La región de la Moskitia, en la frontera entre Honduras y Nicaragua, es una de las últimas grandes zonas selváticas de Centroamérica, un paraíso de ecosistemas prístinos y biodiversidad. Pero hoy, la selva de la Moskitia se está muriendo. Y es el crimen organizado quien la está matando.
Primero llegaron las drogas, cuando los traficantes convirtieron las costas y los bosques de la región en un corredor de cocaína. Luego vinieron los propios traficantes, que financian a invasores que talan miles de hectáreas de bosque y cercan vastas extensiones de terreno con alambre de púas y guardias armados.
La población indígena Miskita de la región ha quedado atrapada en una pobreza extrema, entre los traficantes y un Estado indiferente. Pero algunos se están preparando para contraatacar.
Conocimos a Brutus a través de Moreno, un ex empleado de un cartel local quien pasó buena parte de su adolescencia sacando paquetes de cocaína de avionetas para meterlos a lanchas y viceversa. Varias fuentes nos habían hablado de un paquete de droga que apareció hace una semana en alta mar y fue encontrado por pescadores Miskitos. Y luego Moreno nos habló de Brutus, un amigo suyo que iba en ese barco. Nos dijo que su amigo no sale de casa y que está deprimido, pero que si comprábamos unas cervezas y algo de comer quizá se animaba a contar lo que vivió.
Esta mañana Moreno dijo que la mafia, así, en genérico, tiene orejas por todos lados. Así que debíamos ir a un lugar solitario, lejos de los ojos de aquellas orejas.
Entonces llegamos a una pequeña playa privada frente a la mansión ahora abandonada que el narcotraficante hondureño, Arnulfo Fagot Máximo, construía antes de ser capturado y extraditado a Estados Unidos. Y antes de ser declarado culpable de conspiración para distribuir cocaína y sentenciado a 33 años de cárcel en 2019.
En el camino recogimos a Brutus y fuimos a la mansión para que nos hable sobre aquello que encontró en el mar. Nos lo cuenta en una mezcla de español y miskito, su lengua materna.
“Lo vimos flotando a lo lejos y uno de los pescadores del barco se tiró a recogerlo. Otro hasta se puso a llorar – ‘Hoy sí, le pegamos al gordo’ – decían. Esa noche ya no pescamos, amanecimos chupando. Contentos. Porque eran 29 kilos”, cuenta Brutus.
El mar les había regalado a los tripulantes de ese barco pesquero un tesoro: 29 kilos de cocaína pura, que les significaría unos US$110.000, por su venta en aquel momento en la Moskitia. Brutus y los demás marinos no lo sabían aún, pero el mar tiene sus condiciones a la hora de dar.
El capitán del barco les dijo que a él le correspondían 25 kilos, entre otras cosas porque el barco era suyo, así que llamó a otro capitán quien se llevó la mayor parte del tesoro, dejando a Brutus y los demás marinos tristes por haber tenido aquel tesoro en sus manos y haberlo perdido. Pero ese barco nunca llegó a su destino. Hombres uniformados les asaltaron en alta mar y se llevaron la cocaína.
El capitán avaro se quedó sin nada, y a los 12 marinos les quedaron cuatro kilos, equivalentes a unos US$16.000. Si podían venderlo todo, el reparto equivaldría a 1.333 para cada uno. Pero el mar tenía sus propios planes para el destino de aquella droga.
Moskitia: el último reino
Estamos en la selva de la Moskitia, en el departamento de Gracias a Dios, al noreste de la costa atlántica de Honduras. Esta selva es por mucho la más grande del país y una de las más extensas e importantes de Mesoamérica. Tan importante es, que en ella habitan 20 de las 21 familias de las aves acuáticas reportadas en Honduras por Wildlife Conservation Society, una organización dedicada a la conservación de zonas silvestres y, según estudios locales, es refugio para los jaguares, pumas, tapires, guaras rojas y verdes y otras especies que para la mayoría de los hondureños solo están presentes en libros de biología.
La Moskitia fue un reino autónomo hasta los primeros años del siglo XX. Aunque siempre fue un lugar pobre y selvático, tuvo su propio rey, reconocido por los reyes británicos y conocido popularmente como “El rey mosco”. Pero aquello era un título vacío, era una forma de los ingleses de mantener un pie dentro del territorio del imperio español. Por esto su anexión al resto de Centroamérica demoró 300 años más que el resto de territorios.
Durante cientos de años, el sistema fluvial y su sistema lagunar aisló y protegió al pueblo Miskito de las invasiones desde tierra firme, de la influencia de los mestizos y de la voracidad del capitalismo. Pero es una relación de amor y odio. Les han aportado pesca, un medio de transporte y agua para beber. Pero, cada cierto tiempo, cuando llegan las tormentas tropicales, esos ríos y esas lagunas se congestionan y se desbordan, ahogando la vida que solían amamantar.
Hoy, esta región que se extiende a lo largo de 22.568 kilómetros cuadrados en la frontera entre Honduras y Nicaragua, es habitada por más de 100.000 personas. La Moskitia es también la región menos habitada de Honduras y una de las de menor densidad poblacional de Centroamérica.
Sus habitantes son, en su mayoría, indígenas Miskitos, como Moreno y Brutus, aunque hay, de forma minoritaria, población Garífunas, Tawankas, Pech y Nahuas. Todos son pueblos indígenas de la región, pero que también llevan herencia de cimarrones de origen africano.
Desde hace más o menos tres décadas hay también mestizos. Los Miskitos, probablemente en una traducción literal desde su idioma, llaman a estos mestizos que ahora les acorralan, y a todos los foráneos que no nacieron dentro de los linderos de su selva, “terceros”.
Estos últimos son considerados como invasores por parte de los Miskitos y es a quienes algunas autoridades indígenas atribuyen crímenes, que van desde el asesinato de líderes, la deforestación indiscriminada del bosque, la desaparición de defensores ambientales, y el aniquilamiento de la forma de vida Miskita.
Decenas de líderes indígenas de diversas comunidades esparcidas por toda la selva con quienes hablamos, insisten en algo más. Dicen que los mestizos son aliados, trabajadores, colaboradores y punta de lanza de una de las mayores fuerzas políticas y económicas de Honduras: el narcotráfico. Dos fuentes policiales de alto nivel aseguran lo mismo y al menos dos documentos judiciales a los que tuvimos acceso dicen lo mismo: que los mestizos están detrás del negocio de la cocaína.
El político
El convenio 169 de 1989 de la OIT sobre “Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes” , al que el profesor hizo referencia, ha sido ratificado por Honduras y por 22 países. Este les otorga derecho a las organizaciones indígenas sobre sus tierras. Las tierras indígenas, según el convenio, deberán ser administradas por las organizaciones indígenas y no podrán ser vendidas o rentadas.
Los Miskitos conocen estos acuerdos, el problema, según el profesor Arístides y otros líderes, es que las organizaciones Miskitas han sido cooptadas también por los terceros. La Federación de Indígenas y Nativos de la Zona Mocorón Segovia (FINZMOS), uno de los entes Miskitos más poderosos, es encargada de velar por el buen uso de la tierra. Pero desde 2014 es presidido por Rogelio Elvir, regidor en la alcaldía de Puerto Lempira, quien ni siquiera es Miskito y tiene una red de familiares presuntamente vinculados al narcotráfico.
Elvir es un hombre arriba de la cincuentena, nacido en uno de los pueblos de la selva colindantes con Nicaragua. Su hermano es Marco Antonio Elvir, una persona, que según medios hondureños, es perfilada por el gobierno hondureño y por el gobierno de Estados Unidos como un importante narcotraficante de la Moskitia, así como su otro hermano ya fallecido, Modesto Elvir, sobre quien pesaban cargos similares. Rogelio Elvir es también tío de Rosbin Duarte Elvir, a quien los medios hondureños también perfilan como narcotraficante.
En 2017, al menos 10 propiedades de Marco y Rosbin Elvir, entre ellas lujosas mansiones incrustadas en varios puntos de la selva profunda, fueron aseguradas por la Agencia Técnica de Investigación Criminal (ATIC), dedicada a la investigación y persecución de los delitos graves y de fuerte impacto social, en el marco de las operaciones Estigia I y Estigia II. Los operativos fueron dirigidos contra un grupo criminal llamado “Los Helios”, presuntamente dirigido por Marco, dedicado al tráfico de cocaína desde la Moskitia hacia Estados Unidos. Algunas de las propiedades que les incautaron están en Puerto Lempira, descascarándose, y siendo consumidas por el óxido.
A unas cuadras de una de estas propiedades, en la alcaldía de Puerto Lempira, nos recibe Rogelio Elvir. Es un hombre de ojos achinados. Nos dice, en frases cortas, que los Miskitos están exagerando, que el problema no es tal, que si bien es cierto que algunos campesinos mestizos están viviendo en la Moskitia, no ocupan más de algunas hectáreas para sembrar sus cultivos.
Le decimos que hemos recorrido las tierras, que hemos visto los cercos y los árboles caídos, que hemos visto la devastación. Entonces el discurso cambia, dice que en realidad no le corresponde hacer nada, que debe ser el gobierno central. Nos habla de grupos de Miskitos que se están organizando para guerrear contra los terceros, y dice que son un grupo de bandoleros.
Le preguntamos sobre su relación con al menos tres miembros de su familia involucrados en el narcotráfico y responde seco, escueto. Nos dice que no puede dar cuenta por su familia. Termina nuestra plática diciendo que en realidad todos los hondureños tienen derecho a la Moskitia, que es un espacio que debe ser compartido. Remata diciendo que él y su familia son gente pobre trabajadora.
Los loop de la cocaína
Los Miskitos atribuyen la llegada de la cocaína a causas supra naturales que tienen que ver con deidades, con el destino o con la bondad, o maldad, de sus acciones. Han cargado esos eventos de un sentido profundo, y los han incorporado a su cosmovisión. Encontrar droga es algo que atribuyen a una suerte de juego entre el bien y el mal, en donde el mal tienta con droga a las personas para desviarlo del buen camino, cosa que, casi siempre, consigue.
Sin embargo, un oceanógrafo de una compañía trasnacional inglesa de aceite y petróleo, quien pidió no ser identificado por su nombre, nos explica en una entrevista con este equipo en mayo de 2023, que la llegada de esa droga a ciertos lugares, en ciertas temporadas, tiene que ver con la naturaleza propia de una masa de agua conocida en oceanografía como corriente del caribe occidental.
“Yo puedo soltar una boya en un lugar del caribe y sé exactamente a donde llegará y cuando. Porque las corrientes funcionan siempre de la misma forma y lo hacen en loop”, dice el experto, refiriéndose al círculo que hace en el agua.
Este hombre tiene más de 20 años estudiando el mar caribe de la Moskitia hondureña. Cree que, si bien muchos fardos quedan perdidos o son abandonados por sus trasportistas, otra parte es soltada adrede por las avionetas en lugares concretos. Dice haber sido testigo de eventos de este tipo y sabe de colegas que han sido incluso contratados para dar asesoría a los traficantes sobre la naturaleza de dichas corrientes.
Quizá esto explique por qué los compradores llegan tan rápido, con el dinero en efectivo ya preparado, para comprar la droga que encuentran los Miskitos. De ser cierto lo que afirma el oceanógrafo, los indígenas Miskitos se convierten en un eslabón más en la cadena de distribución de la droga sin siquiera saberlo.
Para los Miskitos, al margen de estos conocimientos oceanográficos, la eterna pobreza desaparece momentáneamente cuando llegan a sus manos los fardos, y los convierten en personas adineradas de la noche a la mañana. Aunque el precio al que los fuereños compran el kilo de cocaína a los Miskitos se ha desplomado en los últimos años, recibir el equivalente a US$4.000 por kilo no está mal para alguien que podría tardar más de un año en ganar la misma cantidad con jornadas de sol a sol cultivando maíz o pescando en el mar.
El tesoro que se vuelve humo
En cuanto a Brutus, el rumor se corrió, y pasó de ser un marino cualquiera a ser Brutus: el hombre al que el mar premió, el valiente que burló a los piratas y el mecenas de la parranda nocturna de Puerto Lempira. Nos cuenta que luego de beber, esnifar, comer y coger durante dos días, el dinero y la cocaína se terminaron y, claro está, los amigos escasearon. Solo Moreno aún le habla y le invita a cervezas de vez en cuando.
Los rumores dicen que aquellos piratas han jurado matarle si le vuelven a ver por Kaukira. Se sentirán humillados por el marino, quizá. Sus amigos no paran de pedirle que les invite a tomar y drogarse, no le creen cuando les dice que aquello se terminó. Entonces le llaman egoísta y le retiran el saludo. Lo mismo pasa con su familia. Le recriminan que se guarde el dinero para él y no lo comparta con ellos. Estás minado, vea Brutus, le dicen cuando pasa, y todo mundo le vende más cara la comida.
Según cuentan Brutus y Moreno, al menos dos de esos ladrones fueron asesinados por otros piratas en algún lugar cerca de Puerto Kaukira días después de aquel atraco. La ley del mar.
El sol se pone sobre la laguna de Tansin, y hace del cielo una pintura imposible color naranja. Las bandadas de pájaros nos interrumpen con su parloteo crepuscular. Es el momento del relevo, cuando los animales nocturnos son quienes quedan a cargo de la selva. Frente a nosotros hay una lancha abandonada, una que llegó cargada con 80 fardos de cocaína hace unos 9 meses, se balancea en el agua, llena de moho. Nadie ha tenido el valor de moverla de su lugar y mucho menos de usarla. Las primeras parejas de Miskitos se van asomando por las cercanías. Buscan un lugar oscuro y apartado para el romance.
Los vestigios de la mansión de Arnulfo Fagot Máximo se van llenando de sombras, desde la armazón a medio construir del tercer piso podemos ver la otra punta de la laguna y el mar espejeando mientras se balancea. Desde acá se ve, encallada en medio de un manglar, una segunda lancha. Esa también vino con cocaína hace un año y medio y fue abandonada por sus dueños. Esta tampoco la toca nadie.
Por la noche, nos dicen ambos, no es buena idea estar por acá. Pasado el crepúsculo los enamorados se van y llegan los adictos, los truhanes, piratas y vagabundos de Puerto Lempira. Es mejor irnos. Para ellos, de alguna forma, nosotros somos terceros.