero el peligro persiste, sobre todo porque desde septiembre de 2021 en El Salvador circula el bitcoin como moneda de curso legal, y existen evidencias de que los narcotraficantes usan las criptomonedas para evadir la fiscalización de sus transacciones.

GUATEMALA, PATIO TRASERO DE CARTELES

A cada rato salen noticias en Guatemala sobre el hallazgo de una pista de aterrizaje en plena selva, donde van a “morir” jets demasiado veloces para los aparatos que la Fuerza Aérea local destina a patrullar sus cielos, perseguir e interceptar los narco-aviones.

En consecuencia, el volumen de cocaína que ingresa en Guatemala se disparó, sobre todo porque a los narcotraficantes se le hace difícil entrar la droga por vías marítimas debido al monitoreo de las aguas del Pacífico chapín y la instalación de escáneres portuarios.

El cambio en la dinámica del movimiento de la cocaína entre fronteras también es achacado a la caída de los carteles que operaban en la frontera sur de Guatemala, como los Lorenzana en Zacapa, los Mendoza en Izabal y los Leones en Jutiapa.

Varias fuentes entrevistadas por InSight Crime coinciden en que las redes del narcotráfico son ahora manejadas por operadores locales que controlan determinados territorios con la complicidad o la participación de funcionarios públicos, policías y militares.

También queda algún que otro miembro de las más notorias familias criminales, aunque la pérdida del poder y el protagonismo de antaño los obligó a compartir espacio con esas redes más pequeñas.

HONDURAS, ¿UN NARCO-ESTADO?

De los tres países del Triángulo Norte, Honduras carga con la mayor fama de ser un “narco-estado”, y quizás la prueba más fehaciente es la reciente extradición del expresidente Juan Orlando Hernández a Estados Unidos, reclamado por tráfico de drogas.

Hernández fue arrestado el pasado 15 de febrero, apenas dos semanas después de expirar su segundo mandato, y ya el 21 de abril estaba en un avión de la Administración de Control de Drogas (DEA, siglas en inglés) con rumbo a Nueva York.

Ahí, ante una corte del Segundo Distrito, el también conocido como JOH se declaró inocente de los cargos imputados, y por los que su hermano, el exdiputado Tony Hernández, purga ya una condena de cadena perpetua en una prisión federal.

Pero a nadie le sorprendió. En Honduras es un secreto a voces que los clanes Valle y Cachiros se metieron en la política y lo militar para reabrir sus negocios, en particular, colar cocaína suramericana en Guatemala para que avanzara por México hasta Estados Unidos.

Además, el excomisionado policial Juan Carlos “el Tigre” Bonilla también fue extraditado a la nación norteña en mayo, acusado de abusar de su cargo para facilitar el contrabando de estupefacientes hacia territorio estadounidense y proteger a capos de la droga.

Y aunque las autoridades catrachas destruyeron una treintena de pistas clandestinas y actualizaron sus protocolos para interceptar narco-aviones, también aprobaron un código penal que relajó las condenas relacionadas con el tráfico de drogas.

La llegada al poder de Xiomara Castro, aupada por una ciudadanía hastiada de la corrupción y la impunidad, supone un cambio y una promesa de romper con un pasado asociado al sórdido mundo del narcotráfico. La tarea, bien lo saben todos, no será nada fácil.

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