Los peores casos sobre lavado de dinero, corrupción, cibercrypto y fraudes del mundo

En la meca californiana de las ‘startups’ tecnológicas corre el dinero fácil, lo que en los últimos años ha propiciado que empresas grandes y pequeñas se hayan visto envueltas en escándalos financieros, ya sea por provocarlos o por sufrirlos. Cifras infladas, clientes ficticios, inventos engañosos, lavado de dinero, corrupción, cibercrypto, suplantaciones de personalidad: así crecieron y cayeron estas firmas en las que muchos confiaban.

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A principios de este noviembre, Sam Bankman-Fried fue declarado culpable de siete cargos de fraude y conspiración en relación con la actividad de la empresa de criptointercambio FTX, de la que era fundador. La firma había sido constituida en 2019 en una pequeña oficina de Berkeley (California), a unos 75 kilómetros de Silicon Valley, y dos años después trasladado su sede central a Hong Kong para, posteriormente, instalarse en Bahamas. En apenas dos años, Bankman-Fried fue capaz de engatusar a un buen número de inversores —algunos de Silicon Valley, como Sequoia Capital—, que pusieron cientos de millones de dólares en este mercado de criptomonedas que creían la panacea; en 2021, FTX estaba valorada en 18.000 millones. Pero Bankman-Fried estaba utilizando los depósitos de los clientes para financiar sus propias operaciones.

FTX parecía una buena idea… hasta que dejó de parecerlo. Bankman-Fried no tenía pinta de estafador: mofletudo, con pelo rizado algo descuidado, de indumentaria demasiado informal —en 2022 compareció en un evento sobre criptomonedas en Bahamas junto a Tony Blair, exprimer ministro británico, y Bill Clinton, expresidente de Estados Unidos, en pantalón corto, camiseta y deportivas—, pasaba por el clásico nerd que se mete en esto por algo más que por la pasta. Vendía incluso que FTX tenía cierto carácter filantrópico: se declaraba defensor del utilitarismo, doctrina que defiende que la opción más ética es la que produce el mayor beneficio para el mayor número de personas. Aparentemente, quería hacer un mundo mejor. Sus padres son profesores de Derecho en Standford. No podía ser un vendedor de humo.

El caso es que —y la justicia así lo ha probado— estafó a personas y empresas que habían confiado en esa serie de atributos. Lo cual pone sobre la mesa el debate de qué pasa con el dinero en Silicon Valley. Si bien es cierto que muchas empresas tecnológicas son tan innovadoras que cuesta calibrar su potencial, ¿cómo es posible que baste una idea, tener una oficina con futbolín y mostrarse como un excéntrico que retrasa una reunión para terminar una partida de League of Legends para que millones de dólares cambien de manos con tanta facilidad? ¿Todo vale en la meca de la tecnología? No es la primera vez que el aire relajado de estas empresas confunde a los inversores, que descubren demasiado tarde que detrás de tan agradable fachada no hay nada.

Theranos: una “revolución” médica

En 2003, una jovencita de diecinueve años llamada Elizabeth Holmes creó en Palo Alto (California) la empresa de biotecnología Theranos, que prometía desarrollar un método revolucionario para efectuar análisis de sangre: solo requería de unas gotas y ofrecía el resultado en cuestión de minutos, lo que abarataba el proceso. En su apogeo, Theranos recaudó 724 millones de dólares por medio de fondos de inversión de capital riesgo y capitales privados y alcanzó una valoración de 10.000 millones.  

En vista de que el tiempo pasaba y la prometida técnica no se materializaba, la prensa empezó a rascarse la cabeza. En 2014, un periodista de The New Yorker asistió a un acto en San Francisco en el que Holmes presentaba su proyecto, y describió las explicaciones de la empresaria sobre su funcionamiento como “cómicamente vagas”. Un año después, un reportero de investigación de The Wall Street Journal cuestionó abiertamente la tecnología. A raíz de ese artículo, tanto las autoridades médicas (FDA) como la Comisión de Bolsa y Valores empezaron a sospechar; escarbaron, y encontraron que la dichosa tecnología era un bluf. En 2018, Theranos dejó de operar; en 2022, tras un largo juicio, Holmes, en calidad de CEO, fue encontrada culpable de varios cargos de fraude, por lo que se la sentenció a once años de cárcel (cuya condena cumple desde mayo de 2023 en una prisión de Bryan, Texas).

Los clientes “fantasma” de Frank

Tras ese sonado primer caso, otros escándalos relacionados con start ups tecnológicas se han sucedido sin pausa. En septiembre de 2021, la joven emprendedora Charlie Javice vendió su compañía, Frank (una plataforma de planificación financiera para estudiantes), nada menos que al gigante JP Morgan por 175 millones de dólares.

El reclamo: Frank presumía de dar servicio a más de cinco millones de universitarios de Estados Unidos. Los de JP Morgan primero pagaron y luego preguntaron. Cuando revisaron la cartera de clientes de Frank, se dieron cuenta de que cuatro millones de esos clientes simplemente no existían (al parecer solo había inscritos 300.000).

No le quedó más remedio a JP Morgan que presentar una demanda contra Javice, a la que acusó de haber contratado a un profesor de ciencia de datos para generar una enorme lista de falsos usuarios. Otras firmas que habían contribuido al supuesto crecimiento de Frank (el banco de inversión LionTree o Ground Up Ventures) se desmarcaron inmediatamente de la empresa. En abril de 2023, Javice fue formalmente acusada de varios delitos federales de fraude y conspiración.

Ozy Media: suplantación de personalidad

Ozy Media era una empresa de comunicación de Mountain View (California) que empezó en 2013 como revista digital y newsletter diaria y que, poco a poco, fue ganando prestigio como productora y atrayendo a inversores y socios: llegó a cerrar tratos con National Geographic, The New York Times, BBC y Wired. Sin embargo, todo se vino abajo cuando en septiembre de 2012 precisamente The New York Times publicó que su cofundador, Samir Rao, había tenido el cuajo de hacerse pasar por un directivo de YouTube en una videoconferencia con Goldman Sachs a fin de recomendar una inversión en Ozy Media de 40 millones. No fue más que la punta del iceberg: en febrero de 2023 fue detenido en Nueva York y acusado de participar en un plan para defraudar a posibles inversores, compradores y prestamistas al tergiversar las cifras de audiencia y los resultados financieros de la empresa.

Outcome Health: publicidad invisible

En abril de 2023, un jurado federal condenó a tres exejecutivos de Outcome Health —compañía emergente de software sanitario—, incluido su fundador, Rishi Shah, por su papel destacado en un plan de fraude dirigido a clientes, prestamistas e inversores.

Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, reunieron más de 1.000 millones de dólares de forma fraudulenta. Su modus operandi era el siguiente: Outcome instalaba pantallas de televisión y tabletas en consultorios médicos de todo el país, para luego vender espacios publicitarios (principalmente, a compañías farmacéuticas) que luego no se traducían en campañas reales.

Además, infló los datos de los pacientes que interactuaban con sus tabletas. Por último, las cifras de sus balances aparecían burdamente maquilladas, por lo que también defraudaban a prestamistas e inversores. Los responsables de Outcome afrontan ahora condenas que pueden ser de treinta años de prisión. 

Slync: desvío de capital 

También este año, Christopher Kirchner, fundador de Slync, una startup que brindaba software para la gestión de la cadena de suministros, fue acusado por desviar de 20 millones de dólares de su compañía a su cuenta privada, en un flagrante ejemplo de fraude a la empresa y sus inversores. Para llevar a cabo el engaño, ordenó a un empleado que aprobase unas transferencias a una cuenta de inversión que en realidad era una cuenta personal. Pero hizo justo lo contrario de lo que Robert De Niro aconsejaba en Uno de los nuestros (1990): empleó el dinero en comprar cosas ostentosas, como un jet privado Gulfsteam de 16 millones de dólares y una suite de lujo (valorada en medio millón) en un estadio deportivo local. Pueden caerle veinte años de cárcel.  

IRL: una ‘app’ para ‘bots’

IRL era una aplicación de mensajería con oficinas centrales en San Francisco que en 2021 fue considerada “unicornio” (término que alude a empresas que valen más de 1.000 millones de dólares) y recaudó 200 millones de financiación. Los usuarios podían organizarse en grupos para asistir juntos a eventos y compartir experiencias. ¿Qué podía salir mal? En este caso, la duda se instaló en el seno de la propia compañía: al tiempo que el CEO, Abraham Shafi, presumía de que contaba con 20 millones de usuarios y que tenía efectivo suficiente para mantenerse hasta 2024, despidió al 25% de la plantilla. ¿Cómo era posible? Una investigación interna del consejo de dirección encontró que el 95% de esos 20 millones de usuarios eran bots. Actualmente IRL está siendo investigada por la Comisión de Bolsa y Valores.

Arrayit Corporation: se queda sin Nobel

Potenciales inversores en Arrayit Corporation, una startup biotecnológica de Silicon Valley, tuvieron que escuchar a su presidente, Mark Schema, alardear de que había inventado un método para detectar prácticamente cualquier enfermedad utilizando solo unas pocas gotas de sangre y que estaba en la lista de finalistas para el premio Nobel de Medicina. También trató de convencerles de que la empresa podía valorarse en 4.500 millones de dólares. Schena, además, difundía en sus redes sociales que había llegado a acuerdos con gobiernos, instituciones públicas y hospitales.

Antes del covid, Arrayit se había especializado en la fabricación de pruebas de alergía; dado que la irrupción de la pandemia redujo su negocio, aseguró que sus tests de alergía valían para detectar el covid (y que eran más precisos que una PCR). En septiembre de 2022, un jurado federal condenó a Schema por participar en un plan para engañar a los inversores, cometer fraude en la atención médica y pagar sobornos ilegales en relación con la presentación de más de 77 millones de dólares en reclamaciones falsas y fraudulentas por covid y pruebas de alergia. En octubre de 2023 fue sentenciado a ocho años de cárcel.

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